El mundo está lleno de divinidades. Los hebreos solo reconocen una… pareciera. La realidad es otra: hubo libros anteriores a la Tanaj, en los que no sólo se narran historias del diario vivir, sino también los cuentos, mitos y leyendas relativos a la formación del mundo y a la aparición del hombre… cosmogonías en general y, de las que aparece muy disimulados rezagos en el libro más vendido del mundo. La historia de Lilith, la primera esposa de Adán, por ejemplo, que –finalmente- se convirtió en maléfica representación de erotismo de las muchachas; el dios guerrero Yaveh, que dirige ejércitos y levanta su brazo fuerte protector tiene –en los mitos- unas formas femeninas, oficialmente no reconocidas: Yaveh tomó forma de yegua en celo para atraer a los nobles jumentos de los egipcios y dirigirlos hacía las profundidades del mar rojo; mientras que los siete brazos de la Menorá son clara referencia a los siete planetas que en la cultura babilónica se reconocían como divinidades.
En el Genesis, allí donde dice “caos”, “abismo”, “aguas” se esconde el reconocimiento de sus divinidades. El agua es… Tehom, Leviatán o Rahab. A ella hay que enfrentar, en primer lugar y, vencida: la guerra reemplaza a la fertilidad y con ella se desplaza al matriarcado de los primeros tiempos de nuestra historia. Rahab es el mar, el mar embravecido, soberbio, insolente. Afirmase que, en los días primordiales se enfrentó a Elohim y se mostró desobediente, al punto que encolerizado éste, lo mató a patadas… pero, el mar sigue allí, así que, algunos menos crédulos, reconocen la existencia actual de Rahab, exponiendo como parte de su historia la de su intervención en el conflicto entre Moises y los ejércitos egipcios. Los seguidores de Rahab ofrecieron colaboración a Tehom, cuando se encontraron las fuerzas de la naturaleza en las orillas del Mar rojo. Perdió la batalla, pero se llevó hacia las profundidades marinas el llamado Libro de Raziel, uno que se escribió en los tiempos de Adán y que contenía los secretos más oscuros de los días primeros.
Aún cuando Rahab tiene forma de serpiente acuática; la serpiente no siempre tuvo carga de malignidad. De hecho, las culturas primeras la tienen como representación del renacer espiritual. En la cultura hebrea misma, al tiempo que vagaban por el desierto, las serpientes era parte de su hábitat y, por temor, miedo o reverencia, la deificaron: “Esculpe una venenosa y elévala en un asta de bandera. Si cualquiera que sea mordido la mira, recobrará la salud”. Así empezó la adoración de la serpiente de cobre, y tenía por nombre Nehustán, cuyo patrocinio se efectuaba en el templo mismo de Jerusalén ¿O es que acaso esa serpiente era una cara –la cara de la salud o del bienestar corporal- del mismo Yavéh? Es también representación misma del dios único: La vara de Moisés ¿Por qué tendría que convertirse en serpiente ante los ojos de la corte enemiga si no es para exponer su poder? Es más, expone su capacidad de someter al otro haciéndolo igual a él mismo. Las varas de los sacerdotes egipcios, a pesar de ellos, también se hacer serpientes en representación de aquel, al que quieren negar.
Rajab es una serpiente marina, expone el caos primitivo figurado en la forma de mar tormentoso: una forma de dominarlo es obligándolo a dar espacio para que la tierra brote desde la separación de las aguas, pero también es símbolo de aquello que supone inundación. Egipto es poéticamente comparado con tal divinidad, solo como una forma de exponer o su arrogancia o anunciar las frecuencias en que es inundado por el Nilo… pero sea como fuera, Rahab es, fundamentalmente, el mar, ahora furioso, irascible, encabritado… En cualquiera de sus formas, habrá que verle el lado positivo. Por algún lugar leí una muy seria recomendación: “sea astutos como las serpientes y cándidos como las palomas”, que no es otras forma de decir: “mantengan los pies en la tierra, pero vuelen alto”… Rahab, el mar iracundo, por ahora descansa.
La tranquilidad del mar es un paisaje inmejorable.
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