viernes, 29 de noviembre de 2019

Beguinas

A los lados del rio Dijle, en Lovaina, aparece un pequeño pueblo del que su arquitectura nos traslada a la mismísima edad media. Es una sucesión de calles, plazas, jardines y parques, con decenas de casas y “conventos” propios de finales del S. XII e inicios del siguiente. Algún entendido dice haber encontrado una inscripción en las paredes de la iglesia que señalan la fecha de partida hacia el 1234. Este pequeño pueblo se asienta en una extensión de aproximadamente 3 ha que comprende una decena de calles, unas 100 construcciones que abarcan 300 viviendas y; a este tiempo, se conforma como residencia para estudiantes y docentes de la Universidad de Lovaina.

Cuando empezó a erigirse este pequeño reducto arquitectónico fue el albergue de mujeres que decidieron libremente apartarse del mundo para dedicarse fundamentalmente a tres tareas: la oración y vida ascética, el cuidado de los enfermos y a la confección de manualidades, en particular a las confecciones textiles. Tenían su propia estructura organizativa y, preferían no sujetarse a los mandatos de la jerarquía eclesiástica de modo oficial, aunque, de seguro, requerían la asistencia pastoral de algún clérigo. Es altamente probable, que hasta el obispo hubiere visitado dichas instalaciones. No eran mujeres consagradas –religiosas o monjas como ahora les llamamos- y por tanto no se sujetaban a los ritos canónicos que obligaban a los votos de pobreza, castidad y obediencia; empero se sujetaban a sus propias reglas en las que era fundamental vivir de cara a Dios, sin sujetarse a los bienes de este mundo como los pajarillos del campo que no se preocupan de que comer o que vestir, por lo que si alguna riqueza, predio o dinero poseían se ponía a disposición de todas para el disfrute común. El acceso de varones estaba prohibida, por lo que la promesa de vivir imitando al María, la madre del Salvador, era una exigencia a la que se sometían con estimación. Claro, si alguna cambiaba de parecer respecto de qué hacer con su vida, tenía la libertad de abandonar, en el momento que fuera conveniente.

Un buen número de estas mujeres pertenecían a las clases altas: esposas del funcionarios o diplomáticos que preferían vivir con otra familia, viudas o huérfanas solteras que preferían la soledad a que atadas a un infeliz matrimonio, etc. A compás de la religiosidad de esos días preferían dedicar sus tiempos libres a la vida contemplativa al modo como se hacía en las órdenes religiosas femeninas. Sus dineros podían solventar a aquellas otras que no pudiera pagar su estadía. No todas podían dedicarse a la oración, en tanto que a Dios no solo se llega por la contemplación, sino también a través del trabajo, entonces se permitió las labores de manualidades y, luego la atención de los enfermos. Los mejores vestidos de las gentes nobles es probable que se confeccionaran en dichos talleres. También elaboraban indumentaria eclesiástica y los ornamentos sagrados. Las ropas propias de los enfermos eran de sus hechuras. Para evitar el desapego a la finalidad última: la proximidad con Dios, por la oración o por el trabajo, los varones estaban excluidos, salvo el clérigo para la misa diaria o la confesión semanal. A estas comunidades de mujeres se les conoce con el nombre “beguinaje” y las mujeres que las conforman se le llama “beguinas”.

Esta comunidad de mujeres de Lovaina se mantuvo hasta iniciado el siglo XVIII, tiempo en el que en medio de los conflictos civiles, dichas construcciones fueron confiscadas. Esta es probablemente, la comunidad de beguinas más exitosa, que se conoce en Europa, toda vez que el movimiento se extendió por todo el mundo conocido de aquellos días, aunque no tuvo el suficiente éxito en otros territorios, donde el oído de la Iglesia era perspicaz y atento. El asunto controversial era la escrituración de sus experiencias místicas y personales. En sus publicaciones se dejaba entrever que no había necesidad de mediación entre la persona y Dios, que no se requería de una lengua oficial en la que se pudiera traducir tales ejercicios espirituales. Expresiones de extasiado amor permitieron versos como el que sigue: “Teólogos y otros clérigos / no tendréis el entendimiento / por claro que sea vuestro ingenio / a no ser que procedáis humildemente / y que amor y fe juntas / os hagan superar la razón, /pues son ellas las damas de la casa”. No gustaron tanto a la jerarquía, es así que el papa Clemente V en 1312, en el Concilio de Vienne bajo el argumento de que su modo de vida y su prédica desatiende las enseñanzas de la Iglesia entonces debe ser prohibido definitivamente y excluido de la Iglesia de Dios, empero,​ en 1321, otro papa, Juan XXII se apartó de lo ordenado por el citado concilio y permitió que las beguinas continuaran con su estilo de vida, pues tenía razones para sustentar que "habían enmendado sus formas".

En ese mundillo medieval, en el que místicas, trovadores, eclesiásticos y herejes parecen confundirse, el beguinaje se convirtió en una alternativa de vida religiosa dentro de la misma sociedad, al punto que hoy se reconoce el valor espiritual de los escritos de muchas de ellas, como los de Hadewijch de Amberes. Lamentablemente, las experiencias contadas por Marguerite Porete, en París, fueron condenadas y le costó la vida en medio de una hoguera, en la que prefirió padecer a que negar el valor de su misticismo. Es probable, que hoy esos escritos superen largamente el índice de la condenación, pero también es cierto que en el caso de la tal Margarita, el papado de Avignon no eran más que monigote en medio de la política religiosa de Felipe IV de Francia, quien en alguna oportunidad, en medio del conflicto Iglesia-Estado, cogió un par de bulas papales e hizo con ellas un rulo. Dígase de otro modo, desobedeció al obispo de Roma sin reparo.

Para buena suerte de las beguinas de la comunidad de Lovaina, el extenso brazo tanto de papa como de aquel reyecito no alcanzaba tanto como para llegar a los países bajos. Es solo mi parecer.

jueves, 28 de noviembre de 2019

Lazaro

Puso sus pies en polvorosa. Cogió apenas un par de trastes, dio aviso a sus hermanas y marchó de Jerusalén. El tal Saulo ese, se había regocigado con la sangre de Esteban, incluso se negaba a que el enterramiento de aquel se efectúe en el Valle del Cedrón. Si no fuera porque aquellos hombres piadosos que limpiaron su cuerpo, tenían relaciones comerciales con las familias del Sumo Sacerdote y en particular con algunos saduceos notables, el cuerpo de aquel santo varón hubiera sido pasto de las aves de rapiña. Esas negociaciones duraron varias horas y, entre esas conversaciones estuvo Lazaro, aquel que fue revivificado por el renegado Yeshuá.

En esas horas, uno de los cuñados de Caifás, un tal Eleazar, les amenazó: “Y como sigan anunciando a ese nazareno como hijo de Dios o siquiera se les ocurra continuar con la cantaleta de la llegada de su reino, el asedio seguirá y deberán sujetarse a la ley de nuestro tribunal conforme a la tradición de nuestra patriarca Moisés”. Los hombres asintieron con fingida humidad, y mientras se retiraban, uno de los secretarios de Eleazar apartó a Lázaro y sin reparos le preguntó: “¿Es cierto que hace un poco más de un año el tal Yeshua te sacó de la tumba el día que te sepultaron? Teófilo, el hermano de Eleazar, se rió de buena gana y exclamó en son de burla: “¿Que viste al otro lado de la muerte? ¿obscuridad? ¿Negrura? No hay nada! Ya lo anunció nuestro padre Sadoc, desde los tiempos del Rey David: ¡No hay vida después de ésta! No causes problemas, o serás tú el siguiente en ver la mentadita gloria de Yavéh…” Y, ambos hermanos, junto con los otros dos o tres lacayos que les acompañaban, le mandaron irse, mientras se burlaban.

Lazaro salió tembroroso. Los otros seguidores de “El Camino” que le esperaban en la “explanada de los peregrinos”, en las afueras del templo, preguntaron con inquietud, pero él prefirió el silencio. Lazaro siempre escogió el sigilo. Era el discípulo del silencio. Alguna vez, Tomás, el mellizo, le había hecho una pregunta semejante ¿Qué se siente estar muerto? Pero él se guardaba para sí esa experiencia que a todos les parecía extraordinaria, insólita, portentosa. En su interior solo le producía sentimientos de… ¿cómo decirlo? ¿algarabía? ¿regocijo? ¿agradecimiento? No tenía palabras para describir lo que ocurrió aquella vez. Sólo le resonaba vagamente –como un recuerdo que se pierde en la distancia- la voz quebrada de Yeshuá, que le lloraba a sus pies. E inmediatamente, cree con certidumbre, que era una voz serena, -y sus recuerdos se hacen nítidos- que le hablaba con brío: “Lázaro, amigo mio: ¡Ven!!No te ha llegado la hora!” Tan pronto esas palabras hallaban eco en el espacio, él sentía una especie de energía que se asomaba en todo su cuerpo y que le revitalizaba….

Ahora tenía miedo. Los hijos de Anás, le habían amenazado. Sabía que él podía permanecer en cautela, pero también era consciente de que Martha no podría contenerse: se regocijaba contando la vez en que el Maestro le volvió la vida, que lo sacó de la sepultura, de la fiesta que vino después de ese hecho… Y ella lo anunciaba a los cuatro vientos como prefiguración de la pronta venida de Yeshuá Hamashiaj, del Mesías largamente esperado, el de la liberación prometida. Es más, la había escuchado discutir con uno de los hijos de Gamaliel, anunciándole el error de los saduceos cuando se atrevían a negar la vida futura. A Martha siempre le faltaba tiempo para contar sus experiencias con el Resucitado, contaba hasta de lo que no había visto… Sonreía, aunque con temor, al imaginarla discutiendo sobre las preferencias del Maestro para con él mismo y el shaliaj “amado”, aquel de quien algunos decían que “que no conocería la muerte hasta que Aquel vuelva por entre las nubes".

A pesar de la alegría que le producía anunciar los predicamentos de “El Camino”, de reunirse con los Shaliajim y los demás seguidores en la naciente comunidad mesiánica nazarena, ahora le producía temor tanto las amenazas de los hijos de Anás, hombres con grandes influencias, como también las indagaciones que hacía el tal Saulo de Tarso, de quien se decía ya había llegado por los distintos poblados cercanos… Betania, apenas estaba a poco más de una hora de camino. No quería ser el próximo apedreado y tampoco le gustaba la idea de que Martha o María padezcan ese suplicio… El tiempo era corto y la necesidad de mantenerse a salvo apremiaba.

Apenas pudo coger un par de trastes y, llevar a rastras a sus hermanas. Tomó el camino de Jamnia y, mientras se dirigía hacia la costa, solo pensaba: ¿Cómo es que el Maestro se le ocurrió levantarme desde la tumba? ¿Por qué no tengo recuerdos de esa otra vida? ¿Qué ocurre en realidad cuando nos vamos a la Casa de Padre? A pesar de la trascendencia de esas cuestiones, tenía mayor preocupación en dar explicaciones a sus hermanas respecto de las amenazas padecidas, en convencerlas de la necesidad de buscar un nuevo lugar donde vivir, una nueva sinanoga en la que –sin el riesgo de las influencias del Sanedrin- puedan anunciar el mensaje vivo del Resucitado. Solo había que confiar en la promesa del Señor, de tener la certeza de que nada ocurre sin que lo permita el Padre que está en los cielos. Era tiempo de nuevos campos, menos pedregosos, en los que sembrar la buena nueva. Confiaba que Jamnia y sus alrededores le permitieran el ciento por uno.

Y pensaba ¿Que cosa quiere el Maestro de mi? Mil cosas revoloteban en su testa y el silencio era imprescindible para su atento corazón. 

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...