Corría el último año de facultad y la preocupación era donde hacer las prácticas pre-profesionales para alcanzar prontamente el título profesional y materializar el “para que seas otro en la vida” de nuestros viejos. Había varias instituciones que ofrecían puestos para practicantes, pero no todos eran pretendidos por algunos. La pelea se concentraba entre los mejores por las instituciones que ofrecían estipendio a cambio de las horas de aprendizaje. En aquellos días, no había obligación legal de pagarlas, pero si necesidad de controlar los tiempos dedicados a esas tareas para asegurar los espacios dedicados a las clases universitarias y al estudio personal. Solo tres o cuatro eran de aquellas que permitían que a fin de mes puedas tener algunos soles en el bolsillo.
El lugar al que se pudo acceder se ubicaba frente a la plazuela que lleva por nombre el de un pintor muy reconocido. En aquellos días, las palomas anidadas en los campanarios de la iglesia, que daba cobijo a la institución receptora, se paseaban por la plaza muy de mañana buscando que comer. Éramos tres, llegamos y tímidamente tocamos las puertas. En la recepción, una avejentada mujer, de formas amables, casi forzadas, nos recibió ofreciéndonos ser atendidos prontamente. Luego de unos minutos, anunció: “Pasen jóvenes. En el salón del fondo, les esperan”. Se me asignó trabajar con una abogada, a quien, cuando menos, conocía de vista por ex alumna de la misma universidad. Nuestras primeras tareas fueron las de verificar que el papel estuviera listo en las impresoras, en aquellos días, de cinta, simulando ser máquinas de escribir. Más tarde se nos dio de tarea el “seguimiento de casos”, dígase ir al juzgado para verificar si se había cumplido con la notificación, si existía algún depósito judicial que cobrar, si ya se había expedido resolución para nuestros pedidos… Nuestra oficina era una de aquellas dedicadas al ejercicio del derecho en favor de las personas sin recursos, una especie de defensoría pública para personas pobres. De pobreza, en el más amplio sentido, y se prefería de decir “personas en estado de vulnerabilidad”, porque no sólo se trataba de defender a la viuda, al pobre y al huérfano conforme al significado semántico, sino que se asumía causas en las que, aún con recursos las personas se veían disminuidas por el solo hecho de pensar distinto, de exponer sus ideas contra el gobierno de turno, lo que podía suponer acusaciones de terrorismo, defraudaciones tributarias, incitación al desorden público.
Por esta vía nos fuimos acercando al ejercicio del poder desde donde imparte la justicia. La cosa no era fácil: el sólo acceso al expediente podía durar días, pues se perdían en los desordenados anaqueles y estantes judiciales, pero además, advertíamos que, como que lo aprendido en las aulas no era lo mismo que lo que se encontraba en ellos: en algunos expedientes, de un secretario específico, se anotaba en las declaraciones de los acusados el juramento de “decir verdad” sobre los hechos; alguna vez, el secretario llamó a la jueza para que obligue al imputado a contestar las preguntas cuando hacía ejercicio de su derecho a no declarar… Y no parecía extraño. Nuestro primer caso, estuvo relacionado con un habeas corpus en favor de un muchacho desaparecido, decían, en ejercicios militares; pero que según alguno de sus compañeros –sin decirlo a viva voz- había sido muerto por un capitán, a la llegada al cuartel, porque no quiso cumplir la orden de escupir un gargajo en el plato de un compañero. También había quienes anunciaban que no había muerto y que estaba detenido en alguna de las celdas del centro militar, debidamente custodiado sin posibilidad de alimentos que no sea un mendrugo de pan y una vianda de agua. Ya había pasado cinco meses, desde la última vez que fue visto vivo. Sus padres agotaron los recursos que su imaginación les permitía: hablaron con el comandante, con los capitanes, con los compañeros y no se sabía nada de su paradero. La prensa había dado cuenta hasta de las sospechas. Lamentábamos que la justicia fuera tan lerda, incluso con un habeas corpus, del que se dice es más rápido que el efecto de un par de cervezas, y nos parecía inaudito que la jueza del caso pusiera tantos peros para programar una visita a las instalaciones del cuartel para verificar lo que se decía de la detención. Renegamos de los jueces y, era una promesa no trabajar en una institución estatal tan burocrática, tal malhadada. La justicia, nos parecía, solo era un remedo o una burda falsificación.
Seis años después, las cosas habían cambiado, las formas de gobierno de la institución encargada de la administración de justicia habían cambiado, el régimen autocrático de gobierno nacional había desaparecido, la marcha de los cuatro suyos era una historia de la que sentirse orgulloso, las levas –el reclutamiento forzoso de jóvenes- eran cosa del pasado, los movimientos cívicos tenían a punto una ley que prohibía la obligatoriedad del servicio militar, los periódicos chicha eran “periódico de ayer”, los vladivideos ya era noticia común en el internet… las cosas eran muy distintas… Ya no era practicante, me había integrado al grupo de abogados de la institución.
Era el mes de julio del año de inicio del segundo gobierno de García y, la autoridad máxima de nuestra institución, en frente de todos, se despedía, exhortando a cada quien a no desmayar en las ilusiones, a no renunciar a los anhelos personales, a no tumbarse de la escalera que nos lleve a nuestros sueños: “Los sueños personales no pueden depender de otros; menos, de aquellos que se imponen como obstáculos”, nos decía. Venía un nuevo jefe y, pedía –aunque no se entendiesen sus decisiones- se le obedezca con la libertad de los hijos de Dios. Ese mes de julio, las cosas cambiaron. Cambiaron en sentido opuesto a como habían cambiado las cosas en el país: las instituciones se había renovado, otras nuevas había aparecido –como la defensoría del pueblo por ejemplo- un nuevo modelo procesal punitivo se había instalado y progresivamente iba tomando rumbo en las distintas organizaciones territoriales. Nuevos vientos se advertían a lo lejos… En la institución, en cambio, las políticas cambiaron hacia el otro lado. El pobre, la viuda y el huérfano, nos parecía, quedaban sin significado, un significante huero, vacío. Había que salir a buscarlos en otra parte. Las cosas se hicieron laboralmente difíciles, los cooperantes cerraron sus proyectos, la vaciedad laboral llenaba los escritorios y los hostigamientos –mutuos- motivaron las salidas de los que, un par de años antes, nos despedimos del viejo de cabellos blancos.
Algunas semanas nos dedicamos a la defensa libre, mientras nuestras referencias personales fueron ofrecidas en algunas instituciones públicas, en particular aquellas con las que nos habíamos relacionado durante el tiempo anterior. Había pasado ya dos meses, casi que nos acomodábamos en el mercado de los abogados del ejercicio libre, y una voz del otro lado de la línea, nos indicó: “el Presidente desea hablar con Ud. será posible una entrevista para el día de mañana a 9.00 a.m. en su despacho”. Le replicamos “Allí estaremos”. Un hombre, de escasos cabellos, negros por la tintura que les acompañaba, de bigotes, nos esperaba. Una amplia sonrisa, nos daba noticia de la nueva que nos esperaba. Conversamos, brevemente de las motivaciones personales, del pasado inmediato, de una demanda –o de varias- laborales, de las nuevas políticas en mi antiguo centro laboral y las que él pretendía para su institución, hasta que finalmente indicó había un juzgado que no tenía juez y, era de materia penal y, se necesitaba nuevos aires en él, que se tuviera la intención de estar preparado para el nuevo modelo procesal que se pretendía en los próximos meses, de la necesidad de lidiar con los viejos cucos que, a veces no quieren irse… ¿Y cuando empiezo? –Ahora mismo, fue la respuesta. “Umh… Déjeme pensarlo” y sonreí. Nos estrechamos la mano. A las 9.30 de ese día 14 de junio, luego de un juramento solitario, me lanzaba a nueva aventura… Hoy, nueve años después, inquieto por cuánto hay de bien procurado en el trabajo que realizamos, seguimos en ella.
Con la misma ilusión. Ahora renovada.
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