sábado, 19 de noviembre de 2022

Indecisión

La mujer exigía la libertad para su niña, para el fruto de su vientre. El abogado que la representaba hacía relación de los derechos del niño; empero, ella argüía que la niña está secuestrada por su exmarido, que siempre había sido un "bueno para nada" y que eso ahora venía reforzado por el hecho de que "el padre de la criatura mostraba su mejor faceta: mandilón de su mamá. No me dejan ver a mi hija".

La mujer vestía un traje sastre, la lozanía de su rostro exponía una edad no mayor de las tres decadas. Sus argumentos se virtieron con tal naturalidad que esos insultos relacionados al "síndrome de mamitis", de dependencia a la ascendiente casi que no parecieron un insulto.

El hombre, a su tiempo, dejó ver su rostro a través de la cámara. Pidió disculpas por sus fachas: una barba descuidada, los cabellos alborotados por -al parecer- recién despertarse, fueron la introducción para anunciar lo mejor: "las cosas no son lo que parecen. Salgo de una guardia médica y si revisan los diarios ha habido un triple choque con múltiples heridos. Ha sido una noche pesada... Las cosas no son lo que parecen y aunque la serpiente le habló floridamente a Adán, eso no hizo que dejara de ser serpiente..." Descansó, hizo una pausa. "Mi niña hace unos meses la rescaté de su propia mamá. Ella no advertía de su pediculosis capitis y si lo sabía no le importaba. No comía o comía puros dulces... Ahora mismo, debo esperar que despierte para darle su plato de avena".

El hombre no tenía abogado, pero sabía algo de tecnología mostró fotos de la niña en dos facetas, la que denunciaba y aquella otra en la que se exponía la superación de tales estados. La madre replicó "¿Quién no ha tenido piojos en su vida?" Y el juez, gráficamente, se rascó la cabeza. Se acordó de la rapadura de sus días infantiles, mientras que la mujer continuaba: "... Ambos trabajamos. Yo vivía sola con mi niña y tengo que hacer mis horarios profesionales en una posta de un caserío de la carretera a Chulucanas, con diez horas fuera de casa y regresar para hacer las tareas del hogar, las del colegio con mi niña y otras cosas a las que las mujeres estamos condenadas por el puro machismo patriarcal en el que vivimos... Hizo un silencio para remarcar: "preguntenle quien preparó esa avena, como se llama la maestra de la niña, quien es su mejor amiga y cual es personaje favorito en el cuento de Shrek... Él no sabe, pero con seguridad, la abuela sí... Lamentablemente yo vivo sola y apenas me alcanza para el alquiler del depa, para pagar a Silvia, la muchacha que me ayuda aquí en casa, y las otras cosas que se necesitan para vivir... Eso no significa que sea una mala madre... Tengo derecho a mi niña y estoy dispuesta a renunciar al deber de que me pague la pensión de alimentos y a ofrecerle la oportunidad de que sea un buen papá sin obligaciones económicas... La pequeña es mi hija. Yo la he parido".

El juez le apagó el micrófono luego de explicarle que su tiempo había terminado. El hombre tomó la palabra para decir: "¿No le dije? El veneno puede ser dulce pero no deja de ser veneno". El contra argumento de la mujer se limitó a solo un gesto: le mostró la lengua mientras ponía sus manos extendidas a la altura de la sien para agitarlas mientras movía desorbitadamente los ojos.

Habrá que tomar una decisión. Los hechos ya fueron expuestos. El juez se rasca la cabeza... Cree que tiene piojos.

sábado, 12 de noviembre de 2022

somnolencias

Pasada la una... ¡Joder! Una llamada noctámbula: "Tiene que venir. El alcohol hizo efectos". En mis adentros, un "carajo" quebró la somnolencia con la que atendí el móvil. Mis piernas se deslizaron por debajo de la frazada para permitirme el sabor de la cerámica fría en mis pies.

Y una cosa más venía en la confianza de la muchacha, esa que tuvo la delicadeza de llamarme. Esa vocecita se atrevió a algo que yo, a ese tiempo, no habría hecho: "Señor, ¿Y será que a mí también me puede llevar a mi casa?". La respuesta fue un "Si, si, claro".

No había problema. El aplicativo de mapas me condujo al mismo espacio en el que suelen ser las reuniones juveniles. En realidad, una asíncronía del GPS me dejó a varios metros del lugar. Aún no se oía el bullicio de las gentes. Una llamada me volvió a la ubicación exacta. Me estacioné justo al frente de una mampara que dejaba oír las sicodelias musicales.Una carita conocida, congestionada, llorosa me recibe. Suben tres... En modo copia colombiana: "Que pena por despertarlo. Se acabó la fiesta". Solo atino a agradecer el gesto de la llamada y volvemos por el mismo camino, con un par de paradas previas para devolver a las guardianas.

Lo peor del alcohol se había quedado en la fiesta misma. La regurgitación había sido suficiente para volver a la realidad, al menos en su forma elemental: para lamentarse del hecho de perderse lo que aún quedaba del jolgorio juvenil. La conversa de las tres, en la parquedad del tiempo, era la preocupación por su acompañante de correrías. En la terquedad que, a veces, te regala la embriaguez, negaba su estado y prefirió quedarse para seguir bebiendo. La de la "Pedro Paulett", en resignación asumida, en la despedida, atinó solo a decir: "Son cosas que pasan. Descansa. Gracias señor". Por lo demás, el sueño hizo lo suyo luego de una velada ronera.

¿Y yo? Pues... Aquí, buscando el sueño que dejé macerándose bajo la almohada. La ahipnia es ahora mi compañera. La sanción obscura a mi precoz despertar. ¿Almohada dónde estás? Han pasado dos horas. Tal vez, un vaso de vino sea el remedio.

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...