viernes, 27 de octubre de 2017

Trelles

¿Alguien recuerda al profe Trelles? Hay razones para no recordarlo. La primera, el tiempo transcurrido; la segunda, el hecho de habernos ofrecido solo dos o tres clases; la tercera, las limitaciones de nuestra memoria.

Eran los primeros días del año escolar de 1985 y, ingresábamos a un espacio nuevo, el de la secundaria, allí donde nos habían recomendado con rigor mayor esfuerzo por el asunto de la polidocencia. Conocíamos en esos días y, de a pocos, a los que nos enseñarían alguna materia a lo largo de la secundaria: los hermanos Pedro y Benito López, dados a materias opuestas: matemática y lengua, respectivamente; Gustavo López y Dñ. Olda Olaya de Gallo en sus clases de historia, Benjamín Medina estrenándose como docente en las clases de religión; Víctor Hidalgo López, cuyas sesiones de psicología eran un espectáculo, Dña Bertha Céspedes y el “Negro” Martínez nos enseñaron algunas cosas de la gramática de la lengua de Shakespeare, “Margarito” era el encargado de la formación física y la Sra. Herlinda Herrera asumía la materia de educación laboral. La buenamoza Emérita Marchan bienhadada al dictado de frases cortas y al análisis literario de obras universales, “Bimbo” era el especialista en las fórmulas químicas y físicas, Armando Peña y los cursos de educación cívica.

Ese año, nos recibió en ese salón del lado suroeste el “profe” de Educación para el arte. En la primera clase, luego de las presentaciones de rigor, indicó que necesitaría algunas cosas para aprender a pintar, si así lo queríamos. Probablemente, explicaría el asunto desde la perspectiva de las escasas economías familiares, por lo que, la petición de implementos se efectuaría conforme avanzaramos en el curso y cumpliéramos con los objetivos trazados. Pidió por adelantado cartulinas, simples o dúplex, para con ella formar nuestros primeros “lienzos” y algún pincel. Quien no tuviera para comprarlos, podía elaborarlos –dijo- con sus propios cabellos. Claro, creo era una broma. Un par de clases más: una de tonalidades de color y, la otra destinada lograr parte de un bodegón en grises, y se fue del colegio. Se despidió indicando que había logrado su cambio a otra institución educativa.

Para esos días, el asunto nos fue desapercibido y han trascurrido treinta y dos años. ¿Quién podría recordar a alguien con quien solo ha tenido muy breve contacto? Dicen, los especializados en la psicología del testimonio que, el contacto con una persona desconocida de muy escaso tiempo es también insuficiente para un reconocimiento posterior y, por ello se postula que los reconocimientos en rueda de personas son insuficientes para atribuir alguna acción. Eramos chiquillos y, nuestra mejor pretensión era la de no tener clases o que si éstas eran irremediables, que fueran de educación física. No importaba quien fuera el profesor: el anuncio de alguna enfermedad del docente, aunque suene duro, nos llenaba de alegría, pues era siempre mejor no tener clases. Y si se iba para no volver, mejor todavía.

Hace unas horas, un hombre moreno, de cabellos lacios, flaco, entrado en años hacía cola en una entidad bancaria. Iba adelante. En el zigzag de la cola pude advertirlo y al tenerlo cara a cara le pregunté: ¿Es Ud. el profesor Trelles? Sí, me dijo, con cara de desconcierto… ¿y Ud.? Fui su alumno en el año 85, en Máncora. Se quedó pensando… Quizá del 84. El 85 ya no estuve en el Alberto Pallete. Le repliqué: “Estuvo un mes o algo más?” y luego, de pensar un poco, contestó: “Es verdad, tienes razón”. Nos sonreímos. El breve espacio del zigzag, nos invitó a despedirnos. Un fuerte apretón de manos y, un generoso “gracias”, nos despidió.

Él nunca recordará mi nombre, ni mis orejas grandes, ni ninguna de mis otras características personales y, yo, ahora, aún sigo preguntándome como es que mi memoria se devolvió en el tiempo, retornó treinta y dos años atrás para rememorar aquella vez que me dijo: “Con un lápiz de carbón, Ud. puede hace cosas interesantes. El trazo hay que perfeccionarlo. Ud. puede mejorar los detalles”. Nunca me ha interesado ni el dibujo ni la pintura, pero quizá la dedicación que le puso a sus últimas clases se convirtió en el condimento indispensable para que se guarde en mi memoria esa breve escena ocurrida debajo de un techo de eternit de onda corta, en un salón de clase, en cuyo extremo faltaba parte de la cubierta y, permitía que, al medio día, el calor se hiciera sentir.

No obstante, siendo la memoria extraña y también esquiva, no alcanza para su nombre completo. ¿Alguien recuerda al profe Trelles?

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