viernes, 21 de agosto de 2020

Eufemismo

El libro es uno de poesía erótica. Todo en él es una parábola del amor sexual, del encuentro de los cuerpos, de la lascivia humana: “Yo dormía, pero mi corazón estaba despierto. ¡La voz de mi amado que llama! '¡Ábreme, hermana, amiga mía, paloma mía sin tacha! Mi cabeza está cubierta de rocío, mis cabellos de la humedad de la noche”, cuenta en las primeras líneas del capítulo quinto. Una edulcorada forma de hacer saber que la pareja está dispuesta a la copulación, que se apresta a la penetración, que todo está listo para ello. Todo en él es una metáfora: “¡Mi amado metió la mano por el hueco de la cerradura; mis entrañas se estremecieron” describe que ella tuvo un orgasmo; mientras que cuando dice: “Abrí yo misma a mi amado, pero mi amado se había marchado. El alma se me fue con su huida. Lo busqué y no lo hallé, lo llamé y no respondió”, en ese verso no hace más que quejarse ella, porque él no rindió lo esperado. 

El texto sagrado que acompaña a nuestra mesita de noche, además de ese libro de poesía amorosa, está lleno de metonimias con las que la sexualidad humana no hace más que exponerse reservadamente, para guardar la candidez de quien lee. Y “Adán conoció a Eva”, expresión que antecede al nacimiento de Caín no es más que una escondida forma que quiere significar que tuvieron sexo y, lo mismo ocurre cuando la moabita Ruth se mete debajo de las frazadas de Booz. Ella, por recomendación de Noemí, se presenta perfumada y muy bien vestida y, aprovechando que aquel, después de comer y beber, va a dormir “levanta su manta y se pone a sus pies” dispuesta a hacer lo que él diga. ¿Se nota la oferta implícita de sexo? Y líneas después, dice que a la media noche “él se estremeció”. Bueno pues, si en el Cantar de los Cantares, la novia tuvo un orgasmo; en el libro de Ruth, le tocó al varón… ¿Cómo se dice en lenguaje actual? ¿Coronar? Bueno si, eso fue. Y en el Génesis -regreso al libro cabeza- las dos hermanas Lea y Raquel, las eternas rivales por el amor de Jacob, se pelean por unas mandrágoras, que no tenían sino la finalidad de convertirse en una suerte de filtro del amor. En las creencia popular esa planta es una especie afrodisiaca, un vegetal a que se le atribuye propiedades para la estimulación sexual y la fertilidad. Una de aquellas parece que lo necesitaba con urgencia. En realidad era una competencia de fertilidades femeninas, demostrar quien podía parir más hijos.

Los juramentos de aquellos días, se relacionaban con lo sagrado, con lo íntimo de cada quien. De hecho, cuando Jacob está próximo a morir, llama a José y le dice: “Si he hallado gracia a tus ojos, pon tu mano debajo de mi muslo y hazme ese favor y lealtad; no me sepultes en Egipto”. La palabra “muslo” no hace referencia sino al pene, por lo que el juramento se hacía cogiendo los testículos de la persona ante la que se hacía el juramento. No obstante, también pudiera ser alusión a la vagina, como se anota en una de las tantas maldiciones que aparecen en el libro de Números: “Ingrese a tus entrañas el agua de la maldición haciendo que se pudran tus muslos y reviente tu vientre”. En una historia oral se cuenta que cuando Isaac debía verificar la virginidad de Rebeca, al no encontrar pruebas de su pureza, ésta se adelantó en decir: “Caí del camello y el tocón de un arbusto me atravesó el muslo”. Dicen que hasta le mostró el trozo de arbusto húmedo causante de la desvirgación. El órgano reproductor masculino también era referido con la palabra “pies” o, según el contexto, se hacía referencia a la copula sexual. David había “hecho su cochinada” con Betsabé y al enterarse de su embarazo, intentó atribuírselo al marido de la susodicha, y por eso lo hizo llamar desde el campo de batalla y luego de una fingida conversación le indicó: “Anda a tu casa. Te has ganado el derecho de lavarte los pies”. En el contexto, esa invitación a la higiene podálica  es una sugerencia a tener sexo con su mujer, aquella con la que el rey de Judá, el pastor de cabras, le adornaba la cabeza. 

Regresemos a los libros sapienciales. Tienen formas muy elaboradas de referirse a las relaciones coitales. Proverbios, para asegurar el amor esponsal, recomienda beber el agua del aljibe propio, y gozar de los raudales del pozo de tu propiedad, mientras que para condenar el yacimiento con mujer ajena anuncia en modo de reproche “¿Vas a derramar tus arroyos por las calles y tus manantiales por las plazas?”. En cambio, los primeros libros utilizan referencias más directas: el Levítico condena el descubrimiento de la desnudez de padre, de la madre o de la hermana, haciendo referencia, antes que a la posibilidad de fisgonear detrás de las cortinas, al yacimiento con alguno de ellos. Se hace más claro cuando se anuncia: “La desnudez de la mujer de tu padre no la descubrirás; es la desnudez de tu padre”. En razón de esa regla, en el Génesis, 49:4 Jacob le niega su bendición a Rubén diciéndole: “subiste al lecho de tu padre; entonces te envileciste, subiendo a mi tarima”. Tal parece que lo adelantaron con alguna de sus concubinas.

Y el sexo oral también tiene sus formas, sino ¿porque el novio del Cantar de los Cantares tendría que decir “estoy comiendo mi panal de miel junto con mi miel; estoy bebiendo mi vino como también mi leche”? En realidad, la libertad amorosa está más allá de toda forma: “Me levanté para abrir para el hombre que amo. Mis manos goteaban mirra. Mirra pura corría de mis dedos sobre la manilla del cerrojo”. En estas conversaciones impudorosas, la invitación juguetona, lúdica y lúbrica se escribe de forma distinta: “Amado mío, ven, vamos al campo, debajo de los árboles pasaremos la noche”. El “vamos al campo” es más que una insinuación. Tal expresión se repite un par de veces más y, de hecho, aparece en el Génesis aunque para relatar una circunstancia totalmente distinta.  ¿Sabías que por esa expresión, a Caín se le acusa de homosexual? Bueno pues, sí. Pero esa es otra historia.

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