Laurence Chunga Hidalgo
Abogado
Los resultados de la evaluación de conocimientos a los profesores que postularon a una plaza al Estado ha desilusionado al país. Nos enfrenta, nuevamente, con la realidad. Hace mucho tiempo que se viene diciendo que la educación peruana está en crisis y, después de la evaluación censal del año pasado, se denunciaba que el 85.7% de profesores del Estado no podían resolver operaciones matemáticas elementales y que el 48.5% no comprende lo que lee. En consecuencia, la esperanza que el examen de postulación del pasado 09 de marzo fuera positiva, se quedó sólo en eso, o lo que es peor, fue un sueño del que, hasta los propios postulantes, han despertado para reconocer que la formación de los profesionales de la Educación es también parte del problema.
Los que aprobaron la primera fase de la evaluación apenas representan el 0,079% de los 189 118 que se presentaron al examen. Y ese desnutrido porcentaje se contrapone a todas las posiciones que desde las distintas instituciones ligadas a la educación se han vertido en los últimos tiempos y ha tumbado algunas míticas verdades que, sin mayor sustento se sostenían.
Desde el ejecutivo, por ejemplo, casi con terquedad, se planteaba que la única forma de garantizar una plana docente de calidad era permitiendo que sólo fueran contratados aquellos profesores que se hallaren dentro del tercio superior del cuadro de méritos promocional. La presión ejercida desde los gobiernos regionales y la Defensoría del Pueblo obligó a que el Ministerio de Educación, sin que se convenciera de ello, reconsiderara la medida. Sin embargo me pregunto: De los 189 mil y tantos postulantes ¿Cuántos pertenecían al tercio superior? Debo suponer que esos 151 profesores que pasan a la segunda fase no representan el universo de ese “tercio superior”. Es más, es muy probable que entre ellos, muchos no hayan pertenecido a ese grupo “elite”, así como es muy grande el número de docentes que con su respectivas certificaciones de pertenencia a la “crema y nata” de su promoción se quedaron con los “crespos hechos” porque ni siquiera han alcanzado el 11 que se requiere para el “repechaje” de mediados de año. En consecuencia, si el Ejecutivo no estaba convencido de la naturaleza discriminatoria que suponía tal requisito, alégrese de haberlo eliminado por que no era un parámetro objetivo para garantizar que la educación peruana pueda alcanzar estándares internacionales de calidad.
Un segundo mito se deriva de la supuesta mejor formación que ofrece una universidad frente a la que ofrecen las instituciones de educación superior no universitaria (pedagógicos), lo que deriva en la rivalidad existente (ahora, hasta inconsistente) entre el docente con titulo de “profesor” y el que ostenta el grado de “licenciado en educación”. Hasta la saciedad se ha denunciado que la proliferación de pedagógicos de gestión privada -permitida en la década pasada- es una de las causas de la mala calidad de los docentes nacionales. Si cogemos el exitoso 151 de aprobados y, aún cuando todos fueran egresados de universidades –públicas o privadas- no es un número significativo que garantice que las universidades ofrecen mejor formación que los institutos de educación superior no universitaria. Por tanto, los centros de formación de profesores, cualquiera fuera su naturaleza, tienen su cuota de responsabilidad en las consecuencias negativas de ésta evaluación. Es menester indicar que, si el número de aprobados se los adosáramos a los centros pedagógicos, el resultado sería peor que el citado, pues, al parecer, son más los profesores que egresan de estos centros que de las universidades. Es mucho mayor el número de pedagógicos que el de facultades de educación adscritas a una universidad.
El SUTEP por su lado eleva las banderas de las expresiones políticas para indicar que el examen ha sido una trampa para presionar a los profesores del país. Lo único cierto es que hace mucho tiempo se halla desacreditado. Finalmente, los propios postulantes: bajo el favor de la duda, presumo que cuando menos la mayoría se preparó concientemente respecto de los contenidos y competencias exigidas para la evaluación. El tema es: ¿Tan pocos lograron, el 4.5% del total de examinados, asumir los temas importantes dentro de los contenidos y competencias exigidas?. Ello supone calidad en el discernimiento e inteligencia para definir aquellas cosas que son importantes. Lo demás ya fue les dado. Sólo me queda solidarizarme con aquellos que su vocación de maestro les permitirá superar la experiencia vivida.
Los que aprobaron la primera fase de la evaluación apenas representan el 0,079% de los 189 118 que se presentaron al examen. Y ese desnutrido porcentaje se contrapone a todas las posiciones que desde las distintas instituciones ligadas a la educación se han vertido en los últimos tiempos y ha tumbado algunas míticas verdades que, sin mayor sustento se sostenían.
Desde el ejecutivo, por ejemplo, casi con terquedad, se planteaba que la única forma de garantizar una plana docente de calidad era permitiendo que sólo fueran contratados aquellos profesores que se hallaren dentro del tercio superior del cuadro de méritos promocional. La presión ejercida desde los gobiernos regionales y la Defensoría del Pueblo obligó a que el Ministerio de Educación, sin que se convenciera de ello, reconsiderara la medida. Sin embargo me pregunto: De los 189 mil y tantos postulantes ¿Cuántos pertenecían al tercio superior? Debo suponer que esos 151 profesores que pasan a la segunda fase no representan el universo de ese “tercio superior”. Es más, es muy probable que entre ellos, muchos no hayan pertenecido a ese grupo “elite”, así como es muy grande el número de docentes que con su respectivas certificaciones de pertenencia a la “crema y nata” de su promoción se quedaron con los “crespos hechos” porque ni siquiera han alcanzado el 11 que se requiere para el “repechaje” de mediados de año. En consecuencia, si el Ejecutivo no estaba convencido de la naturaleza discriminatoria que suponía tal requisito, alégrese de haberlo eliminado por que no era un parámetro objetivo para garantizar que la educación peruana pueda alcanzar estándares internacionales de calidad.
Un segundo mito se deriva de la supuesta mejor formación que ofrece una universidad frente a la que ofrecen las instituciones de educación superior no universitaria (pedagógicos), lo que deriva en la rivalidad existente (ahora, hasta inconsistente) entre el docente con titulo de “profesor” y el que ostenta el grado de “licenciado en educación”. Hasta la saciedad se ha denunciado que la proliferación de pedagógicos de gestión privada -permitida en la década pasada- es una de las causas de la mala calidad de los docentes nacionales. Si cogemos el exitoso 151 de aprobados y, aún cuando todos fueran egresados de universidades –públicas o privadas- no es un número significativo que garantice que las universidades ofrecen mejor formación que los institutos de educación superior no universitaria. Por tanto, los centros de formación de profesores, cualquiera fuera su naturaleza, tienen su cuota de responsabilidad en las consecuencias negativas de ésta evaluación. Es menester indicar que, si el número de aprobados se los adosáramos a los centros pedagógicos, el resultado sería peor que el citado, pues, al parecer, son más los profesores que egresan de estos centros que de las universidades. Es mucho mayor el número de pedagógicos que el de facultades de educación adscritas a una universidad.
El SUTEP por su lado eleva las banderas de las expresiones políticas para indicar que el examen ha sido una trampa para presionar a los profesores del país. Lo único cierto es que hace mucho tiempo se halla desacreditado. Finalmente, los propios postulantes: bajo el favor de la duda, presumo que cuando menos la mayoría se preparó concientemente respecto de los contenidos y competencias exigidas para la evaluación. El tema es: ¿Tan pocos lograron, el 4.5% del total de examinados, asumir los temas importantes dentro de los contenidos y competencias exigidas?. Ello supone calidad en el discernimiento e inteligencia para definir aquellas cosas que son importantes. Lo demás ya fue les dado. Sólo me queda solidarizarme con aquellos que su vocación de maestro les permitirá superar la experiencia vivida.
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