El hombre jaló la silla que reposaba junto al tabanco de lavar ropas. La mujer hacía lo suyo: restregaba en agua jabonosa las mugres de sus churres. El hombre pidió su atencion: "señora..." Descansó, jadeo, se sacó la gorra y con el dorso de la mano secó su propio sudor. "Carajo..." En sus adentros se preguntaba ¿Y cómo le digo? Golpeó la gorra contra su muslo y afirmó "señora: no deje que sus primas se peleen... Si me pasa algo, por favor, confío en que ud. sepa hacer lo que yo no pude".
La mujer le tomó atención a sus palabras y para menguar la tristeza de su expresion, dejó de fregar sus trastes y, le sugirió: "y yo que pensé que quería que le preste plata..." Cortó al ver que el asunto iba en serio, preguntó, ahora con cierta formalidad: "¿y que podría pasar?" El hombre sudaba... Parecía vergüenza, pero en realidad, era miedo... Miedo del de a de veras.
"Ya sabe ud... Las mujercitas no se llevan bien y, esas retrecheces se las dan en la comida a los muchachitos. Uno no tiene la vida comprada y lo que menos quiero es que luego de la muerte mis preocupaciones sean las mismas... A cada una les he dejado sus cosas en proporción a sus esfuerzos y al número de hijos y a las edades de estos y también... Bueno, teniendo en cuenta si son chivatillos o chivonas... Ud me entiende. No es lo mismo tener hijos chiquitos a que grandes, no es lo mismo una hija mujer en edad de estudio a que otra que ya tiene marido... Pues mis cosas están distribuidas de ese modo... De acuerdo a las necesidades de cada quien...
La mujer cortó el discurso fúnebre y para desnivelar la tensión "¿Y que piensas morirte? Ni creas. Tienes todavía cosas que pagar". El hombre no cambio su semblante. Siguió. "A mi edad o a cualquier edad uno puede morirse. Más yo que ando en mi camión 'parriba, pabajo, patodolau'... Me chocan, me desbarranco, me quedo dormido... Uno no tiene la vida comprada..." Con semejante exordio, continuó con aquello que entendía era importante. "Me dicen que debo dejarlo por escrito, pero apenas sé 'escrebir' y hasta lo que se escribe se malinterpreta... Así que no. Tampoco voy a ir al juez de paz... Pa que se enteren de mi vida, noooo. !Pa qué! Ellas saben sus respectivas posiciones..." Y mientras hablaba se tocaba el pecho, en señal de referencia a sus sentimientos. "Ya le he recomendado a mis muchachitos y a ellas que se cuiden... Que se consigan -si todavía pueden- un hombre de trabajo... Ahhhh eso no es lo importante... Si ellas trabajan aquello que les dejo, de seguro saldrán adelante sin tener necesidad de nada... Todos tienen secundaria y a los mayores les he dado hasta sus herramientas para que empiecen sus propios negocios... Un camioncito para el mayor, un terreno para su taller al otro, a la otra -la que se acompañó con el chicameño- le entregué un buen número de cabras para que se defienda...¿Treinta cabras -madres, algunas preñadas- está bien no? Y a tus primas, a cada una, les he construido su propia casa. No son del mismo tamaño ni de la misma forma... Pero tienen donde vivir, sin mendigar nada a nadies..." Se rió socarronamente y dijo... "Bueno hubiera sido que vivan en el mismo sitio... Jajajaja pero habría sido juntar a un gato con un perro".
La mujer también río y le recriminó la ocurrencia: "ya eso es sinverguenceria, aquiétese con lo que tiene". El hombre volvió a su quietud. "Me dicen que debo ir con un abogado y en uno de los viajes a Tumbes, consulté... El perecido quería cobrarme hasta por el saludo. Así que haga ud. que mi palabra valga". Del bolsillo de su pantalón sacó una libreta de apuntes, hizo correr las hojas con el pulgar y dijo... "Lo único que se escribir son nombres y números"y leyó: "Nico 200, Bautista Cruz 178, Emeterio Ludeña 535... En fin, aquí está anotado lo que debo o lo que me deben. No hay firmas ni nada. Es mi palabra escrita y no es porque dude, es porque me olvido... para que yo no me olvidé de nada. Si está escrito es por algo. Si está tachado, ya se ha cumplido y no vale... ¿Me entiende?" La mujer levantó los hombros en señal de duda.
"Quiero que a mi muerte ellas respeten mi voluntad; que mis hijos, si bien no se sentarán nunca en la misma mesa, al menos sepan que son hermanos y que ellos no tienen la culpa de mis pobrezas. Uno nunca sabe y a ud. solo le pido que no deje que ellas se peleen unas migajas que caen al suelo. ¿Puedo confiar en su palabra?" La mujer le extendió la mano y contestó: "me agarra desprevenida, pero pondré mi empeño por qué lo que ud desea venga bien, pero solo le ofrezco mi esfuerzo porque si ellas quieren pelear no habrá forma de evitarlo". El hombre se sintió escuchado y agradeció el compromiso, volvió la silla a su lugar y cruzando el breve vano que separaba las respectivas casas se metió en la suya.
El paisaje de aquella conversación se ha modificado. En aquellos días, equidistante a ambas casas había una planta de sabila, un huerto construido de quinchas de guayaquiles y algarrobos, la pesada silla de guayacán ya no está, la tarima lavarropas se fue pa otro sitio y las calaminas pasaron a mejor vida. Incluso el tamarindo -medida del límite de los terrenos- ha sido reemplazado por un cerco de ladrillos de cemento. Ahora mismo nosotros tenemos más edad que las edades de aquellos que se despedían dejándose formas testamentarias que la ley no reconoce.
Nota buena: Diez días después, dos mujeres y sus respectivas crías lloraban a un hombre al que llevaban en hombros y con los pies por delante.
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