lunes, 23 de noviembre de 2020

preJUICIOS

Era un hombre dotado de una fuerza física descomunal. Era temido por cualquiera que pretendiera liarse a golpes con él. La irascibilidad le brotaba por los poros, al punto que le importaba poco la vida ajena. Si no me creen, quizá el asunto debería ser respondido por los 30 varones a los que dio muerte para quitarles sus ropas y cumplir con una apuesta pactada con otras personas. Me parece que hubiera sido suficiente con que les robara… En fin, su mala cólera iba más allá: por el amor de una mujer que rechazó sus pretensiones, tomó venganza con los vecinos de aquella quemándoles los sembríos, además de exponer gran crueldad al untar en las colas de los zorros la brea encendida con la se provocó el incendio. En pocas palabras: era un hijo de puta. Literalmente: peleonero, irascible, promiscúo y hasta putañero.

Y a propósito de putas: cuando intentamos simplificar la dureza del significado solemos anunciar que es el “oficio más antiguo del mundo” ¿será cierto que lo sea? Si recordamos lo que se ha escrito del paleolítico, es muy probable que los primeros ejercicios profesionales estuvieran destinados a otras tareas, como por ejemplo, atender las exigencias básicas de subsistencia colectiva: los cazadores fueron los primeros llamados al reconocimiento: había necesidad de gentes hábiles para seguir las huellas de las presas o para advertir de los riesgos de los animales salvajes. Pero como no todo es carne, aquellos que podían distinguir los mejores frutos silvestres, resaltaron conjuntamente con los primeros: los recolectores se hicieron importantes. Y allí no más, a la par que los citados: esos que labraban la piedra con facilidad se colocaban en el podio de los ganadores en razón a que sin ellos, las puntas, cuchillos y raspadores con las que se defendían o se cortaba la carne o las hortalizas no hubieran sido fáciles de alcanzar. Así, aquella expresión no hace más que exponer un prejuicio del que no se tiene nada, más que la condena de los textos legislativos más antiguos.

Dicen los que leen acadio antiguo que en la “Epopeya de Gilgamesh” se tienen las primeras expresiones de recriminación de la explotación de la propia sexualidad. En realidad es una maldición: “Jamás construirás un hogar feliz, jamás te introducirás en un harén, la cerveza ensuciará tu bello seno, tus arreglos serán salpicados por el vómito del borracho, habitarás en la soledad y te ubicarás en las murallas”. Duras expresiones de condena; empero parece que no todas las culturas pretendían el mismo nivel de reproche. Veamos lo que dice el Deuteronomio 23, 17: “No habrá entre las hijas de Israel prostituta sagrada de culto pagano, ni prostituto sagrado de culto pagano entre los hijos de Israel." Y el dato es importante por aquello que oculta sin pudor: la condena es para aquellos que ofrecen sus carnes en razón a prácticas sacras de otras religiones, mientras que los que se dedica a la prostitución por razones particulares... que sigan en lo suyo, no más. Es más, hasta posibilita creer en alguna forma de prostitución religiosa en los tiempos primordiales de la cultura hebrea.

Los griegos de los tiempos arcaicos, eran aún más condescendientes con las prostitutas: se reconoce que fue Solón el primero en disponer una regulación específica para las casas de citas. Afirman que fueron dos: una, cerca al puerto y la otra, en el barrio de los alfareros, en noreste de la acropolis. Además de aquellas destinadas a prestar servicio al “populorum”, había de otras de distinta catadura, chicas A1, de elite, en las ademas de la delectación sexual, tal compañía aseguraba placeres  intelectivos que permitía escuchar de éstas sus consejos, conversar sobre asuntos de política, de filosofía, de negocios, hasta de los problemas familiares. Friné, por ejemplo, fue la "amante" de Praxíteles (y de varios otros intelectuales de esos días) y aumentó su fama por el juicio de impiedad (semejante al de Sócrates) al que fue sometida. Decía que “ella misma era la encarnación de Afrodita”, por eso es que, para representarla –cuentan los que vieron- se metía entre las aguas del mar así como dios la trajo al mundo y surgía en medio de las espumas marinas y, simulando el nacimiento de la diosa, mostraba la generosidad de sus formas ¿Habrase visto?

Regresemos a nuestro personaje de las primeras líneas. ¿Ya lo reconocieron? Es nada menos que el juez Sansón. Semejante libertino. El libro que anota su historia hace referencia a la prostitución como actividad permitida, pues de no serlo, no tendría caso que el autor sagrado lo cuente con tanta naturalidad: Dice que luego de haber matado a mil hombres con una quijada de burro, se fue la ciudad de Gaza para pachamanquearse con una moza de cascos flojos a la que pagó por sus servicios. Y, la historia sigue, porque no le fue suficiente: ¿Alguien podría negar que la tal Dalila era una hetaira, una prostituta de élite? El asunto es claro: sus paisanos sabían quién era ella y quien era él. De él ya hemos dicho: era la máxima autoridad de aquellos días: era un juez, el "Hércules" hebreo, y ella, una cortesana, que además fungía de espía pues a cambio de la información certera para los suyos tenía asegurada una buena cantidad de dinero que le aseguraba sus días de vejez.  El hombre se pegaba sus buenas borracheras, tanto que no se daba cuenta que hasta en cuatro oportunidades fue amarrado por sus enemigos y recién tomaba razón de su condición de presunto “reo” hasta en el momento en que lo despertaban. En la última ya no se escapó.

Bueno… ahora me dirán que, las prostitutas referidas en los libros bíblicos son extranjeras. Si claro… Sin embargo hay de aquellas que tenían la misma sangre que los hijos de Jacob: de hecho Judá –uno de los hijos de citado patriarca- se acostó con una prostituta que se encontró en el camino y resultó que era su nuera Tamara, la que –además- quedó embarazada. La pobre, se vio obligada a ofrecerse –engañosamente- como trabajadora sexual para asegurarse tener un hijo que le garantice algún futuro dada su viudedad (Génesis 38); mientras que aquella parábola de Salomón en la que resuelve el contubernio entre dos mujeres que pelean por la maternidad de un niño expone la realidad de las contendoras: era un par de prostitutas, que compartían el mismo espacio en el que, también, prestaban sus servicios (1 reyes 3, 16).

Desde el relato de Sansón, tal parece que la prostitución, al fin de cuentas, no es tan mala y, ser un juez putañero, tampoco.

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