El monte Hermón, ese que fue testigo de la trasfiguración del Jeshua Hamashiaj, también ha sido testigo de otros eventos importantes. Uno de relevancia, pero que apenas es reconocido como extraordinario, viene cantado en el salmo 133: “Como el rocío del Hermón, que desciende sobre los montes de Sión, pues allí envía Yavé su bendición y vida eterna”, y es que, allí, en sus alturas caen las primeras precipitaciones que luego se convierten en el muy famoso rio Jordán. A estos tiempos, sin embargo, queremos anotar una historia distinta, que no aparece en la biblia; pero que es tan antigua como ésta. La historia de Semyazzá.
El hacedor del mundo, se complacía, a ese tiempo, en su más reciente creación: Eva. De hecho, ésta era el tercer molde logrado; después de Lilith, después de Naamáh. Adán mismo, compartía esa complacencia: la nueva compañera asignada se veía muy de sí, muy suya, al punto que, donó una de sus costillas con afanes creativos… Bueno… cerca a este par de novísimos pichones, el Altísimo puso una pléyade de celestiales a los que se les había encomendado la tarea de resguardarlos. Eran, en realidad, el primer “servicio secreto” del que se tiene noticia. Tenían que preservar a la humanidad de las amenazas de la demonizada Lilith y la de su séquito de seguidores… que eran muchos demonios, como ella. La humanidad, a pesar ya, del primer pecado de los fundadores y ya expulsados del Edén, aun peleados con la naturaleza de gracia, guardaban una buena porción de inocencia. Apenas habían aprendido a cubrir su desnudez con las hojas del campo; el fuego no era más que –en su escaso entendimiento- las lágrimas de los volcanes o las expresiones de ira materializadas en rayos que caían sobre algún bosque propicio para la ignición… casi que no sabían que era la cópula y, menos aún, podían explicar las razones de porque las hijas de Eva podían salir preñadas y parir luego de un cierto rato.
Semyazzá –también de seguro se podrá encontrar con la variante Shemhazai- era el jefe del escuadrón de vigilantes. Él le había encomendado la jefatura de la milicia guardiana de la humanidad. La designación se realizó a petición de parte. En realidad, la angelicalidad de Semyazzá le hacía dudar de la bondad de la creación de hombre, o mejor, dudaba de que la tendencia al mal fuera tan fuerte como para no evitarla. Y allí, un día en que conversaba –casi con reproche- le pidió a Elohim, que lo nombre como guardián de los hombres. Al pedido se sumó Azael, pero fue a aquel que lo designaron responsable de la tarea y, con ese afán, su tarea era vigilar, rondar, observar las vueltas de la tierra o los movimientos del mar o los quehaceres de los hijos de Eva, pero también se le permitió bajar a la tierra e intervenir si así parecía conveniente. La atracción hacia el lado obscuro no era poca, al punto que las huestes de Semyazzá –con el afán de evitar alígeros esfuerzos- decidieron -de vez en cuando- pernoctar, habitar, aposentarse en medio de los hombres.
El asunto no era con los varones. En realidad, desde sus seráficos ojos, la dificultad venía del polo opuesto: las mujeres. Las hijas de Eva estaban muy bien puestas… Se veían tan bien, que bien merecían un desayuno madrugador y, encontraron en ellas placeres que no se los regalaban ni siquiera el “kadosh, kadosh, kadosh Adonai Elohim” de los serafines. Tales placeres se sentían tan íntimos como las epidermis y humedades de aquellas. Allí, aposentados en lo más alto del monte Hermón, la tropa angelical, abrazada entre sí, cubiertos todos por sus propias alas, juraron preferir cualquier maldición a que evitarse el placer de la carne femenina. Y en ese momento dejaron de ser los vigías celestes para corporeizarse y, permitirse aquello que inicialmente decían era fácil de vencer. Un sujeto que dice llamarse Enoc, escribió que Semyazzá, intentó bajar solo a la tierra; pero sus doscientos acompañantes no quisieron abandonarlo.
Subyugados éstos ángeles por la belleza femenina, prontamente tuvieron heredad. El jefe de ese servicio secreto, Semyazzá, rapidamente procreó a dos hijos que llevan por nombres “Hiwa” e “Hiya”. No se ha podido saber, quien es la madre de aquellos; pero hay, cuando menos, tres candidatas: Naamá, Agrat -hija de Mahlat- y Lilith. Nosotros, solo las mencionamos dada la noticia. Lo que viene después ya se difumina en los chismorreos mediáticos de aquellos días: Elohim, insufló sus narices de ira y, amenazó a la humanidad entera con deshacerse de ella. Para ese efecto, Uriel, y luego Noé, fueron los mensajeros de la aciaga noticia. Semyazza, se sintió culpable, en particular porque sus hijos morirían y decidió entregarse para el castigo que el Altísimo considerase. Dicen que se colgó con la cabeza hacia abajo en la bóveda celeste y todavía permanece allí, entre el cielo y la tierra y, su punitiva promesa es hasta que se realice el juicio final. Sus formas retratan lo que ahora se conoce como la constelación de Orión. Otros cuentan que, arrepentido pidió perdón por los suyos -y aún cuando perdió sus alas- luego del diluvio y sobrepasada la crisis volvió a los cielos utilizando la escalera de Jacob, esa que se le apareció en sueños.
Una cosita más. Afirman que Semyazzá, tan pronto bajó del monte Hermón le puso los ojos a una doncella de nombres Istahar. Ésta, en defensa de su pudor, prefirió engañarlo: “préstame tus alas”, le dijo. Emperifollada con ellas, se fue a los cielos y se acurrucó en el trono de Elohim. Los que saben, afirman que su figura puede identificarse en la constelación de Virgo. Y antes de irme… Unita más: Advertido el engaño, Semyazzá se amancebó con otra mujer con la cual tuvo un hijo llamado “Ahiya”, quien después se convertiría en el padre de Sehón y Og. Y confieso lo último: no sé si “Ahiya” es un tercer hijo o si es alguno de los que mencioné líneas arriba.
El chisme no me alcanza para tanto.
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