Era la media noche y los pokemones se escondían en los parques. Hora de salir a buscarlos. “Pa… -dijo uno- vamos a salir al parque a buscar pokemones…” Se rió burlón y continuó: “Ya se que vas a decir que son huevadas… pero igual, vamos a ver cómo nos va en la búsqueda”. Con pocas posibilidades de negar la petición, la memoria prontamente, se remontó a treinta años atrás.
En el vano de la quebrada que corre por detrás de la capilla del barrio Nicaragua, allí se jugaba, a pata pelada un partidito de julbó entre un poco más de una docena de revoltosos. Se jugaba en apuestita de envoltorios de cigarros… cada cual, según la marca, variedad y precio, tenía su propia nominación numérica. Así, aquellos envoltorios de los que podías encontrarlos, a pedido, en cualquier kiosko o tienda, su nominación era baja, cinco, diez o veinte. Aquellos otros, en particular, acartonados, que alguna vez nuestros padres –aquellos que laboraban en las empresas petroleras- y que podían conseguirlos por la amistad con sus jefes extranjeros, alcanzaban valores de cincuenta, cien o doscientos.
El chiquillo tenía en sus manos un envoltorio distinto. En letras pequeñas por uno de los lados decía “Tabacalera Nacional. Envasado en Lima, Perú”, se anunciaba su nombre “Piel Canela”. Nunca había visto un envoltorio parecido, pero ahora tenía uno en los bolsillos. Lo mostró a los demás, y convinieron jugarlo como apuesta del segundo partido. Todos miraron el papel y, preguntaron por su origen pero también por su valía… nadie había visto alguna vez esa envoltura y, concedieron al dueño la posibilidad de asignarle un valor. Mil puntos… era un buen precio por tan extraña e ignota impresión cigarrera. Los del equipo contrario, miraron el papel, intentando no darle importante, con el ánimo de no reconocer el valor asignado… finalmente, el solo hecho de querer ganarlo, les motivó a poner “sobre la mesa” hasta lo que no tenían con la intención ser propietarios del mismo. Lo que se tenía, juntando todas las envolturas, alcanzaban solo hasta los ochocientos veinticinco puntos.
Con algo menos de doscientos puntos de diferencia, el segundo partido quedó suspendido con el compromiso de que los equipos quedaban así conformados y, a las cuatro de la tarde del día siguiente, se alcanzaría la totalidad de envolturas que sumando logren el valor de aquella. Mientras tanto, el más serio de todos sería el encargado de guardar las apuestas. Con Caliche -que así le decíamos- no había nada que temer. Lo que quedaba de la tarde, hasta los del bando contrario se dedicaron a buscar por todos lados envolturas que posibilitaran el precio requerido: Los Ducal, Salem, Camell, Marlboro, Inka, Winston, Commander, etc. se juntaron en el alma de aquellos chiquillos y se hicieron cómplices con el ánimo de hacerle frente a ese desconocido “Piel Canela”.
Llegó la tarde esperada. Los silbidos de llamada aparecieron en las fachadas de las casas. Alguno no llegó y tuvo que ser suplido… Las fuerzas de ambos equipos se equipararon, cada capitán verificó que la gente fuera la considerada suficiente como para ganar. Se jugó a tiempos. “treinta y treinta, con diez de descanso”. Así quedó pactado. Los “propietarios del billete valioso” -si es que vale la expresión-ganaban el “partidito” uno a cero, por lo que empezaron a lanzar la pelota lo más lejos que se pudiera, e intentaba que cayera en algún corral vecino. Eso aseguraría la victoria. Los del equipo contrario advirtieron la nefasta estrategia y ante el hecho, sentenciaron: “La vuelven a botar y, por cada minuto que se pierde en ir a recogerla, se extiende el tiempo de descuentos… avisados… tramposos de mmmm…” La respuesta no fue pacífica. “Calla, huevon… Qué culpa tenemos que el viento se lleve la pelota… tampoco es así… Así que no jodan, carajo… Uds. son malos no saben jugar”. Los ajos y las mieles, así como el recuerdo de las madrecitas, aparecieron. Iban y venían con recelo… Corría un minuto del descuento y, el empate apareció. La tranquilidad volvía para el bando perdedor; pero también la posibilidad de remontar el resultado con la intención de hacerse del tal “Piel Canela” que parecía el estandarte que había que robar.
Un tiempo adicional de juego, motivo un nuevo tiempo: “cinco y cinco, sin descanso”… El resultado final favoreció a los contrincantes; sin embargo, alguna mano negra hizo desaparecer el trofeo peleado… Los ánimos avivados dejaron de serlo y se convirtieron en una muy sería trifulca de dos bandos, luego de haber buscado por largas horas las envolturas necesarias para ganar, ahora ellos mismo se convertían en pokemones que se enfrentaban entre sí por un trofeo inexistente… y por sí hubiera que evitar algún rezago o huella de lo acontecido, esa tarde, casi al anochecer, en el campo de “julbito”, solo quedó una gran cantidad de lo que un par de horas antes eran preciados billetes… convertidos ahora en basura que el viento se llevaba… No había nada que hacer. Nunca se supo si el “Piel Canela” se libró de aquella furia. Jamás volvió aparecer.
Una semana después, los silbidos de la mancha evidenciaban el olvido de ese enfrentamiento campal y, buscaban al amigo para volver a jugar un partidito… otro que permitirá la paz al grupo… No había envolturas que buscar, tampoco pokemones escondidos… Ellos mismos, pokemones de otras lides, buscaban volver a ser amigos…
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