viernes, 30 de mayo de 2025

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio... Le gustan aquellas de empastado negro. En ella guarda sus quehaceres diarios. Desde las notas para sus clases universitarias hasta las líneas estructurales de sus argumentos ante los tribunales. Cada folio es un amasijo de cosas… citas jurídicas, ideas sobrevinientes, quehaceres domésticos, sumatorias de cuentas de quien sabe que cosas, libros por leer, pasajes bíblicos… mil cosas.
Lamentaba, cada vez, que muchas hojas de su agenda, de los días venideros, estuvieran a medio llenar y con cosas programadas a más de un mes… La razón fundamental de los vacíos -esos a los que les tenía fobia- era que “los jueces y los secretarios son ociosos… siempre patean para adelante las audiencias…” Se quejaba de dejar vanos para reacomodar su propia agenda... "¿Cómo es que tengo que depender de la vida de otros?", se preguntaba con tono de aflicción.
Sin perjuicio, en algunas de las páginas, puede leerse en algunos días cosas como “viene del día tal, del mes cual”. Y hace referencia a la necesidad de reacomodar sus actividades solo porque en un día específico y en una hora dada, donde se anota -por ejemplo- dar un paseo vespertino o visitar a menganito. Esta acción se modifica por el hecho de que recibió una retrasada notificación indicándole -para ese día y momento- una audiencia judicial. Se alegraba porque al fin tendría la audiencia que tanto se había demorado… se agriaba, porque… porque le modificaba una actividad que probablemente nunca haría… Su molestia, en realidad, era con la vida. No tenía amigos. En el edificio donde funciona su estudio, se ubican otros tantos y, en los pasillos siempre se saludan con deferencia, casi con afecto amical... A ella sin embargo, no pasaban del "doctora", con una levantada de de cejas, como mejor saludo. Es más, desde las puertas abiertas siempre podía ver -en momentos de ocio- a los otros abogados (y abogadas) departiendo risueñamente... Ella nunca estaría allí. No tenían afanes de invitarla. Era... algo como un "mala vibra" colectiva. A nadie le había hecho nada, pero todos la evitaban con denuedo. Cae mal... como esos chapuzones vespertinos inesperados, que te encuentran en la calle y sin nada con que cobijarse.
Su agenda, siempre iba bajo el brazo... o en su cartera. De encontrarla, podría verificarse que no tenía nombre ni datos de identificación. "Es mía, personal, yo la porto; por tanto no necesita que escriba mi nombre por que sé como me llamo", habría dicho alguna vez, como explicación, cuando regresó a una tienda de regalos luego de haberla olvidado. Conviene decir que, los folios de su agenda siempre dejaban un margen en los laterales de cada cara, para marcar -cada bendito día del año; en cada noche, antes de dormir, la cosas que efectivamente se cumplían y, aquellas otras que no. Al final, en la esquina inferior de cada folio, ponía una “p” o una “n”… positivo o negativo, según las sumas de “vistos” o de las “aspas” de cada actividad. Cuando los resaltadores se hicieron comunes, el verde era su preferido… resaltaba, fundamentalmente, las actividades logradas. En su mesita de noche, había un contenedor de vidrio -que en otros tiempos lo fue de café instantáneo- con tres o cuatro, para evitar su falta. Sin embargo, también odiaba al “puto” marcador: exponía la gran cantidad de tareas que realizaba al día, sin importar el involucramiento de otras personas para esos afanes… "Si en el mundo solo viviera yo... sería feliz".
Vivía en el mundo... para hacer la vida difícil a los otros. El asunto es fácil de explicar: Sentía un malestar en las encías… Llamaba al consultorio del odontólogo para una cita. Si la secretaria -o quien hiciera sus veces- dijera: “Sra. Gilaura… la agenda está llena. Le programo para mañana en la primera hora de la tarde ¿le parece?”. Fingía dolor, multiplicando su malestar por mil y haría lo imposible para que su atención se realice en el día. Si hubiera necesidad de llamar al mejor amigo del odontólogo para que lo convenza de una atención adicional, no dudaría de hacerlo… En una de tantas, llegó a la biblioteca municipal tres minutos antes de cerrar y, ante la cara de cansancio de quien atiende, ponía su mejor carita, una angelical, para “revisar el libro tal por tres minutos… En lo que vas acomodando tu escritorio, apagando la computadora y revisando tu monedero, te aseguro que termino…”. Se le dio pase solo porque sabían que no dejaría de insistir. Claro, "el Luis", el señor encargado de la limpieza, tenía una consigna: bajar la palanca de la electricidad. Y así fue… allí se acabó esa visita. Su compulsividad por hacer las cosas que ella misma programaba, era más que sus edulcoradas y falseadas formas de pedir la contribución de otros en sus asuntos personales. Le importaba poco los demás.... importaba que se cumpliera sus programaciones diarias.
Su agenda tenía vida propia y, ella era esclava de ésta. ¿Qué hoja será la que no tenga un renglón sin escribir? Si, quizá los sábados, pero ni tanto. Eran los días dedicados a la enseñanza universitaria y, al menos, algún diagrama había en la que diseñaba lo que sus alumnos tendrían que padecer… Eso, por las mañanas. Las tardes, tenían con rojo, una escritura que decía, “dormir” y, copaba dos líneas. El segundo y cuarto sábado del mes, en vez de "dormir", indicaba: "lavandería". Luego, habría una visita a las amigas, algún encuentro cinéfilo, ir de compras, o limpiar las hojas de sus plantas de maceta. La libreta de apuntes diaria no recogía los plañidos que suponía expresiones semejantes a “para que me comprometí…pero ya. Hay que cumplir”, o “Si yo cuido mis plantas, porque se les secan las hojas…” La mujer era de mil cosas, sin importar la importancia que merecieran… Tenía miedo al ocio… salvo cuando era horario de labores… Un alumno: “nos pone a leer separatas y nos remite a discusiones bizantinas, solo para quedarse pegada a su celular mirando videos… digo… porque suele reírse”. En el horario de labores, el miedo al ocio, el horror al vacío, se iba por un tacho…
En fin… toda su vida era un abanico de cosas actuadas y por hacer. La retahíla de agendas que se acumulan en el fondo del ultimo cajón de su escritorio es testigo colectivo de aquello que no le podía ocultar a la almohada cada noche: “¿Qué pasaría si Dios me encontrara sin hacer nada? La vida hay que vivirla sin desperdiciar ni un minuto. Cualquier vaciedad es una afrenta al amor infinito de Dios. Que la muerte no me encuentre dormida” y luego recitaba de memoria un pedazo del salmo 23: "Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento". Era su TOC.
El miedo al vacío llenaba su vida... Toc, toc, toc.
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lunes, 17 de febrero de 2025

Gratitud

El hambre era más. La tarde aún alumbraba, amenazaba con desaparecer pero el cansancio y la necesidad de su alivio exigían atención. Una garúa fina llenaba de agua el parabrisas y la plumilla de cuando en cuando se activaba. El destino, en cada vuelta de rueda, se hacía más cercano... El cansancio era la piedra del zapato.

A la vera del camino, una casa. Una de esa de amplia anchura, de factura propia de las casas serranas. Ofrecía sus puertas de par en par. Una lucecita invitó al aparcamiento. El motor de la camioneta se apagó y, los ruteros dejaron ver sus siluetas en el quicio de la puerta de doble hoja. Varias mesas ofrecían su espacio para el acomodo propio de los comensales.

Una mujer se arrellanaba en una de ellas. Junto a ella una muchacha joven, que parecía ser su hija. Ambas ofrecieron una bienvenida calurosa... "Tomen asiento... Un café, una trucha frita..." Se asombraron de las cortas vestimentas de la costa en una geografía que hacía sentir frío. Un frío muy fresco que apuraba al calor de sus propias chalinas. "Vienen de la costa... Y sin parar", dijo la de más edad.Tomó el pedido y se adentró. Las brasas del fogón se atizaron.

La muchacha invitó a la conversación... "¿Vienen de Lima?". "Del norte, de Piura", fue la respuesta. Y luego vino un "aaaahhh su paseo es largo... Andan lejos de su sitio ¿Van para Ayacucho? La respuesta no llegó porque la mujer mayor se acercó para asegurar la presa que le gustaría a los comensales para su caldo de gallina "¿Pierna, entre pierna o pecho?" Y luego "¿Le gusta con fideos bien cocidos o al dente?" Y para evitar el desgano de la posible demora, remató: "Ya está todo,  ahhh. El fideo lo echamos y al toque se cocina". Y se volvió a esconder.

Apareció unos minutos después con un humeante caldo de gallina que llegaba al filo mismo del plato que lo contenía. Un huevo aún en su cascarón se cocinaba en medio de la densidad del caldo de papas, fideos y carne de gallina criolla. La muchacha alcanzó un plato que contenía cancha... Había sido elegida en preferencia del mote. "Los piuranos acompañan sus ceviches con cancha....por eso el gusto que le tienen" dijo a modo de explicación al ver nuestros gestos de agrado frente a ella.

Y mientras tomábamos el caldo a sorbos, la conversación no paraba. Hablamos de la ubicación específica:  caserío Saracoto, km 93, sector Muchik,  y nos indicó que pertenece a Haytarâ, que pertenece a Huancavelica. La muchacha refinó: "Así que uds ya están en Huaytarâ, aunque no hayan llegado a la ciudad misma. Ya les falta poco... Unos veinte minutos". La mamá, en cambio, se congraciaba con la fruición con la que tomabamos su apreciado potaje. En medio de la.conversación nos hizo saber que su nombre era María Huarcaya Páucar y que siempre había vivido en estas geografías serranas. Nos hizo saber que la mujer mayor, una que bajaba lentamente las escaleras, era su madre. Hasta nos regaló algunos secretitos de su caldo de gallina.... "Aquí estamos para ofrecerle a los caminantes, traileros, turistas, nuestros mejores sabores".

Nos regocigamos con un café humeante y luego de yapear algunos soles, nos volvimos a subir en nuestras ruedas para continuar nuestra ruta... Agradecidos, ahora, con doña María Huarcaya, que con un caldo de gallina mató el cansancio y el hambre de un par de ruteros que jamás imaginaron que a las cinco de la tarde de un verano algo lluvioso de cualquier año, pasarían, en pocas horas, del sol de Pisco al frío huancavelicano.

Si un día están por Saracoto de Huaytará, camino de Ayacucho, no olviden tomar un apetitoso caldo de gallina en el restaurant "Mary". "Vayan despacio, que ya les falta poco" fue su consejo final. 

El camino nos regalaría una escena de terror.


viernes, 31 de enero de 2025

Dolor

La justicia norteamericana, en 19 de abril de 1995, condenó al ciudadano Samuel Brownridge por el delito de asesinato en segundo grado de Darryl Adams, y le impone pena de entre 25 años y cadena perpetua. Cuatro años después, en diciembre de 1999, una corte de apelaciones de New York, confirmó la condena.

Tres años después, otro ciudadano es arrestado y, con el afán de colaborar con la justicia para conseguir beneficios relacionados con la pena, contó detalles del asesinato en el que Samuel Brownridge había sido condenado. Fundamentalmente, indicó los nombres de los participantes del mismo y detalló que Samuel Brownridge no era parte de los coautores del hecho, pero reconocía que se parecía mucho a otro fulano –debidamente identificado- que fue el real autor del disparo. Esta particular circunstancia motivó la revisión del caso de Samuel.

En buena cuenta, se requirió de la declaración de los otros malhechores que efectivamente participaron del hecho de muerte, incluso de aquel que presuntamente habría sido el autor del disparo. Lamentablemente, éste murió en un enfrentamiento policial antes de su participación en el juicio y, otro testigo –también participe del asalto- no se presentó a la audiencia; con lo que, Samuel B. tenía pocas posibilidades de salir bien librado. Sin perjuicio, la defensa encontró la oportunidad de revisar la investigación preliminar y se advirtieron graves defectos en la misma: por ejemplo, que los reconocimientos de persona en fotografía no incluían al condenado, que la ubicación espacial de testigo principal respecto del lugar del asalto y muerte de Darryl A. no tenía ángulo de visión suficiente y, con ello la revisión de la decisión se hizo posible.

Veinticinco años después de la condena, sufrida en un centro de reclusión estatal, el Ministerio Público reconoció ante un juez que, efectivamente la carcelería de Samuel Brownridge era un error del sistema de justicia y, correspondía la anulación de su condena. En la audiencia, la fiscal Melinda Katz, declaró: “Este es un día profundamente conmovedor para el señor Brownridge. Después de décadas de proclamar su inocencia, este hombre que cumplió 25 años de prisión por un delito que no cometió, finalmente se verá libre de este error judicial”; el juez Joseph Zayas, por su lado, dijo: “El Tribunal… coincide con las partes en que Brownridge ha cumplido con la pesada carga de demostrar su inocencia fáctica” y agregó: “Y, lo que es más grave, ha demostrado que desde el principio de este caso, casi todos los miembros del sistema de justicia penal que participaron en este asunto le fallaron de una forma u otra, lo que dio lugar a un grave error judicial”. Samuel Brownridge con palabras entrecortadas argüía: “Para muchos de ustedes, esto puede parecer una victoria, pero ahora que estoy aquí, ante ustedes, no puedo evitar ver la pérdida”. Lloraba, no solo de alegría, sino también lamentando que su madre no estuviera allí, para alegrarse con él…. Probablemente, este fue el momento más emotivo e hizo que el juez también llorara sumándose a su tristeza. El juez Sayas, finalmente, dijo: “Se supone que los jueces no deben llorar”, mientras se secaba las lágrimas.

La importancia de... una buena investigación preliminar.

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...