jueves, 9 de agosto de 2018

Herejía

Esa tarde conversábamos. Los parlantes nos hacían oír aquel viejo vals que canta al amor traicionado y por el que no se está dispuesto a perder la vida bohemia. Los Embajadores Criollos lo exponían con tal sentimiento que, el cevichito de caballa se veía mal acompañado de esa edulcorada jarra de chicha morada. “Joven, tráigase una helada… la más helada”. El vals fue repetido a solicitud de uno de los comensales, hasta que uno preguntó “¿y que significa vaya al diablo el perrito y la calandria?” No tenía sentido la expresión, o en todo caso, parecía una de desprecio, no común, poco usada o quizá ya en desuso… Se intentó darle un sentido al verso en medio de este canto adolorido ¿Qué puede importar un perro o un pajarito ante un corazón apretujado por el dolor del desamor?

En la mesa de al lado, también tres hombres conversaban. Hablaban de la cosecha de uvas, de lo bien posicionado que estaba el departamento en la producción de frutas, se hablaban del mango, de su buena aceptación en los mercados asiáticos, de la novedad en la siembra de frutales experimentales como el tamarindo… de los miles de dólares que se había invertido en extensiones de maracuyá con la esperanza de que la producción sea buena y aceptada en los mercados internacionales. También se hablaba de la comida, del buen pescado y de los ceviches variados que habían degustado esos hombres en estos desérticos territorios. La tonadita de su voz, anunciaba que no eran peruanos y, las ajaduras de sus rostros permitían anunciar que ya superaban la sexta decena de años, cuando menos un par de ellos. Dos abandonaron el lugar, con la promesa de volver prontamente. En realidad, salió uno raudamente en una camioneta, mientras que el otro, conversaba a través del móvil, en las afueras del local. Manoteaba en el aire. El tercero, oía la conversa ajena.

¿Y porque una calandría? ¿Alguna vez has visto alguna? ¿Aquí en Piura? Ninguno supo dar cuenta de conocer a ese pajarito del que, además, hay un muy viejo corrido mexicano que lo hace símbolo también del desamor, en el que representa a la mujer coqueta, de cascos flojos e ingrata de corazón. Bueno pues… allí, en el “China hereje”, clásico vals peruano, aparecía una desacompasada afirmación: “vaya al diablo el perrito y la calandria”. No había acuerdo…  Era una expresión perdida, que el autor se inventó solo para completar sus versos o a lo mejor fue una disimulada forma de mandar al tacho todo… quien sabe. Dice mi madre, que todo lo sabe, que las calandrias mexicanas son lo que nosotros llamamos “soñas”. Dice ella… que todo lo sabe.

El hombre, que quedó solo, levantó su vaso y le hizo un salud a dos de los vecinos y, al verse aceptado en el brindis, sin reparos tomó su cerveza y se acercó. Decía “me gusta su conversación… quizá pueda ayudar”, mientras con un ademán, pedía permiso para unirse a la mesa por el lado huérfano de ésta.  Se presentó y, advertimos que no estaba bebido. Saludó con un apretón de manos para cada uno de los nuestros y dio su nombre. Recuerdo su nacionalidad: Uruguayo. “Oigo que se preguntan por un vals que, en mis diez años por estas tierras también he escuchado. Me gusta la versión peruana, ah… es muy buena...” Y continuó: “se acompaña bien de un buen ceviche y de una buena cerveza… mejor todavía, si hay algo que recordar”. Reímos aceptando sus dichos, quizá con el ánimo de no desairarlo… con la intención de ser amables.

“Nos damos cuenta que Ud. se dedica a la agricultura” El hombre volvió la mirada con asombro. “Lo digo porque el sol piurano deja huellas y, ese cintillo en su frente nos advierte que Ud. usa sombrero de ala ancha, como de los Catacaos”. “Sombrero chalán” dijo él, corroborando. “Me dedico a sembrar frutales. Vivo de eso. Hace ya tiempo que vivo por acá. Mi familia, inicialmente, se dedicaba a la venta de carnes y vine con ese afán de importar carnes uruguayas por estas tierras. No me fue bien, pero igual sigo ligado a la tierra”. Cada uno, ante la afabilidad, se presentó, indicando sus nombres y respectivas dedicaciones laborales. “Presentados estamos… pero mi atrevimiento queda justificado en la música. El china hereje llamó mi atención. La cantaba desde muy pequeño en el rancho de mi abuelo”. Y ante nuestra expresión de asombro, precisó: “ah… pero no en tonada de vals… en una muy propia de nuestra tierra, aunque los argentinos, le han dado prestancia… habrá que reconocerlo”. Y continuó “Mi bisabuelo, era hermano del autor de la cancioncita, y mi abuelo –en las fiestas familiares, con un bandoneón, la cantaba, quizá extrañando a alguna mujer traicionera…”

Quedamos anonadados. Aprovechando, la presencia de los pocos comensales que quedaban y, también la llegada de sus compañeros, de quienes dijo, uno era su socio y, el otro su hijo, se animó a cantar el “China hereje” en la versión de tango, en su letra original… La cantó sólo un poquito y, anunció con el pecho inflado: “esa es la inspiración de un antecesor mio, Dn. Juan Pedro López. A su gloria esta versión, aunque la primigenia es de los años 20. Del 23 para ser precisos”… Aprendimos desde su propia narración, que la letra era medianamente distinta, que allí el perrito y la calandria eran el par de animalitos domésticos,  que vivían con la pareja, probablemente, en una casa de campo, y que luego de su partida, también extrañaban a la china, esa que se ganó por su desamor, el título de hereje. Ellos, el perrito y la calandría, finalmente, también, sufrirían el desamor del traicionado… como si fueran ellos los culpables.

Aprendimos, finalmente, ya con algunas cervezas más, que los amores traicioneros nunca dejaran de ser la inspiración para letras muy bien entonadas... Un brindis por la comida piurana, por los amores traicioneros y por las buenas cosechas, nos separó esa tarde. Ojalá se repitiera.

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