La mujer vestía un traje sastre, la lozanía de su rostro exponía una edad no mayor de las tres decadas. Sus argumentos se virtieron con tal naturalidad que esos insultos relacionados al "síndrome de mamitis", de dependencia a la ascendiente casi que no parecieron un insulto.
El hombre, a su tiempo, dejó ver su rostro a través de la cámara. Pidió disculpas por sus fachas: una barba descuidada, los cabellos alborotados por -al parecer- recién despertarse, fueron la introducción para anunciar lo mejor: "las cosas no son lo que parecen. Salgo de una guardia médica y si revisan los diarios ha habido un triple choque con múltiples heridos. Ha sido una noche pesada... Las cosas no son lo que parecen y aunque la serpiente le habló floridamente a Adán, eso no hizo que dejara de ser serpiente..." Descansó, hizo una pausa. "Mi niña hace unos meses la rescaté de su propia mamá. Ella no advertía de su pediculosis capitis y si lo sabía no le importaba. No comía o comía puros dulces... Ahora mismo, debo esperar que despierte para darle su plato de avena".
El hombre no tenía abogado, pero sabía algo de tecnología mostró fotos de la niña en dos facetas, la que denunciaba y aquella otra en la que se exponía la superación de tales estados. La madre replicó "¿Quién no ha tenido piojos en su vida?" Y el juez, gráficamente, se rascó la cabeza. Se acordó de la rapadura de sus días infantiles, mientras que la mujer continuaba: "... Ambos trabajamos. Yo vivía sola con mi niña y tengo que hacer mis horarios profesionales en una posta de un caserío de la carretera a Chulucanas, con diez horas fuera de casa y regresar para hacer las tareas del hogar, las del colegio con mi niña y otras cosas a las que las mujeres estamos condenadas por el puro machismo patriarcal en el que vivimos... Hizo un silencio para remarcar: "preguntenle quien preparó esa avena, como se llama la maestra de la niña, quien es su mejor amiga y cual es personaje favorito en el cuento de Shrek... Él no sabe, pero con seguridad, la abuela sí... Lamentablemente yo vivo sola y apenas me alcanza para el alquiler del depa, para pagar a Silvia, la muchacha que me ayuda aquí en casa, y las otras cosas que se necesitan para vivir... Eso no significa que sea una mala madre... Tengo derecho a mi niña y estoy dispuesta a renunciar al deber de que me pague la pensión de alimentos y a ofrecerle la oportunidad de que sea un buen papá sin obligaciones económicas... La pequeña es mi hija. Yo la he parido".
El juez le apagó el micrófono luego de explicarle que su tiempo había terminado. El hombre tomó la palabra para decir: "¿No le dije? El veneno puede ser dulce pero no deja de ser veneno". El contra argumento de la mujer se limitó a solo un gesto: le mostró la lengua mientras ponía sus manos extendidas a la altura de la sien para agitarlas mientras movía desorbitadamente los ojos.
Habrá que tomar una decisión. Los hechos ya fueron expuestos. El juez se rasca la cabeza... Cree que tiene piojos.
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