martes, 25 de agosto de 2020

Secretos

“Oye, so hijo de puta: ¿Qué acaso crees que no sé que intimas con el hijo de Yishai? ¡Esa es tu vergüenza y con ella aseguras la vergüenza de tu madre!” Y continuó en imprecaciones. La furia de hombre era tan grande que no paraba de reproducir lisuras e insultos. Algunos de los invitados de la festividad de la luna nueva hicieron oídos sordos sobre las injurias y apuraron en tocar los instrumentos para menguar la difícil circunstancia. Una mujer se acercó para anunciar que los terneros, los carneros, y los corderos solicitados para la fiesta de inicio de mes, ya ofrecían sus mejores olores y los vinos estaban en su punto. El hombre, fingió una sonrisa y siguió reclamándole al muchacho: “Desde aquella vez que por primera vez llegó por aquí, vi como te brillaban los ojos... Que me haga el cojudo, es otra cosa”. El muchacho intentaba calmar al furibundo, ofreciéndole de comer de una de las fuentes de comida que la mujer había dejado cerca y, mientras hacía el además de ofrecer bocado, preguntó ¿Y qué es lo que ha hecho de mal en contra tuya como para que merezca tanto aborrecimiento? ¿A qué viene tu insano odio o es que no recuerdas que dirige tus ejércitos y te ha regalado numerosas batallas victoriosas? ¡Tus enemigos le temen, tú –en cambio- le odias! ¡Es el marido de tu hija!

Las cítaras y arpas habían dejado de ofrecer sus melodías para darle paso al shofar. Las trompetas hechas de cuerno retumbaron para marcar la diferencia del tiempo: era el momento de la oración previa al convite de la carne asada y del vino. Un momento para regalárselo a la divinidad; empero ese estruendoso ruido no hizo más que irritar aún más al descontrolado hombre, que sacando su espada, se la mostraba escondidamente a su interlocutor, mientras le decía: “Traidor, hijo de mala madre. Ni siquiera eres capaz comportarte como un varón… traicionas tu virilidad, a los de tu estirpe, a tu propia sangre, te comportan como…”. Una de las sirvientas, aquella que su mujer Ahinoam, había notado era su preferida, se acercó en ese instante y no dejó que terminara el insulto. Tímidamente le hizo saber que le esperaban en la pieza principal para presidir el inicio de la fiesta. De hecho, los astrólogos ya habían anotado el momento exacto en que la luna nueva había tomado la forma de un delgadísimo cuerno, que daba pie a los instrumentos de viento que le ofrecían la bienvenida. Unas mujeres se disponían a cantar una alabanza en la que se reconocía las bondades de Dios regaladas en la naturaleza, pero también a los astros celestes, en especial a la luna por regalarles la diferencia de los tiempos, la marcación de las estaciones y también la beldad de la oscura bóveda celeste en su esplendor en la que se hacían visibles los designios de Creador.

Tomó aire y en tono de mando dijo al muchacho: “acompáñame”, mientras escondía la espada y adelantaba el paso. Su enojo se disimuló en la necesidad de presentarse ante los invitados. El muchacho, también tomó aire y reafirmó lo que otros ya le habían anunciado: “Tu padre está loco. Ni siquiera sabe que es lo que quiere”. Y era verdad y en sus adentros se preguntaba: ¿Cómo es posible que un rey quiera matar a su mejor comandante? El hijo de Yishai, ahora ausente, era objeto de la mayor de las iras, del peor de los odios, de las insanias de ese hombre que, además, era el rey a quien Dios había elegido para gobernar a su pueblo. Esos preocupados pensamientos, sin embargo se perdieron ante la voz de un iniciado que daba cuenta del origen de la fiesta de los novilunios. Puso atención a sus palabras en ese mismo momento: “…al tiempo de la creación, Dios creó dos grandes astros en el cielo: el sol y la luna. La luna, sin embargo, se sintió desplazada, disminuida y vino a reclamar ante el Creador que ¿cómo es posible que dos luminarias gobiernen con un mismo espacio?, y pretendía que se le diera más importancia que al sol. Ante el reclamo, Dios se reservó una sonrisita sarcástica y, casi con indiferencia le señaló: «ve y redúcete tú», pero la luna no estaba dispuesta a perder sus mejores argumentos: «¿por haber dicho algo razonable debo reducirme?». Dios, ahora preocupado, la consoló diciéndole que el pueblo de Israel habría de consagrar sus novilunios en base a la observación de su ciclo y que los justos serán llamados por su nombre, pero a la luna esa propuesta no le satisfizo. Entonces Ha-Shem, el Altisimo, ordenó: «Tráiganme una ofrenda expiatoria porque reduje a la luna» y por eso está escrito en el libro de Bemidbar (Números 28:15) el ritual que había de celebrarse a modo de festividad en cada vez que la luna se renovaba”.

Más allá del sacrificio ritual, el novilunio era una oportunidad para nuevos comienzos, para nuevos negocios, para nuevas oportunidades, incluso era el tiempo pertinente para nuevos compromisos, por ejemplo, algunas familias tenían a bien realizar sus compromisos de pareja en la fiesta de la luna. De ordinario, coincidía con el final de las cosechas, así que era la ocasión para la puesta en el mercado de los logros de la tierra, los pescadores decían que en noches más oscuras, los peces salían a la superficie y, por tanto, la pesca era abundante… En fin, era un tiempo para alegrarse con las cosas buenas de la vida. El muchacho, frente a esta circunstancia, no le quedó más que recordar aquella tarde en la que el odiado pastor de ovejas, hijo de Yishai, natural de la tribu de Judá, oriundo de Beth Leḥem –pese a la poca confianza que le ofrecía- logró matar a un soldado enemigo -enfundado en sus pertrechos militares- tan sólo confiando en la ligereza de su honda y un par de piedras que llevaba en su morral. Esa tarde en que fue llevado ante la presencia de su padre el rey, supo que tendrían una relación entrañable… Así que no mentía el dueño de la fiesta cuando le reclamaba por el brillo de sus ojos en aquella vez.

Lo que no sabía el rey era que él y el aborrecido y huido jefe de los ejércitos, en esa oportunidad habían celebrado un pacto secreto, un pacto en que despojándose de su capa, de su vestido, de su cinturón y de sus armas, él le regaló su desnudez entera como señal corpórea de la alianza de ambos en virtud del profundo cariño que se prodigaban. En esa noche de novilunio, las cosas eran de ese modo, solo por el hecho de que ambos así lo habían tramado: el afán de descubrir si el rey mantenía su perversa intención de matarlo o si la invitación a la festividad era efectivamente, un convite de amistad. Luego de esta grave escena, de coléricos arrebatos, los propósitos se dejaban ver sobre la mesa: el antiguo pastor de ovejas, era presa de los odios del rey y no había necesidad de mayores riesgos. No era conveniente que se volviera a presentar ante la corte… Era posible que leales regios tampoco le tuvieran buenas intenciones, o en el peor de los casos alguno -por ganarse la estima del rey- estuviera en la disponibilidad de hundirle alguna espada por la espalda. Al fin, la ausencia de cordura del rey -hacía tiempo, perdida- estaba dispuesta a justificar ese ilícito. Era necesario, por tanto, hacerle saber al amenazado los riesgos a que su vida se exponía de ahora en adelante.

La fiesta de esa noche, solo sería hasta el momento en que la luz del sol se hiciera visible y, conforme al plan, tendrían que hallar la manera de encontrarse, de despedirse… Al fin de cuentas, el comandante betlemita, desde ese momento, era ya un fugitivo. Los insultos recibidos no habían sido inútiles: al menos unas muy malévolas intenciones fueron descubiertas, confirmadas, expuestas.

sábado, 22 de agosto de 2020

Efervecencias

Sonaba en los parlantes esa voz arguardientosa, esa que parecía que se hubiera rajado en medio de alcoholes, era una voz vieja y cavernosa que cantaba con el alma en el pecho, con el dolor por entre la garganta, con la dignidad expuesta... más allá de los amores que se esconden en el alma: "esta noche no voy a rogarte, esta noche te vas de a de veras". Solo una pregunta ¿a que sabe tu olvido?
Quizá esa pregunta nunca sea respondida, ese último beso tuyo quizá nunca ocurra. Nunca verás mis lágrimas. Un vaso de cerveza diluirá las respuesta que siempre espero, que siempre temo... jajajajaja.
Y carcajeo, mi querida Yolanda solo porque es mejor, siempre, reír que llorar. Estoy seguro que el Pablo de playa Girón no es el mismo que el que ahora no necesita peine, ni sombrero, ni "raudales de amor". ¿Que se siente Yolanda?¿Que se siente que esa canción siga sonando con tu nombre si ya no hay disposición de morir de junto? ¿Qué se diga tu nombre sin que se sienta? Por eso es que es mejor un camino sin andar, uno en el que el pie de otro no haya dejado huella... allí donde la flor se expone solo para la naturaleza, donde la fragancia no es necesario robarla... allí donde sin indiferencias, se dona a diferencia de nada.
¿Ya ves Chavela? Todo va bien si caminas a pesar de las espinas del camino, de los abrojos del rosal. La rosa,  a pesar de ellos, florece...
Un día volveré a Tandil, al Tandil de mis días de mocedad. Ella no estará... pero caminaré por la blanda arena que acompaña al mar; en los restos de su humedad, pensaré en su silueta... y aun con eso, no volverá. Y aunque los parlantes ya no suenen... tampoco le rogaré.  Ya no importa la voz aguardientosa. Me bastará el mar. Ya no lloraré. Gozaré del mar. Me bastará el Tandil de mis días de infancia. Y reiré... con risa infantil.
 Que la mujer que me ama me acompañe.

viernes, 21 de agosto de 2020

Eufemismo

El libro es uno de poesía erótica. Todo en él es una parábola del amor sexual, del encuentro de los cuerpos, de la lascivia humana: “Yo dormía, pero mi corazón estaba despierto. ¡La voz de mi amado que llama! '¡Ábreme, hermana, amiga mía, paloma mía sin tacha! Mi cabeza está cubierta de rocío, mis cabellos de la humedad de la noche”, cuenta en las primeras líneas del capítulo quinto. Una edulcorada forma de hacer saber que la pareja está dispuesta a la copulación, que se apresta a la penetración, que todo está listo para ello. Todo en él es una metáfora: “¡Mi amado metió la mano por el hueco de la cerradura; mis entrañas se estremecieron” describe que ella tuvo un orgasmo; mientras que cuando dice: “Abrí yo misma a mi amado, pero mi amado se había marchado. El alma se me fue con su huida. Lo busqué y no lo hallé, lo llamé y no respondió”, en ese verso no hace más que quejarse ella, porque él no rindió lo esperado. 

El texto sagrado que acompaña a nuestra mesita de noche, además de ese libro de poesía amorosa, está lleno de metonimias con las que la sexualidad humana no hace más que exponerse reservadamente, para guardar la candidez de quien lee. Y “Adán conoció a Eva”, expresión que antecede al nacimiento de Caín no es más que una escondida forma que quiere significar que tuvieron sexo y, lo mismo ocurre cuando la moabita Ruth se mete debajo de las frazadas de Booz. Ella, por recomendación de Noemí, se presenta perfumada y muy bien vestida y, aprovechando que aquel, después de comer y beber, va a dormir “levanta su manta y se pone a sus pies” dispuesta a hacer lo que él diga. ¿Se nota la oferta implícita de sexo? Y líneas después, dice que a la media noche “él se estremeció”. Bueno pues, si en el Cantar de los Cantares, la novia tuvo un orgasmo; en el libro de Ruth, le tocó al varón… ¿Cómo se dice en lenguaje actual? ¿Coronar? Bueno si, eso fue. Y en el Génesis -regreso al libro cabeza- las dos hermanas Lea y Raquel, las eternas rivales por el amor de Jacob, se pelean por unas mandrágoras, que no tenían sino la finalidad de convertirse en una suerte de filtro del amor. En las creencia popular esa planta es una especie afrodisiaca, un vegetal a que se le atribuye propiedades para la estimulación sexual y la fertilidad. Una de aquellas parece que lo necesitaba con urgencia. En realidad era una competencia de fertilidades femeninas, demostrar quien podía parir más hijos.

Los juramentos de aquellos días, se relacionaban con lo sagrado, con lo íntimo de cada quien. De hecho, cuando Jacob está próximo a morir, llama a José y le dice: “Si he hallado gracia a tus ojos, pon tu mano debajo de mi muslo y hazme ese favor y lealtad; no me sepultes en Egipto”. La palabra “muslo” no hace referencia sino al pene, por lo que el juramento se hacía cogiendo los testículos de la persona ante la que se hacía el juramento. No obstante, también pudiera ser alusión a la vagina, como se anota en una de las tantas maldiciones que aparecen en el libro de Números: “Ingrese a tus entrañas el agua de la maldición haciendo que se pudran tus muslos y reviente tu vientre”. En una historia oral se cuenta que cuando Isaac debía verificar la virginidad de Rebeca, al no encontrar pruebas de su pureza, ésta se adelantó en decir: “Caí del camello y el tocón de un arbusto me atravesó el muslo”. Dicen que hasta le mostró el trozo de arbusto húmedo causante de la desvirgación. El órgano reproductor masculino también era referido con la palabra “pies” o, según el contexto, se hacía referencia a la copula sexual. David había “hecho su cochinada” con Betsabé y al enterarse de su embarazo, intentó atribuírselo al marido de la susodicha, y por eso lo hizo llamar desde el campo de batalla y luego de una fingida conversación le indicó: “Anda a tu casa. Te has ganado el derecho de lavarte los pies”. En el contexto, esa invitación a la higiene podálica  es una sugerencia a tener sexo con su mujer, aquella con la que el rey de Judá, el pastor de cabras, le adornaba la cabeza. 

Regresemos a los libros sapienciales. Tienen formas muy elaboradas de referirse a las relaciones coitales. Proverbios, para asegurar el amor esponsal, recomienda beber el agua del aljibe propio, y gozar de los raudales del pozo de tu propiedad, mientras que para condenar el yacimiento con mujer ajena anuncia en modo de reproche “¿Vas a derramar tus arroyos por las calles y tus manantiales por las plazas?”. En cambio, los primeros libros utilizan referencias más directas: el Levítico condena el descubrimiento de la desnudez de padre, de la madre o de la hermana, haciendo referencia, antes que a la posibilidad de fisgonear detrás de las cortinas, al yacimiento con alguno de ellos. Se hace más claro cuando se anuncia: “La desnudez de la mujer de tu padre no la descubrirás; es la desnudez de tu padre”. En razón de esa regla, en el Génesis, 49:4 Jacob le niega su bendición a Rubén diciéndole: “subiste al lecho de tu padre; entonces te envileciste, subiendo a mi tarima”. Tal parece que lo adelantaron con alguna de sus concubinas.

Y el sexo oral también tiene sus formas, sino ¿porque el novio del Cantar de los Cantares tendría que decir “estoy comiendo mi panal de miel junto con mi miel; estoy bebiendo mi vino como también mi leche”? En realidad, la libertad amorosa está más allá de toda forma: “Me levanté para abrir para el hombre que amo. Mis manos goteaban mirra. Mirra pura corría de mis dedos sobre la manilla del cerrojo”. En estas conversaciones impudorosas, la invitación juguetona, lúdica y lúbrica se escribe de forma distinta: “Amado mío, ven, vamos al campo, debajo de los árboles pasaremos la noche”. El “vamos al campo” es más que una insinuación. Tal expresión se repite un par de veces más y, de hecho, aparece en el Génesis aunque para relatar una circunstancia totalmente distinta.  ¿Sabías que por esa expresión, a Caín se le acusa de homosexual? Bueno pues, sí. Pero esa es otra historia.

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...