martes, 26 de marzo de 2024

Marrullerías

Era hija de Alfonso VIII de Castilla, y nació en el año del Señor de 1191. La historia la recuerda con el nombre de Leonor de Castilla, gentilicio heredado de su padre; aunque estoy seguro que ella, en sus días de gloria, además, firmaba con el agregado “reina consorte de Aragón”. A los treinta años, en 6 de febrero de 1221 contrajo matrimonio con el “papiriqui”, el rey aragonés Jaime I, más tarde apodado “El Conquistador”. Tan solemne acto se realizó en el municipio soriano de Ágreda. En estos tiempos, cada año, se hace recreación lúdica y turística de esa boda.

Jaime, en el 1221 contaba con tan solo 13 años de edad. Era el rey de Aragón –desde los días en los que apenas hablaba- pero ni siquiera se había enterado de su tamaña posición. Solo como dato de chismoso: ¿Recuerdan la historia de Segismundo? ¡Si, ese el del drama “La vida es sueño” de Calderón de la Barca! Pareciera que ese Segismundo se hubiera inspirado en Jaime y, la historia viene así: Jaime es hijo, como dijimos… bueno, ahora lo decimos, hijo de Pedro II, El Católico, y de María de Montpellier. Lo trágico es que, Pedro no quería nada con María. Dormían en habitaciones separadas y, cualquier asunto entre ellos, de la vida diaria -digámoslo- era resuelto por la servidumbre. Con los asuntos maritales tan dañados, era muy poco probable que los líquidos seminales del uno, con los de la otra, se unieran; empero la preocupación por la herencia regia motivó a que algunos nobles y eclesiásticos preocupados por el trono engañaran al buen Pedro, apodado  "el católico" y lo metieran a la cama con su propia esposa haciéndole creer que era un muchachona de la villa vecina, a la que este le tenía ganas. El asunto vino después: Al ver la panza crecida de la reina y, con la revelación del secreto del origen de su preñez, Pedro aumentó sus iras contra la reina consorte y las extendió al producto que crecía en su vientre. Tanto era el resquemor que el hombre conoció, por primera vez, al pequeño cuando éste tenía dos años y, lo hizo solo con el afán de negociar su futuro.

Leonor de Castilla, hija de Alfonso VIII, se vio precisada del matrimonio por asuntos de… digamos de intereses familiares y de… digamos… política internacional. Hemos de precisar a este tiempo qué, si el dato de su nacimiento es cierto, al momento de su matrimonio, ella contaba con 30 años. Nos parece un poco difícil que a esa edad una “princesa” de este lacrimoso valle anduviese “huérfana de marido”. Al menos no, para los días aquellos. Algunos biógrafos e historiadores medievales, prefieren no ponerle ningún año a su nacimiento y simplemente anuncian que al tiempo en que casó con Jaime I, ella tenía una edad homogénea a la de su reciente consorte. Otros escritores, afirman que ya tenía algunos años y era algo mayor que su adolescente esposo. Dejamos anotadas las controversias cronológicas. Vayamos al chisme: Los que anduvieron en las geografías españolas por aquellos días, afirman que todo fue idea de una tal Berenguela, hermana de la matrimoniada. Aquella, parece era mayor y ya estaba casada. Se afirma que envió a un par de emisarios para que hablen con el Papa Honorio III a efectos de que la haga de “corre, ve y dile” en las opciones de casar al par de ennoviados con el afán de asegurarle una herencia regia. En realidad, la tal Berenguela no solo estaba pensando en su hermana, para hacerla reina consorte de Aragón, sino también en su hijo Fernando III respecto de sus aspiraciones al trono de la corona de León y de su hija homónima a quien logró casar con el rey de Jerusalén. Al Papa también le convenían esos matrimonios de cara a las políticas religiosas propias de Roma, por ejemplo: evitar el avance de los infieles musulmanes, detener a los cátaros y mantener las alianzas militares para la recuperación de tierra santa.

Jaime era un niño huérfano de amores. Su padre lo aborrecía sin reparos. Más de un pariente lo quería muerto. De hecho, se cuenta que, en alguna vez y cuando aún estaba muy pequeño, atentaron contra su vida lanzando una piedra sobre su cuna. Por gracia divina, dice el mismo Jaime, la piedra no le dio en la tutuma. En realidad, había tíos y primos que también aspiraban al trono real y preferían que no hubiera nacido, pero, en el peor de los casos, estaban dispuestos a adelantarle el encuentro con el Señor... lanzando una piedra pesada que haga añicos la cuna, por ejemplo. Cuando tenía 03 años, su padre Pedro II lo entregó a su archirrival, a Simón IV de Montfort, con el afán de asegurar una alianza política de futura realización, una vez que el muchachito esté en edad casamentera. El futuro fue distinto y contrario al destino que se le ofrecía desde el seno paterno: en 1213, a la muerte de su padre en la batalla de Mouret, gracias a los buenos e interesados oficios del papa Inocencio III, el menor fue rescatado por los caballeros del Temple, quienes le ofrecieron protección, educación y formación militar hasta los diez años aproximadamente. No obstante, él ya era rey. Su padre le hereda el reino de Aragón y los condados de Barcelona y Urgel; mientras que la defunción de su progenitora le permite acceso al señorío de Montpellier. Él, con sus propios méritos, más tarde, se anexó otros territorios. De allí, el mote de "El conquistador".

Leonor, desde su lado, era una hija querida pero que se perdía en medio de sus nueve hermanos. De hecho, Berenguela ya estaba casada, Urraca casó con Alfonso II de Portugal y Blanca contrajo nupcias con Luis VIII de Francia. En el mejor de los casos, habrá que decir que la historia ha sido ingrata con ella; sin embargo, estos ojitos que un día perderán su brillo, han visto documentos donde aparece su sello personal junto al del mocito rey Jaime. Hemos de reconocer que, los años de ventaja de la mencionada le sirvieron al polluelo para aprender a conducirse en medio de los escondrijos, habladurías, diplomacias, sabotajes, espionajes propios de los poderes terrenales y monárquicos de la España medieval. El matrimonio de Jaime y de Leonor, por si acaso, duró poco y, de eso se encargaría el mismo rey y también el Papa, pero eso ya es otro cuento.

 

 https://journals.openedition.org/e-spania/21609

https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/7150487.pdf


viernes, 8 de marzo de 2024

Descanso

Los judios mesiánicos seguidores de Yeshua, el maestro de Galilea, aun no asumían la desgracia. El 15 de Nisan vieron, desde sus escondrijos, como su cuerpo era descendido de la cruz. Aún con la pesadumbre de su vergonzosa muerte, también les llegaba las noticias dadas por las mujeres del grupo:  la de no haberlo encontrado en la tumba. Eso dio cabida a la esperanza de su vuelta a la vida ¿no es que acaso, Pedro y los demás ya habían contado -más de una vez- el detalle que tuvo con Lázaro al rescatarlo de la muerte? ¿Por qué, entonces, no imaginar que el mismo hubiera sido devuelto a la vida? Así, los amaneceres del primer día de la semana, los “solis dies”, se convirtieron en la ocasión propicia para reunirse en las afueras de la vieja Jerusalén, en el camino de Betania, en el Monte Cedrón o en el Valle de los Olivos para alegrarse con las narraciones relacionadas con las vivencias del maestro expuestas por la boca de los discípulos directos, para reflexionar con la lectura de los profetas y, finalmente para partir el pan como una forma de conmemoración de aquellos días difíciles iniciados el 14 de Nisan.
La fracción del pan, como prontamente fue llamada está forma de celebración, fue adquiriendo solemnidad entre aquellos del “camino” y, en medio de las madrugadas que daban paso al primer día de la semana se acostumbraron a reunirse, incluso para discutir aquellos asuntos que les competían a todos: las dificultades para atender a las viudas, la enfermedad de algún hermano, la opción de nuevos integrantes, las disputas dentro de la comunidad y hasta los asuntos relacionados con la vida diaria: los problemas de las semillas para la agricultura, la carestía de los alimentos, la presencia de algún jerarca romano en la ciudad, los enfrentamientos frente a otros grupos religiosos, etc. La vida, desde la lectura de los profetas y desde la propuesta que los mayores ofrecían como oportunidad de actuación del maestro, también hicieron que a este primer día de la semana, también se le denomine –al interior de la comunidad- como “dies dominicus”, el día del Señor.

La costumbre, iniciada por Pedro en la fiesta de Shavuot –que ahora reconocemos como Pentecostés- fue asumida por la mayoría de misioneros y, de hecho, Pablo es quien la propaga en las nuevas comunidades que él mismo fundó en distintos espacios del mundo griego. Así, cuando se despide de sus discípulos en Troas –allí donde resultó herido Eutico, que cayó desde una ventana del tercer piso- lo hace en medio de la acción conmemorativa de la “fracción del pan”. Cuando le escribe a sus amigos de Corinto les dice, algo así como “¿no es que acaso la copa que bebemos y el pan que compartimos es la forma como participamos del cuerpo del mesías?”. 

Ignacio de Antiquia, hacia el 110, y Justino Martir, en el 150, reconocen que el primer día de la semana es donde se reúne la comunidad –ahora ya- “cristiana” para conmemorar el día del Señor. Justino, lo dice con claridad: “celebramos esta reunión general el día del sol, por ser el dia primero en que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo y, el día en que Jesucristo, nuestro señor, resucitó de entre los muertos”. La costumbre, definitivamente se había asentado.

Desde la otra orilla, habrá que reconocer que el calendario romano estatuía dedicación de cada día de la semana para sus distintas deidades: El día del Sol era el primero de la semana, le seguía: el día de la Luna, el día de Marte, el miércoles es el de Mercurio, luego viene el día de Júpiter, continúa el de Venus y termina la semana con el día de Saturno. Esta dedicación era silenciosamente nominativa; empero el 07 de marzo del 321, el emperador Constantino dictó una ley que, enuncia en el fragmento que se conserva: “En el venerable día del Sol, que los magistrados y las personas que residan en las ciudades descansen, y que todos los talleres cierren.
En el campo, sin embargo, que la gente que se ocupa de la agricultura pueda libre y legalmente continuar con sus tareas porque a menudo sucede que otro día no es adecuado para la siembra del grano o la plantación de viñas; no sea que por descuidar el momento propicio para tales operaciones la liberalidad del cielo se pierda”. 

La ley de Constantino se encuentra en una disputa política sostenida con su par Licinius y sus efectos –antes que religiosos- tienen importancia administrativa. La ley instituye un día festivo consagrado al Sol Invicto como divinidad religiosa, en el que la festividad tiene efectos en la vida cotidianas de las gentes: importa la satisfacción de los votos contraídos con los dioses; con el dios Sol, en particular, sin hacer mayores precisiones. Por sobre esto, es relevante la paralización de los actos jurídicos de los funcionarios públicos. Viene bien recordar que la equiparación, en el lenguaje jurídico, de la nominación “día del Sol” (dies solis) -propia de los romanos- con la nomenclatura “dia del Señor” (dies dominicus) -utilizada por los herederos del judío Yeshua hamashiaj- solo ocurrirá hacia el 386, cuando Teodosio I ordene que el "cristianismo niceno" sea la religión oficial de Estado y disponga renombrar el día del descanso con el nombre oficial de “dies dominicus”.

Sin importar los detalles, tendríamos que reconocer que hace, exactamente, 1700 años, por primera vez una autoridad civil reconoce la posibilidad de tener un día de descanso semanal, aunque también habrá de advertir que los judíos ya tenían esa institución como mandato de sacra obligación. El tiempo se encargó, por a través de los herederos de una secta judía –la de los judíos mesiánicos netzaritas- hoy llamados “cristianos”- se alcance la unificación de esas dos instituciones.

Asi, viene bien recordar el modo como es que podemos gozar -ahora inadvertidamente- de un día de descanso laboral.  
Buenos días.

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...