viernes, 29 de enero de 2021

Semejanzas

"Eso no ha sido así, mujer" enunció la interpelada. "Yo estuve allí, y por eso es que te cuento lo que te estoy diciendo". La receptora, sin embargo, mantenía su cara de incredulidad. Era tan expresiva que invitó a un juramento, acompañado de un beso al pulgar y a una mirada piadosa hacia las nubes: "te lo juro". Ese afán de convencer, ese gesto inútil sobre el dedo gordo de la mano derecha y la visión de la boveda celeste no hizo más que aumentar la incredulidad, la suspicacia, el recelo; mientras que a un tercero que hacia de oyente, le generó una sonrisa de sarcasmo que se completó con una expresión de ironía ¿por la Sarita o por el Cautivo? Y sólo recibió una expresión de reparo: "Con mi Cautivo no te metas. Déjamelo allí, que su sacralidad no merece la atención de estas vanalidades". El asunto fue suficiente para cambiar de tema. En realidad no. Al menos, del hecho se pudo saber que entre los presentes cualquier juramento podría valer -o a lo mejor no- sin tocar al Señor Cautivo de Ayabaca. ¿Y si la promesa de verdad ponía como testigo al Señor de Muruhuay o al Cristo del Pacifico?

Entre las líneas del más grande bestseller de la historia se cuenta la teogonía de los dioses semitas y aunque, finalmente solo triunfa uno como "unico y verdadero", celoso de las idolatrías y terrible con los enemigos de su heredad, no puede negarse que disputó su soberania con otros a quienes, en la repartición original, le fueron asignados distintos territorios. No es inútil que en ese libro pueda leerse que cuando Eloim distribuyó a los hombres en naciones y estableció las fronteras de éstas, a su vez fueron asignadas a sus distintos hijos: al nuestro le correspondió el territorio y la heredad de los hijos de Jacob. Su soberanía se reducía a ese breve espacio geográfico, aquel de donde brotaría leche y miel. El dios Dagan era principal de los filisteos, mientras los amorreos se anunciaban como hijos de Baal.

Un amigo, en otra circunstancia, contaba -afectado por la ingesta de algunos buenos bebes de chicha cataquense- que su Dogde 300 lleva por nombre "A mi Señor de Luren" porque a sus milagros le debe la vida. Dice haberlo visto en una pestañeada, cuando por el cansancio casi se desbarranca en un paraje de la sierra huacabambina por donde se desempeña llevando y trayendo productos agrícolas. "A mi no hablen de rosarios, misas, rezos... no, no, no. 
Yo me encomiendo al amanecer a mi Señor de Luren y tengo hecho el dia". Y continuó: "Además, le cumplo mi promesa: cada año lo visito en su santuario en el mes de octubre... Lo hago, porque tengo que hacerlo: así tenga que cruzar el país entero. De lo demás ni me hablen... no soy un hombre de religión". Y mientras sacaba una medallita -en la que, probablemente, llevaba su representacion- decia: "Aquí lo llevo. Este es El Bravo".

Un hombre de dios, de esos que tienen discado directo con el hacedor de todo, escribía -hace ya buen tiempo- que dios estaba arriba en la bóveda celeste dirigiendo la asamblea de sus iguales, aquella en la que él era un "primus inter pares".Y les reclamaba: ¡hasta cuando debo soportar el modo como dirigen el mundo, ofreciendo sus favores a los injustos! y les conminaba a exponer su gracia frente a los desvalidos, ante el pobre, en favor de la viuda. Casi en la exasperación les reclamaba: "Uds. son dioses, recuerdenlo. Uds. son hijos del gran Eloim". Tal parece que, en algun momento de la historia sacra, la posibilidad de otros dioses a los que solicitales sus favores, era una opción. Allí están los sacerdotes de Baal, las hieródulas del Asherá, el altar al dios Moloc -dios de los amonitas- que Salomón mandó a construir, la efigie de la gran serpiente, de la que solo se conoce su nombre despectivo: Nehustán, de la que Ezequías ordenó fuera lanzada a la basura.

La sequía muestra su rostro en nuestra serranía y, las mujeres del pueblo organizan una serie de rituales en el campo en favor de la madre tierra y exponen sus oracionales frente al Señor Cautivo de Ayabaca para pedirle que sus ojos misericordiosos les regalen unas lágrimas que aseguren el agua para los cultivos. Con ánimo de complicidad, los labriegos queman los pastizales secos de las laderas de los cerros ofreciendo el humo de la quema al dios que quiera oírlos y al Apu de la montaña para que -convirtiendo el humo en nube- les regale lluvias inseminadoras de la tierra. Los campesinos que pastorean las tierras aledañas al río Chira, probablemente, elevarán sus preces al Señor de Chocán, pidiendo mejores tiempos, climas benignos para sus frutales. Desde otros lares, un purpurado señala fecha y hora para que los fieles del mundo se congreguen a pedir a dios nos tenga piedad y, del mismo modo como en otro tiempo liberó a su pueblo de las garras del faraón, ahora nos libere del covid 19.

Nuestras fórmulas no han cambiado. Frente a dios, nos comportamos del mismo modo y, si se trata de pedir, ¿no sería mejor elevar nuestras rogativas a la serpiente de bronce, aquella que por recomendación de Moises restituía la salud a aquellos que eran afectados por la picadura de las alimañas del desierto?  El dios Baal, ese que quedó entre las patas de los caballos cuando se enfrentó con el profeta Elias ¿acaso no sería el llamado a nuestras súplicas por la fertilidad de tierra? De hecho, cuentan los que lo conocieron, se sujetó a la muerte, solo con el ánimo de asegurar para los hombres la feracidad de la tierra. Anat, su esposa, se encargaría de volverlo a la vida. 

Nuestro politeismo tiene nuevas formas de expresión.


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Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...