¿Nosotros? Despreocupados mirábamos el espectáculo, mientras el abuelo acomodaba en las partes secas lo más valioso. Una escoba ayudaba a remover las calaminas para evitar mayores humedades. Allí aprendimos a dormir al aire libre, con el frescor de la lluvia. Esa brisa que te regala la lluvia era el regalo valioso frente al calor arrochador de cada verano, de todos los soles, de los mediodias abrasadores... No obstante, dormir con la brisa regalona de frescor disminuía su nota aprobatoria en un colchón mojado. Nuestros cuerpos eran garabatos que se dibujaban para evitar las partes empapadas. Alguno cogió las jergas y aperos para hacer un colchón mejorado.
Y renegabamos, ahora, de la lluvia. Echabamos de menos los días previos, llenos de calor y de zancudos. Los preferíamos a una noche de lluvia... El abuelo solo se limitó a invitarnos a dormir: "Duerman, que mañana será un día duro; duerman, carajo, que la madrugada nos espera para sacar la leche... Aprovechen la fresca. Duerman".
¿Un día duro? ¿Mañana? ¡La noche era dura! Y lo sería más. El corral de cabras era una masita blanda y extensa de estiercol húmedo y pastoso. Buen número de cabras se ubicaban al borde de los cercos, embarradas hasta la panza misma con sus propia excretas. Eso era lo bueno... ¡Había que ordeñarlas! ¿Como haces para coger la pata de la cabra, cruzarla por detrás de tu rodilla y atraparla en tus propias corvas y no enlodarte marronamente? Sumémosle que, ya en cunclillas, sin facilidad de movimiento, es preciso coger la teta y apretarla para lograr su leche. Hacíamos maromas para evitar contaminar la leche, para esquivar que la leche -blanca como la nieve- aparezca achocolatada en los porongos o en ollas de las clientes.
¿Como se hizo? Una jarra para la leche y otra con agua. Esta para lavar las manos y la ubre y, la otra para la ordeñación. Hasta las cabras se incomodaban con el procedimiento. Algunas, las ariscas, motivaban mayor ajetreo: había que pelear con ellas y sujetarlas forzosamente. La tarea exigía la actuación de dos o, en el peor de los casos, amarrarla al cerco y conseguir su fruto.
Esa noche de lluvia fue de alegría, de reniegos... También de aprendizajes. Las cosas duras de la vida tienen siempre una instrucción para las experiencias que vienen después.
Buen día, abuelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario