El juez miraba con cierta indiferencia a los que aparecian frente de si. Su humor cambio al verla llegar, pero quiso disimular y su voz sonó imperturbable: "solo faltaba ud. Dra... Ejem.. empecemos" mientras su mano izquierda hacia tintilar la campana que introducía al tiempo procesal.
Todo iba bien, dentro de los cánones que el hieratismo impone, iba como por una cauce tallado en mármol... Hasta que en el espacio es misma voz dejó caer un desanimado "Dra. me gustaría que ud me muestre el cuerpo del delito". La solicitud se convirtió en zalameria tan pronto cruzó la membrana timpánica de aquella: ella dejó salir una voz dulzona, embriagadora... "El cuerpo del delito está en frente suyo" mientras de su cartera sacaba un sobre manila donde se guardaba un cuchillo. Si. Esas palabras era de doble filo: mostraban el cuchillo, objeto del pedido, y a la vez, anunciaba la silueta de ella...perturbadora, inquietante. Así empezó aquella historia que ahora lleva nueve calendarios...
Empezó así, con un mensaje de doble sentido y luego en medio de los expedientes se cruzaban mensajes cifrados. El folio cincuenta vuelta llevaba escritos los deseos de cada quien, los más profundos y también los más carnales. Una goma roja hacia el rápido trabajo de deshacerse del carbón para que la huella no deje letra que pueda leerse.
Las historias de las gentes están escritas con esas breves biografías sucias, inmundas, asquerosas del amor carnal, de ese que se escribe con fluidos, con temblores, con gemidos. Si miran atentamente a sus lados, verán que el profe está casado con la secretaria del colegio, la ingeniera que se encandiló con el practicante que llegó a hacer sus pininos, hay muchos jueces con fiscalas, y fiscales emparejados con juezas... Y juezas con secretarios y así sucesivamente...
Los tiempos se vistieron de tecnología hizo que los mensajes de carbón se trasladarán al ciber espacio y los textos telegramáticos le dieron cabida a aquellos otros que se acompañan de imágenes y de aquellas otras que también llevan "música para los oídos", de los que rompen las pupilas y hacen que la niña de los ojos pierda inocencia.
Que tiren piedras aquellos que no han enviado un mensaje embadurnado de deseos, quien no ha texteado por debajo de la mesa un poema sicaliptico, una prosa en la que la imaginación se desnuda sin reparo...
Quiero ver arder las praderas de los dueños del dogma, de los custodios de la moral, de los guardianes de los humanos comportamientos. Quiero que esas pasiones arrebujadas de razón sean los bomberos de esos corazones enamorados... ¡Tiren piedras! ¡tiren piedras...! Que no hay tejado que no sea de barro... De ese mismo del que hicieron a Adán.
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