martes, 8 de marzo de 2022

Añoranzas

El rio Piura ha perdido glamur. Su encanto se ha desvanecido entre las promesas de los políticos que se ofrecían como sus custodios, el embeleso de otros tiempos ha decaído en medio de las putrefactas aguas que le dejamos caer llenas de plastas humanas e inmundicias que en forma de billetes se esconden en las cuentas de quienes le ponen maquillajes de poca monta. Definitivamente, el rio ya no es protagonista de la vida de los citadinos. Sus desaliñados ropajes, obligan a mirar hacia otro lado.

Hace poco más media centuria, cuando menos, febrero era tiempo de festividad: los carnavales, fiesta introductoria de los tiempos cuaresmales eran sinónimo de algarabía y de júbilo. Los arrieros y trasportistas de carga anunciaban con horas de anticipo la avenida nueva del rio. En los barrios populosos, en especial aquellos a los que la modernidad les negaba candiles de alumbrado público, desde los últimos días de enero y, por durante el mes más corto del año, organizaban las famosas candeladas. La gente encendía chamizas, trastos viejos, se deshacía de cosas inservibles y el fuego era el gran devorador mientras que a su alrededor las gentes bailaban al son de una vihuela o tan solo con el tronar de las palmas, mientras las buenamozas le hacían el acate algún cholo perecido que les instigaba a zapatear bajo el telón de algún tondero o canción popular. Los zambos de las calle Junín con su bailes de conjunto, aderezaban las noches con el sonar de baldes y cajones, mientras sus zapateos acompasados eran el deleite de los curiosos. En el pampón que adornaba a la iglesia de San Sebastián, los curas aprovechaban la multitud de niños para adiestrarlos en las verdades de la fe, mientras las candelas y los crepitares de las leñas consumían todo aquello que les ponían frente de sí.

Le cantaban a la vida pobre de las clases populares, al rio Piura, a las chinas palanganas, al trabajo del campo. El rio Piura era protagonista… con la noticia de su avenida, alguna candelada se realizó en sus orillas, mientras los chiquillos se asustaban con algún cuento de terror, de fantasmas y de niños-muertos que se había trasmitido de edad en edad y, eso desde aquellos días en los que, por "el más allá" del barrio de los Malgaches funcionaba las empresas tineras, de las que solo quedaba algunos adobes descoloridos y desgarbados desde la inclemencia de las lluvias veraniegas. Los chiquillos aprovechaban el anuncio del rio para meterse en sus aguas anegadas de limos nuevos y de arcillas achocolatadas. Las mozas, en cambio, adimentadas de vestidos largos, preferían correr al encuentro de las aguas nuevas para, con sus pies menudos, escarbar caminitos que le faciliten su pronta llegada. No se habrían hecho esperar los avezados que, con alguna calabaza y aprovechando el tiempo del calor lanzaban largo trancos de aguas a los viandantes y ocasionales testigos. Las gentes desde el viejo puente de madera, el desaparecido Puente San Miguel, gozaban de los espectáculos acuíferos y de los juegos de los bullangueros. Si la avenida era fuerte, los adolescentes aprovechaban lo que quedaba del viejo dique de “Los Tacaleños” para lanzarse y nadar el medio de las tormentosas aguas hasta alcanzar el otro lado de la orilla. Alguno de seguro se habría de llevar los sustos de su vida tragando de las aguas del rio loco.

Los peones de los algodonales que se acomodaban en las orillas del rio, en inmediaciones del sector El Chipe y, de lo que actualmente se reconoce como el hospital Cayetano Heredia, agradecían al rio su agua renovada para el bien de sus sembríos. Los frutales y los sembríos de secano que se exponían en sus arenales permitían hortalizas, yucas, camote; pero también las aventuras de los mozalbetes que veían la oportunidad de robar algunas frutas para compartir con la gallada y para enfrentarse al sol ardiente de todos los días.

El rio Piura era protagonista. Protagonistas sus troveros y, es posible que, en los últimos tiempos en los que las candeladas le hacían competencia al lumbre de las noches estrelladas, alguno llegara a cantar esa canción muy piurana en la que el autor describe: “un algarrobo y un sauce bailan de gusto un tondero, y piden que el año entrante, el rio vuelva en enero”.

Las luces multicolores de los cohetes, el estruendo de las bombardas, los cláxones de los carros y hasta las campanadas de las distintas iglesias han dejando de ser los canillitas de su llegada. Las playas de cemento y las tiras de asfalto, las luces led y la atropellada vida nocturna nos impide darnos cuenta de que el rio Piura ha llegado en estos días, que sus lentas aguas conducen alegría a quienes todavía dedican su esfuerzo a la tierra. El glamur de nuestro vecino afluente solo es promesa perdida de los candidatos a las magistraturas ediles y regionales, prontamente olvidadas, incluso, aquellas que suenan melodiosas en los oídos de los viandantes.

Las losas de hormigón -que pretenden asegurar su cauce- se mantienen inconclusas y los paseos que adornan sus orillas mantienen la condición de letrinas públicas de nosotros mismos. Auguremos mejores días para nuestro veleidoso rio, para nuestro rio “loco”.



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