viernes, 30 de octubre de 2020

Pilatos

Las cosas estaban color de hormiga. El hombre le dijo a los suyos que sería mejor buscar un refugio en  las laderas de las colinas aledañas a la ciudad. Allí en las afueras de la gran Jerusalén estarían mejor que en cualquier posada, incluso mejor que en Betania, casa de Lazaro, lugar en el que de seguro los buscarían. Quizá, como decía Yaakov, sería mejor buscar un muy buen espacio para esconderse entre las ruinas de los altares de Moloch, aquellos que Salomón mandó a construir y, que tiempo después fueron destruidos por el profeta Josías.  

El asunto es que no sólo daban miedo las advertencias del zorro de Herodes que amenazaba con aprehenderles, sino también los cuentos de vieja que daban espacio a esas historias de fantasmas que decían las gentes vagaban en inmediaciones del Monte de la Ofensa, espectros que robaban los recuerdos de las gentes a favor de sí mismos. Los espíritus de los recién nacidos ofrecidos en rituales al dios Moloch vagaban en las noches. Moloch era una vieja deidad cananea, de la que se decía daba voz a una estatua de bronce con ojos de fuegos y, cuya oquedad interna era no solo el horno de sacrificios, sino también la caja de resonancia para los chillidos, llantos y gritos desesperados de los ofrecidos en fuego vivo.  Quienes alguna vez habían pasado por esas abandonadas geografías, en noches de novilunio, cuando las noches son más oscuras, decían se podían ver, sentir, padecer a los espectros revolviéndose en el dolor de las llamas, haciéndose insufribles sus chillidos, sus lamentos, sus requiebros. Los mismos pastores de las cercanías preferían no apacentar sus ovejas por esos espacios y, aunque la estatua de bronce ya no existía, decían que las sombras de sus víctimas ofrecían apariciones que, en algún caso, habían hecho perder el seso, sin recuperación alguna. La maldición de Josías no solo había derrumbado las piedras de que estaban hechos esos altares, se extendía al fuego que había consumido el bronce que daba forma a la deidad y alcanzaba al futuro de esas tierras: "anatema sea quien horadare estos campos con su pie, o aquel que pretenda sus pastos para sus cabras, o intente plantar una casa en sus cercanías. El maligno le alcance con su espíritu intranquilo".

El maestro los calmó: “Témanles a los vivos. El nefesh, el aliento vital, regresa a Dios, porque Él sabe de que estamos hechos ¿acaso no se acuerdan que el salmista dice 'les retiras el soplo y expiran y a su polvo retornan'?. Son sus conciencias y sus miedos los que engañan a sus ojos”. En realidad, no logró mucho. El miedo permaneció allí, confundido en sus pechos. Así, acordaron pasar la noche allí, en medio del monte de los olivos. Se acomodaron y mientras conversaban de los peligros de la “Jerusalén que mata a sus profetas”, Simeon Kefa, ben Yoná, como el mayor de todos, recordó aquella historia de algunos años antes cuando el prefecto de Judea, Poncio Pilatos, recién llegado ordenó el cambio de la guarnición disponiendo que aquella que ofrecía seguridad en Cesarea se traslade a la torre Antonina en Jerusalén. El prefecto romano prefería que sus hombres de confianza se ubicaran cerca de Jerusalén mientras que él aseguraba su tranquilidad con el antiguo destacamento romano en tierras del mítico David. Los recién llegados llevaban sus estandartes, en los que aparecía la imagen del César, deidad a la que rendían pleitesía y que, habían dejado caer desde los torreones más altos de la fortaleza Antonina.  A los jerosolimitanos de esos días y a los demás fieles judíos y galileos no les vino bien el espectáculo ¿Cómo se atreven a exponer deidades profanas e ídolos humanos a pocos metros de gran templo de Yavéh? Entre los naturales de la ciudad, gentes del campo y peregrinos de las provincias helénicas se formó rápidamente una muchedumbre que decidió caminar los más de cien kilómetros que les separaba de la casa del prefecto para hacer saber sus reclamos con la intención de que fueran retirados esos estandartes. El grupo de gentes casi que llegaba al medio millar y, la distancia lograda a pie, hacía presumir que algún ecuestre pudiera haber adelantado la noticia a la autoridad romana. El destacamento militar les esperaba armado hasta los dientes y, debidamente posicionado para repeler algún ataque. 

Un par de hombres pidieron hablar con Pilatos, pero nadie les atendió. Nadie hizo eco de sus pedidos.  Las horas se sucedían lentamente. Los guardias al advertir que las armas más letales eran algunos garrotes de madera, pedreras de cabuya y  quizá algunos cuchillos que se escondían entre sus ropas, bajaron la guardia. Los hombres, aquellos que parecían los más instruidos en la leyes de Moisés pero también en los acuerdos con Roma, volvieron a insistir hasta que en el día quinto –cuando buen número de advenedizos ya se habían retirado- fueron atendidos por el tal Pilatos. “Parecía un hombre rudo”, dijo el hijo de Jonás y, luego añadió que desde la tribuna desde la que hablaba, les amenazó con darles muerte "si mantenían su oposición a los emblemas de la divina autoridad del emperador” y, mientras lo decía los soldados desenvainaban sus espadas… El miedo empezó a inundarles. Allí, inspirados por el ejemplo del viejo Enoc, que adelantó sus pasos,  se puso de rodillas y ofreció su cuello, mientras decía: “Es mejor morir a que trasgredir los mandatos de nuestro Dios… El nos liberará del yugo”. Los otros, los que aún permanecían allí, replicaron la escena con sus propios cuerpos. En silenció ofrecieron sus testas. Unos minutos después, el rudo Pilatos hizo ingresar al viejo Enoc a su palacete. Un tiempo después, éste salía con una sonrisa de satisfacción. El prefecto había decidido retirar los estandartes. Un mensajero salía por un extremo hacia Jerusalén. 

Yehudá Tadiyah y Matatiyah no parecían convencidos con el relato de Simeon Kefa, en la que se daba cuenta de un Pilatos misericordioso . El asunto era distinto: ahora era una circunstancia en la que se habían enunciado como seguidores del “hamashiaj”, del ungido de Dios, del enviado de David, del llamado para liberarles de la opresión. Ese hombre, que aquella vez había cedido, era probable que ahora se comporte de manera diferente, conforme a la crueldad con la que había actuado en otras veces. Y no solo era él, detrás también estaban los saduceos, esos usurpadores de la Casa del Bendito, que no hacían más ofrecer loas a la autoridad romana con tal de no perder la mamadera: la administración de las ofrendas y los dineros del templo. Matatiyah remató sus desconfianzas con aquella historia más cercana en la que gobernador romano mató a un grupo de galileos que se opusieron a la construcción de un acueducto con las ofrendas del templo. Y de esos hechos apenas había pasado algo menos de un par de años. Por eso, finalizaron diciendo: “ese hombre es implacable, de espíritu vengativo, de temperamento furioso”. Y todos cuchicheaban de otras acciones de semejante factura.

El maestro pidió un poco de silencio, les ofreció algunas palabras de aliento y les invitó, en ese momento, a pedirle a Altísimo, les inspire y de fortaleza de espíritu para la tarea emprendida. Cada quien buscó un lugar apartado. Unos para atenta vigilia, otros para ofrecer sus oraciones y, un tercer grupo para soñar con un mañana mejor. 

viernes, 16 de octubre de 2020

Sobre la novelada vida de Jesús

Mi muro, de un par de días acá, me anuncia desde las comunicaciones de mis contactos una precaución de orden religioso, que  resumo con doblez: no veas la serie novelada "Jesús" (que se trasmite en algún canal de señal abierta) por qué  calumnia a la "madre de dios" y de seguro meterá cuentos sobre la sexualidad de Jesús y hasta podría decir que tenia hermanos e hijos. Y el argumento remata: es una serie editada por una televisora que responde a intereses de otra religión. En dos palabras: va contra el dogma y contra la institucionalidad eclesial. 

Argumentos de semejante factura también se expusieron cuando en los finales del siglo XIX se discutía la introducción del matrimonio civil en el país. Carlos Ramos Núñez, en un viejo texto de historia del derecho civil peruano, recoge una carta de un obispo limeño, un tal Bandini, en el que auguraba: “Degrada la altísima dignidad a que el cristianismo elevó a la mujer, la vuelve a arrastrar sin piedad ni compasión a los antiguos templos de las falsas divinidades, en los que era lícito ofrendar el pudor con mengua de la virtud”. Anunciaba el prelado, que la pretensión de un matrimonio distinto al eclesiástico, sería la causa de muchos males, de la malformación de la sociedad, de... la proximidad del fin del mundo, digo, del fin de la sociedad cristiana.  

En medio del pasado siglo XIX, el Estado peruano reconocía una tipología de hijos (harto aberrante en estos días). Según Trazegnies, se distinguía a los hijos con los siguientes calificativos: legítimos, naturales, adulterinos e ilegítimos.  En mérito a las circunstancias históricas en las que vivíamos las instituciones tutelares no dijeron nada. Les parecía bien, pero en realidad, algo tenía que cambiar: había quienes decían que esas distinciones eran muy discriminatorias y, exponían epítetos, que se trasladaban también a la madre. En la vida ordinaria una mujer casada tenía más derechos (de los poquitos que se les reconocían) que una que no lo era y, aquella que sin estar casada tenía hijos, pasaba a ser un poco menos que escoria. La dignidad de la mujer, en pocos términos, venía disminuida, pero la preocupación eclesial se centraba en la administración de un poco de poder: la tenencia de los libros registrales de los matrimonios y su capacidad jurídico-civil de reconocimiento de la actuación eclesiástica. 

 Esas diferencias han venido disminuyéndose con el tiempo, empero no han desaparecido. Aun cuando nuestra legislación ya no tiene la distinción entre los hijos, todavía en los corrillos sociales aparece de vez en cuando esa diferencia: ¿recuerdan que hace algunos años a una periodista de espectáculos le enrostraban que era la hija ilegitima de un policía por el hecho de que había nacido –si la memoria no me falla- por fuera del matrimonio? En realidad, esas diferencias, inexistentes en la ley, siguen vigentes en la realidad y han motivado intervenciones del Tribunal Constitucional, para salvar diferencias cuando alguna institución privada pretendía distinguir entre los hijos y los hijastros que viven bajo el mismo techo. Esa decisión dio lugar al reconocimiento de las familias ensambladas. Las diferencias siguen vigentes, cuando instituciones religiosas piden que para postular a alguna entidad pública –que dirigen por convenio entre la Iglesia Católica y Estado Peruano- exigen que los niños que pretendan educarse en sus aulas sean bautizados. ¿Qué hace más? ¿Ser bautizado te hace diferente o mejora tus cualidades para adquirir formación escolar? 

 Las estructuras sociales se han ido modificando con el trascurso del tiempo. Habrán muy pocas personas que sostengan hoy que la diferenciación entre hijos: espurios, legítimos, falsos, matrimoniales, etc. es mejor que aquella otra que fundada en la dignidad de las personas y en la igualdad ante la ley prefiere decir que todos son hijos –y por tanto tienen los mismos derechos- independientemente de sí provienen de una relación matrimonial, convivencial, de un choque o fuga, o de un acto violento. Hemos evolucionado en ese aspecto. Ese progreso ¿puede aplicarse a nuestras vivencias religiosas? Hay quienes consideran que, aún estamos en aquellos tiempos en los que las verdades de fe son incontrastables y deben asentarse en nuestras conciencias sin dudas ni murmuraciones, bajo la pretendida intención de que, la feligresía es incapaz de entender la racionalidad que se esconde detrás de esas verdades (si es que hubiera alguna) y por eso elevan sus voces con ojos desorbitados: “no lo lean, no lo vean, no lo escuchen”. ¿Aun es posible –en pleno XXI- asumir la comparativa de feligresía y rebaño de ovejas? Recuérdese que en algún tiempo de la historia se predicaba la inerrancia del texto sagrado y por eso se condenó a muchos científicos. Hace algunos lustros los papas han reconocido que esas condenas nos avergüenzan; también –en algún tiempo de la historia- se defendía con fervor la infalibilidad del Santo Padre, pero a Francisco no se le ocurriría salir a decir que sus palabras son poco menos que la dios… De hecho, en más de una vez, el mismo se ha corregido a sí mismo.   

 Y la pregunta que está detrás es ¿Por qué no mirar esa historia novelada de la vida de Jesús con ojo lúdico? O mejor ¿Con ojo crítico? Quizá sería hasta mejor hacerlo con ojos ecuménicos: ¿Que hay en ella de verdad que me permita comunicarme con aquellos otros que adoran al mismo dios, pero que lo interpretan distinto? Los fieles del siglo XXI ya no solo los ignorantes del Medioevo que requerían de las esculturas de piedra y los “dibujitos animados” de las cornisas de los templos para la asimilación de la fe. El nuevo milenio exige nuevas formas de entender la fe y de relacionarse con aquellos que la viven de modo diferente. Si me preguntan sobre el asunto de la vida de Jesús… véanla y, si algo no entienden, pregúntenle a sus… pastores.  

El progreso se lee a la luz de una pantalla y ella es la cornisa de los nuevos tiempos. La fe es importante como también es importante reinterpretarla desde la perspectiva del progreso que nos regala la historia. De hecho, desde las nuevas tipologías, ¿No sería mejor pensar que la icónica y modélica familia cristiana es también una de las que ahora llamamos "ensamblada"? ¿José no es, acaso, un papá putativo? Eso, estoy seguro, permitirá entender, por ejemplo, la situación de los divorciados. Sin embargo, todavia no está escrito en tu catecismo.
Buenos días.

miércoles, 7 de octubre de 2020

ATEnción

La expresión “Ate-Vitarte” siempre –en mi cabeza- me conducía hacia la mitología griega. Cada vez que recuerdo el barrio en el que la noche le llega a mi viejo, siempre, me conduzco hacía la imagen de Zeus y su cohorte celeste, pero también a un desaparecido supermercado -situado en una calle perpendicular a la Av. Los Quechuas- que en mis días de chiquititud visitaba para matar el aburrimiento en un par de veranos que me tocó pasarlos en ese distrito limeño…

Ese super, de seguro ha desaparecido… Ni siquiera recuerdo el nombre. No obstante, hoy cayó en mis manos un diccionario de cosas de divinidades de este mundo y, se me ocurrió buscar ambas palabras. Respecto de Ate, se le reconocía como la personificación de error, una especie de divinidad menor que fue desterrada del cielo de los dioses griegos por pretender engañar a Zeus y, ante tamaño despropósito aquél la condenó al destierro eterno. Con esa decisión, la tal Ate hizo de la tierra su morada y se dedicó, ahora de lleno, a inducir al error a los hombres… Dicen que asentó sus pies en la región de Frigia y se fundó, a su instancia, la ciudad de Ilo –no a la de sur del país- sino la de la antigua región del oeste del Asia menor…  El asunto es que, en su cabeza, aún palpita la litispendencia que tiene con su padre Zeus y, como buena hija de Eris, representación divina de la discordia, mantiene en vilo su venganza que materializa en la acción de atormentar a los hombres con la ruina, el engaño, la insensatez derivados del error en el que suele introducirlos… incluso como mucha facilidad.

¿A quién, pues, se le ocurrió nominar con el nombre de tan fatal divinidad a un distrito limeño? No parece sensato, salvo que el fundador de aquel distrito efectivamente haya sido embriagado por los pechos de la tal Ate, que, siendo hija de dioses, de seguro, ha de estar prendada de embriagadora belleza.  La palabra Vitarte, en cambio, no aparece en ningún diccionario de mitologías.

El asunto no iba por allí… el distrito de Ate le debe su nominación a otras humanas experiencias, a otras más próximas de estos terruños nuestros. Sin embargo, alguna razón tendrá que existir para que la morada de los dioses griegos aparezca  en mis referencias recordatorias, en mis reminiscencias telúricas.  El google maps se encargaría de darme respuestas: allí no solo está Clio, la musa de la historia y  de la poesía épica, sino también Ceres la encargada de hacer parir a las semillas; Apolo, el niño bonito de Zeus; Pluton, el dios de mundo de los muertos; Atenea, la diosa de la sabiduría y otros varios más. Todos esos seres se anotan en las esquinas dando nombre a las calles conforman ese espacio habitacional, del que, además, ahora caigo en cuenta, se llama "Urb. Olimpo".... Y yo confusamente pretendía encontrar una relación entre "Vitarte" y Astarte", nombre de una diosa de otros cielos y que no viene a cuento, salvo por la homofonía final.
 
Por hoy, gracias a la diosa Ate, he superado mis erróneas evocaciones.

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...