El hombre fue el héroe de la jornada. Fue aclamado con euforia, los maderos del camión de Villegas apenas soportaban los palmazos embriagados de alegría que los hinchas del Sport Chorrillos le regalaban para hacer sentir la emoción del corazón, por los goles evitados en la portería de aquel equipo que vestía una camiseta rojinegra.
Aun no llegaba al término de los diez años o quizá ya los había superado, pero en ese pampón delimitado por líneas blancas de yeso, logradas sobre un terraplén de greda señalado en la parte oeste de mi pequeño Máncora, junto con otros esmirriados chiquillos nos escondíamos entre los adultos, que entre ajos y mieles celebraban las jugadas bien logradas del equipo de sus sueños y, se acordaban de las madrecitas de los jugadores del combinado contrario cada vez que alguna jugada prosperaba.
Quien sabe contra quien jugaba esa tarde el Sport Chorrillos. No alcanza mis recuerdos a tanto, salvo para atender que ese día el resultado fue un 2-1, favorable para los puenteños rojinegros. Esa era la causa de tanta alegría que se desplazaba en bulliciosa caravana por la Panamericana, desde la cancha de Dn Pedrito hacia el barrio de El Puente. “Gago, Gago, Gago”, vitoreaban sus paisanos, mientras a pecho descubierto se sentaba en la parte más alta de destartalado Dodge que conducía a buen número de gentes. El malestar del entrenador dado el estado del jugador al inicio de la jornada, por el resultado en la cancha, se convirtió en ferviente alegría popular. El hombre era un joven de espaldas anchas, tenía un diente frontal mal posicionado y su modo de hablar era particular: “pe…pe… ero yo te dicho que adelantes líneas pe Chalen”, le reclamaba a uno de sus de defensa. “Calla huevón”, le replicaron, mientras con los dedos hacían contabilidad: “No entrenas, llegas tarde a la cancha, encima borracho y todavía reclamas... te pasas de pendejo”. El muchacho se quedó callado, mientras con la cabeza hacía señales de disconformidad, pero no quiso continuar la discusión. Un chiquillo, mientras tanto, repartía, desde una red de nylon, naranjas para los jugadores que, sin ningún asco las arrancaban con sus dedos y dejaban correr por las comisuras de sus bocas partes del cítrico jugo. Gago pidió dos… “Dame otra que estoy con sed”. –“¿Por qué será?” A modo de sugerencia y con voz de cómplice dejaba notar la presencia de “La Cochita Saldarriaga”.
Quien sabe de qué chicherío lo fueron a sacar, pero llegó medio ebrio y a escasos cinco minutos de la entrada a la cancha. Como mejor disculpa solo expuso: “Profe me dijeron que esta semana no jugábamos”. El profesor sonrió con sorna y… “si, si, claro. Apura, vístete e intenta no joderla… que no tenemos arquero de repuesto”. En sus adentros se guardó el respectivo “putamadre”. El gol de los contrarios llegó a escasos quince minutos de la primera mitad y, dicen los entendidos, fue de su enterísima responsabilidad, desubicado hacia un lado del arco, el puntazo que llegó hacia el otro, solo le permitió una volada, inútil, holgazana, infructuosa; empero –en el corrillo de las tribunas ignorantes de cuantos “bebes” de chicha llevaba en el buche, vieron en esa tirada una espectacularidad digna de televisión, merecedora de los mejores aplausos y hasta de los mejores vítores. El asunto es que, en ese mismo momento, el hecho no haber evitado el gol solo permitió abucheos y una recriminación cercana del entrenador que, parado muy cerca al arco: lo puteaba de tal modo que éste pudiera reacomodar sus ánimos para permitirse otras atajadas. De hecho, el partido le permitió un par más de ellas: ahora con mejores resultados: evitó que la pelota rompiera las imaginarias redes del arco en un penalti y, desvió la trayectoria del balón que ya parecía morder el filo interno del travesaño para lanzarlo hacia el tiro de esquina, que –hay que decirlo- fue, también, improductivo.
El descanso llevaba un gol en contra. Con la molestia del score en contra, los jugadores le recriminaban, pero no faltaban aquellos otros que incidían en pedir mayor esfuerzo a la delantera y, reconocer que –aunque medio ebrio- las atajadas posteriores al gol permitían augurar que no todo era malo y, que pesar de su estado, era posible tener un mejor final. El segundo tiempo fue distinto. Chalaca logró dos goles en menos de veinte minutos y ya después de la primera mitad de ese segundo tiempo. En lo que quedaba para el pitazo final, solo era necesario resistir las embestidas del equipo contrario, pero “el Gago”, entusiasmado por las aguas espirituosas, o quizá, embriagado de buen ánimo por las aclamaciones de la tribuna, hizo la tarde: volvió a tapar otro penal y, en un tiro al ángulo que ya se cantaba desde la tribuna contraria, -mismo “papelito” Cáceres, el mítico arquero chancayano- le regaló a los suyos un triunfo que motivó su más grande alegría.
Ese atardecer fue suyo. Le invitaron de todo, lo llevaron en hombros por alrededor de la cancha de Leticia y, allí al frente de la pequeña capilla cuando le reclamaron por el gol en contra, se limitó a decir: “allí: la volada es lo que vale”.
Buenas noches.
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