miércoles, 28 de diciembre de 2016

Condenado

Lo procesaban por varios delitos. Entre otros, por falsificación de documentos.  Era el momento de los alegatos finales y, su abogado defensor mantenía la posición de inocencia, basado en… una doctrina similar a aquella teologal que sostiene que la determinación del sexo de los ángeles viene definido por la proporcional combinación de helio e hidrógeno de que están hechos. El asunto era que, sobre el acusado pesaba la imputación de haber elaborado y utilizado una resolución judicial con sellos y nombres de funcionarios jurisdiccionales inexistentes, haber adulterado un título de propiedad predial, que supuestamente lo había emitido la municipalidad provincial del sector y, finalmente, haber falseado un documento de registros públicos en el que, se indicaba que el predio xyz, dejaba de ser un bien en copropiedad –con quien había sido su conviviente hasta hacía unos meses- para convertirse en una propiedad individual, en su favor personal… evidentemente.

El hombre, en su declaración porfiaba –convencido hasta los tuétanos- de que un par de hombres habían llegado a su casa en Chulucanas, provenientes de Lima, llevándole dichos documentos, los cuales habían tramitado a su solicitud, luego de que en una oportunidad, le fueran presentados por el Presidente de la Corte Superior de Piura, cuando circunstancialmente pudo hablar con éste, quejándose de lo mal que lo estaba tratando la justicia chulucanenses. El asunto es que hacía referencia a que había conversado con esos dos abogados, había convenido en pagarles cincuenta soles por sus servicios (en cada vez que conversaran) y, que desconocía sus nombres, recordando tan solo que tenían un fotocheck en el que aparecía el título “Ministerio de Justicia, Lima”. Por lo demás, en juicio, el Ministerio Público había presentado tres pericias distintas, que señalaban que los documentos eran fraguados, un informe de la misma Administración General de la Corte de Piura en la que se indicaba que los funcionarios que firmaban la resolución judicial no aparecían en los padrones de trabajadores de dicho Poder del Estado. También, la Municipalidad Provincial de Chulucanas alcanzó en el proceso, el original del título de propiedad predial y el expediente con el que Cofopri realizó dicho saneamiento. La Sunarp, por su lado descartaba la autoría del documento que se le achacaba con la sola evidencia de la burda falsificación: el logo no correspondía a la institución, el lenguaje utilizado era vulgar y poblano y, la impresión  y fecha no correspondía a las máquinas de la época en que supuestamente se había expedido el documento.

En otras palabras: la condena caía de madura. No obstante, el abogado en sus alegatos mantenía la posición de inocencia, alegando que su patrocinado había sido engañado por dos desconocidos. Siguiendo el mismo tenor, el imputado, en su defensa final, argumentó: “Soy inocente señor. Los dos abogados se han aprovechado de mi ignorancia y se han enriquecido con mi dinero, pido que se haga una investigación exhaustiva, para que me devuelvan los ciento cincuenta soles que les pague… y también la cajita de mangos que me pidieron en la segunda oportunidad”. En ese momento, el juez confirmó que la sentencia no sólo debía ser condenatoria sino también efectiva.

No nos alcanza la memoria para el nombre del bendito señor, pero sonaba a una cosa como “Huigenstein”, al menos, eso si nos parece ahora mismo. Y con parsimoniosa solemnidad, se le leyó: “...Y se le condena a tres años de pena privativa de libertad, que debe ejecutarse desde esta fecha en el penal de Río Seco”. Mientras el secretario leía, la cara del abogado palidecía y el imputado le cogía el brazo con el ánimo de acercársele y hacerle alguna pregunta. Sólo se oyó de boca del defensor: “Te vas preso, primo”. Y en ese instante, el hombre se fue desvaneciendo de a poquitos… le temblaba un brazo, luego el otro y, expedía gemidos guturales, mientras que su cuerpo se chorreaba desde la silla en la que estaba sentado. El juez, muerto de miedo, (era la primera vez que le ocurría una cosa así, en sus cortos cuatro meses en función), llamó urgentemente al médico legista y, este se presentó en menos de diez minutos. Durante ese periodo, el hombre desmayado fue bajado desde el segundo piso por una angosta escalera por uno de los secretarios, el abogado defensor y el propio juez. La mujer del acusado, gimoteaba, maldecía, pedía inmediatez para la atención médica.

El médico -con su paciente en el suelo- le puso el estetoscopio en el pecho y escuchaba con atención, levantó forzosamente el párpado y reviso las pupilas, le tomó la temperatura y verificó el pulso en varias partes del cuerpo… Pidió que le explicaran que había pasado. Sonrió con preocupación. Luego anunció, dirigiéndose al juez: “Señor juez, el señor está bien, sus signos vitales son normales, los latidos, la presión… todo está bien…” Se agachó sobre el cuerpo y puso su oído sobre su nariz –supongo con el ánimo de oír su respiración-, le masajeo los brazos y, luego por ambos lados del tórax le pellizcó con fuerza, para verificar su reacción.  El hombre mantenía los ojos cerrados y el sonido gutural de su garganta… “No entiendo por qué no despierta. Llevémoslo al hospital”, dijo, e hizo una llamada… “No hay camas, pero es un asunto de emergencia…” sentenció. “Alcánceme mi maletín”, le pidió a uno de los curiosos y con cierto apuro, desalojó la sala, quedándose cuatro o cinco personas, entre el juez, el secretario y el abogado defensor.  El vigilante tuvo que sacar  a rastras a la compañera del desmayado. “Tendremos que cortar la vena aorta a la altura del corazón, para ver qué pasa…  Así, que tenemos que abrirle el corazón. Les ruego, le cojan los brazos y las piernas con fuerza. No tenemos de otra. No hay camas en el hospital... Lo lamento, pero sus camisas se van a manchar de sangre”.

“A la voz de tres, empezamos”, díjo. Todavía no decía “dos”, y el hombre “despertó” azorado y pegó un brinco: “Señor juez no quiero ir preso, por favor… tampoco quiero que me corten el corazón… Por favor... hágalo por mis hijitos”.

Esa mañana no hubo más audiencias. Había necesidad de llevar al sentenciado al penal de Rio Seco, no sea que se muriera de verdad.

No hay comentarios:

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...