martes, 29 de marzo de 2022

Serendipia

Y el imputado, en medio de su dolor, con voz de súplica, hizo petición: "Señoría, quiero que Ud. me escuche... Por favor". Parecía que una lágrima corría por su alma... "Si al menos, leyera ud lo acabo de escribir en el meet...". Su micrófono le fue desactivado y una mujer, en voz inmisericorde, decretó: "su tiempo ya caducó".

En el chat de la sala virtual, los partícipes pudieron leer un verso que dice: "Si la justicia fuera moza / estaría, de su vida, encandilado // mas, es vieja, tuerta, coja / que me tiene tonto, ido, atormentado." Una voz de varón inquirió: "¿Ud., imputado, ha escrito eso? ¿Puede explicarlo? Y, con las disculpas de los demás, abrió los micrófonos para el fulano. "Explíquese por favor".

El hombre levantó la cabeza, se arregló el tapabocas, tomó una bocanada de aire, golpeó el micrófono para asegurar que funcione, acomodó la cámara y preguntó "¿Podrán darme diez minutos? ...aún solo con siete serán sufientes". Sin esperar respuesta empezó su relato.

"La niña puede ser mi hija… Ya quisiera que lo fuera. De hecho hasta pudiera ser mi nieta si consideramos que ando en un poco más cuarenta y mi hijo ya tiene veinticuatro. No la he tocado, salvo un par de veces en que tuve que ayudarla porque tropezó y lastimó sus rodillas en la grava del patio de colegio. Reconozco que soy su profesor particular de música y que le di clase de canto lirico. En esos cortos seis años que tiene y en poco más de tres meses, ha desarrollado una técnica vocal de la que me siento orgulloso… Toca el piano con la destreza de una de diez, pero no viene a cuento lo que ahora digo. Solo nos pone en contexto.

Su madre tiene poco menos de cuarenta y, hace ya muchos años entre ella y yo floreció un amorío que no llegó a buen puerto porque sus padres se opusieron… en realidad, yo tuve la culpa. Ese hijo al que hago referencia se convirtió en el obstáculo para que lo nuestro floreciera. Salí de la ciudad y me dediqué a la música: soy profesor y me declaro hijo de Euterpe… Aunque a veces envidio, también a Erató… Escribo poesías, de esas que no dañan a nadie. Su madre conoció de mi vuelta a la ciudad y un día se apareció con la pequeña pidiéndome clases particulares. Me gustó verla y, después de algunos días de acompañar a su hija, la dejaba –durante la hora y media que duraba la clase los interdiarios de la semana- bajo mi dirección y cuidado.

A ella le dediqué, todos los versos que aparecen en celular de la niña… No eran para mi alumna, eran para ella. Todos fueron escritos los días martes, jueves y sábado; porque eran los días que no podíamos vernos y, remitidos entre las 5.00 y 6.00 de la tarde, conforme lo teníamos pactado…. Es que, acaso una niña de seis, podría entender algo como:

“¿A qué sabe tu boca? Baste tu sonrisa para mis breves taquicardias, que sea el recuerdo de tus furtivas miradas el que alumbre este día de borrasca.
Un carbón encendido y unas mariposas arremolinan en mi piel, bullen en la periferia de mi centro y, mientras los segundos pasan, me asalta una inquietud ¿A qué sabe tu piel?
La luz rectangular es la espuma de la ola que muere en las arenas verdes de letras ajenas, de recados que no llevan tu nombre. Eres el mar que quiebra mis nostalgias ¿Sigues siendo mar?"

Acaso ¿Podría una niña entender lo que allí va escondido?. Solo ella, la madre, sabe a qué se hace referencia en cada verso… Y ella no dirá nada, porque ni siquiera ha querido acompañar a su hija en todo el largo trámite de médico legista, de psiquiatras y psicólogos, de jueces y abogados… Ella no ha estado allí. Ella me ama, como en los tiempos mozos de mis días.

Ella me ama y él lo sabe. Unos barrotes no pueden arrebatarme la alegría. Ojalá la pequeña fuera mi hija".

El hombre acomodó su semblante y, miró a la cámara con apariencia de tranquilidad, para decir a modo de colofón: “Señores jueces pronuncien lo que tengan que decir… Tú lo sabes, él creo que también.”

Una sonrisa de complacencia se dibujó en la pantalla antes de que la cámara se apagará.

martes, 8 de marzo de 2022

Añoranzas

El rio Piura ha perdido glamur. Su encanto se ha desvanecido entre las promesas de los políticos que se ofrecían como sus custodios, el embeleso de otros tiempos ha decaído en medio de las putrefactas aguas que le dejamos caer llenas de plastas humanas e inmundicias que en forma de billetes se esconden en las cuentas de quienes le ponen maquillajes de poca monta. Definitivamente, el rio ya no es protagonista de la vida de los citadinos. Sus desaliñados ropajes, obligan a mirar hacia otro lado.

Hace poco más media centuria, cuando menos, febrero era tiempo de festividad: los carnavales, fiesta introductoria de los tiempos cuaresmales eran sinónimo de algarabía y de júbilo. Los arrieros y trasportistas de carga anunciaban con horas de anticipo la avenida nueva del rio. En los barrios populosos, en especial aquellos a los que la modernidad les negaba candiles de alumbrado público, desde los últimos días de enero y, por durante el mes más corto del año, organizaban las famosas candeladas. La gente encendía chamizas, trastos viejos, se deshacía de cosas inservibles y el fuego era el gran devorador mientras que a su alrededor las gentes bailaban al son de una vihuela o tan solo con el tronar de las palmas, mientras las buenamozas le hacían el acate algún cholo perecido que les instigaba a zapatear bajo el telón de algún tondero o canción popular. Los zambos de las calle Junín con su bailes de conjunto, aderezaban las noches con el sonar de baldes y cajones, mientras sus zapateos acompasados eran el deleite de los curiosos. En el pampón que adornaba a la iglesia de San Sebastián, los curas aprovechaban la multitud de niños para adiestrarlos en las verdades de la fe, mientras las candelas y los crepitares de las leñas consumían todo aquello que les ponían frente de sí.

Le cantaban a la vida pobre de las clases populares, al rio Piura, a las chinas palanganas, al trabajo del campo. El rio Piura era protagonista… con la noticia de su avenida, alguna candelada se realizó en sus orillas, mientras los chiquillos se asustaban con algún cuento de terror, de fantasmas y de niños-muertos que se había trasmitido de edad en edad y, eso desde aquellos días en los que, por "el más allá" del barrio de los Malgaches funcionaba las empresas tineras, de las que solo quedaba algunos adobes descoloridos y desgarbados desde la inclemencia de las lluvias veraniegas. Los chiquillos aprovechaban el anuncio del rio para meterse en sus aguas anegadas de limos nuevos y de arcillas achocolatadas. Las mozas, en cambio, adimentadas de vestidos largos, preferían correr al encuentro de las aguas nuevas para, con sus pies menudos, escarbar caminitos que le faciliten su pronta llegada. No se habrían hecho esperar los avezados que, con alguna calabaza y aprovechando el tiempo del calor lanzaban largo trancos de aguas a los viandantes y ocasionales testigos. Las gentes desde el viejo puente de madera, el desaparecido Puente San Miguel, gozaban de los espectáculos acuíferos y de los juegos de los bullangueros. Si la avenida era fuerte, los adolescentes aprovechaban lo que quedaba del viejo dique de “Los Tacaleños” para lanzarse y nadar el medio de las tormentosas aguas hasta alcanzar el otro lado de la orilla. Alguno de seguro se habría de llevar los sustos de su vida tragando de las aguas del rio loco.

Los peones de los algodonales que se acomodaban en las orillas del rio, en inmediaciones del sector El Chipe y, de lo que actualmente se reconoce como el hospital Cayetano Heredia, agradecían al rio su agua renovada para el bien de sus sembríos. Los frutales y los sembríos de secano que se exponían en sus arenales permitían hortalizas, yucas, camote; pero también las aventuras de los mozalbetes que veían la oportunidad de robar algunas frutas para compartir con la gallada y para enfrentarse al sol ardiente de todos los días.

El rio Piura era protagonista. Protagonistas sus troveros y, es posible que, en los últimos tiempos en los que las candeladas le hacían competencia al lumbre de las noches estrelladas, alguno llegara a cantar esa canción muy piurana en la que el autor describe: “un algarrobo y un sauce bailan de gusto un tondero, y piden que el año entrante, el rio vuelva en enero”.

Las luces multicolores de los cohetes, el estruendo de las bombardas, los cláxones de los carros y hasta las campanadas de las distintas iglesias han dejando de ser los canillitas de su llegada. Las playas de cemento y las tiras de asfalto, las luces led y la atropellada vida nocturna nos impide darnos cuenta de que el rio Piura ha llegado en estos días, que sus lentas aguas conducen alegría a quienes todavía dedican su esfuerzo a la tierra. El glamur de nuestro vecino afluente solo es promesa perdida de los candidatos a las magistraturas ediles y regionales, prontamente olvidadas, incluso, aquellas que suenan melodiosas en los oídos de los viandantes.

Las losas de hormigón -que pretenden asegurar su cauce- se mantienen inconclusas y los paseos que adornan sus orillas mantienen la condición de letrinas públicas de nosotros mismos. Auguremos mejores días para nuestro veleidoso rio, para nuestro rio “loco”.



Descanso

Los judios mesiánicos seguidores de Yeshua, el maestro de Galilea, aun no asumían la desgracia. El 15 de Nisan vieron, desde sus escondrijos, como su cuerpo era descendido de la cruz. Aún con la pesadumbre de su vergonzosa muerte, también les llegaba las noticias dadas por las mujeres del grupo:  la de no haberlo encontrado en la tumba. Eso dio cabida a la esperanza de su vuelta a la vida ¿no es que acaso, Pedro y los demás ya habían contado -más de una vez- el detalle que tuvo con Lázaro al rescatarlo de la muerte? ¿Por qué, entonces, no imaginar que el mismo hubiera sido devuelto a la vida? Así, los amaneceres del primer día de la semana, los “solis dies”, se convirtieron en la ocasión propicia para reunirse en las afueras de la vieja Jerusalén: en el camino de Betania, en el Monte Cedrón o en el Valle de los Olivos para alegrarse con las narraciones relacionadas con las vivencias del maestro expuestas por la boca de los discípulos directos, para reflexionar con la lectura de los profetas y, finalmente para "partir el pan" como una forma de conmemoración de aquellos días difíciles iniciados el 14 de Nisan.
La "fracción del pan", como prontamente fue llamada está forma de celebración, fue adquiriendo solemnidad entre aquellos del “camino” y, en medio de las madrugadas que daban paso al primer día de la semana se acostumbraron a reunirse, incluso para discutir aquellos asuntos que les competían a todos: las dificultades para atender a las viudas, la enfermedad de algún hermano, la opción de nuevos integrantes, las disputas dentro de la comunidad y hasta los asuntos relacionados con la vida diaria, digase los problemas de las semillas para la agricultura, la carestía de los alimentos, la presencia de algún jerarca romano en la ciudad, los enfrentamientos frente a otros grupos religiosos, etc. La vida, desde la lectura de los profetas y desde la propuesta que los mayores ofrecían como oportunidad de actuación del maestro, también hicieron que a este primer día de la semana, también se le denomine –al interior de la comunidad- como “dies dominicus”, el día del Señor.

La costumbre, iniciada por Pedro en la fiesta de Shavuot –que ahora reconocemos como Pentecostés- fue asumida por la mayoría de misioneros y, de hecho, Pablo es quien la propaga en las nuevas comunidades que él mismo fundó en distintos espacios del mundo griego. Así, cuando se despide de sus discípulos en Troas –allí donde resultó herido Eutico, que cayó desde una ventana del tercer piso- lo hace en medio de la acción conmemorativa de la “fracción del pan”. Cuando le escribe a sus amigos de Corinto les dice, algo así como “¿no es que acaso la copa que bebemos y el pan que compartimos es la forma como participamos del cuerpo del mesías?”. 

Ignacio de Antiquia, hacia el 110, y Justino Martir, en el 150, reconocen que el primer día de la semana es donde se reúne la comunidad –ahora ya- “cristiana” para conmemorar el día del Señor. Justino, lo dice con claridad: “celebramos esta reunión general el día del sol, por ser el dia primero en que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo y, el día en que Jesucristo, nuestro señor, resucitó de entre los muertos”. La costumbre, definitivamente se había hecho carne en medio de esas gentes esperanzada de futuros mejores.

Desde la otra orilla, habrá que reconocer que el calendario romano estatuía dedicación de cada día de la semana para sus distintas deidades: El día del Sol era el primero de la semana, le seguía: el día de la Luna, el día de Marte, el miércoles es el de Mercurio, luego viene el día de Júpiter, continúa el de Venus y termina la semana con el día de Saturno. Esta dedicación era silenciosamente nominativa; empero el 07 de marzo del 321, el emperador Constantino dictó una ley que, enuncia en el fragmento que se conserva: “En el venerable día del Sol, que los magistrados y las personas que residan en las ciudades descansen, y que todos los talleres cierren.
En el campo, sin embargo, que la gente que se ocupa de la agricultura pueda libre y legalmente continuar con sus tareas porque a menudo sucede que otro día no es adecuado para la siembra del grano o la plantación de viñas; no sea que por descuidar el momento propicio para tales operaciones la liberalidad del cielo se pierda”. 

La ley de Constantino se explica en una disputa política sostenida con su par Licinius y sus efectos –antes que religiosos- tienen importancia administrativa. La ley instituye un día festivo consagrado al Sol Invicto como divinidad religiosa, a la que había que cumplirle los votos contraídos pero a la vez para dar paso a los juegos que se realizaban en su beneficio. Por sobre esto, es relevante la paralización de los actos jurídicos de los funcionarios públicos. Viene bien recordar que la equiparación, en el lenguaje jurídico, de la nominación “día del Sol” (dies solis) -propia de los romanos- con la nomenclatura “dia del Señor” (dies dominicus) -utilizada por los herederos del judío Yeshua hamashiaj- solo ocurrirá hacia el 386, cuando Teodosio I ordene que el "cristianismo niceno" sea la religión oficial de Estado y disponga renombrar el día del descanso con el nombre oficial de “dies dominicus”.

Sin importar los detalles, tendríamos que reconocer que hace, exactamente, 1700 años, por primera vez una autoridad civil reconoce la posibilidad de tener un día de descanso semanal, aunque también habrá de advertir que los judíos ya tenían esa institución como mandato de sacra obligación. El tiempo se encargó, por a través de los herederos de una secta judía –la de los judíos mesiánicos netzaritas- hoy llamados “cristianos”- se alcance la unificación de esas dos instituciones.

Asi, viene bien recordar el modo como es que podemos gozar -ahora inadvertidamente- de un día de descanso laboral.  Buenos días.

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...