Piura está en emergencia. Las lluvias le están dando de alma. No la dejan respirar: todavía no termina de secarse el suelo y otro aguacero que le arrecia. Se han caído casas, sistemas eléctricos, el agua del río se ha metido por los desagües y ha terminado en medio de la ciudad… Ni los algarrobos han soportado tanto… en lo que va de los últimos cinco días, en la zona urbana se han caído, cuando menos quince y han causado dos muertes. Las redes sociales, que lo saben todo, nos anuncian “aniegos” en distintas zonas de la ciudad, de muros de contención próximos a romperse y de profecías que anuncian la muerte de los dirigentes de la ciudad, luego de enrostrarles la calamidad vivida.
No recuerdo que nadie haya anunciado este periodo lluvioso. Ninguna empresa meteorológica, ninguna universidad, ningún agorero huancabambino, la pudieron advertir. De hecho, a diciembre –hace tres meses- pedíamos a los apus de los cerros, a los espíritus del agua, al divino creador que nos enviara la lluvia y hasta se dedicaron ceremonias religiosas con ese propósito. En la parte baja del río, muchos agricultores perdieron sus cosechas y la policía se vio obligada a resguarda la poca agua que había en los canales para evitar que sea destinada a los sembríos de arroz u otros distintos del consumo humano directo. Unas semanas después el agua nos desborda. Y a diferencia de nuestra expectativa frente a la crisis hídrica de hace unas semanas, ahora estamos profundamente indignados. Las autoridades no han hecho nada desde el último fenómeno lluvioso porque la ciudad se volvió a inundar y reclamamos iracundos por los dineros que el año pasado se destinaron a obras de prevención.
¿Qué sentido tiene nuestra indignación? Nuestra conmiseración para con el caído es muestra de solidaridad. Bien por aquellos que, sacando de sus bolsillos ayudan a los que tienen menos o se han quedado sin nada, a los que cogieron una palana y se fueron río abajo para ayudar a sus vecinos llenando sacos de arena para enfrentarse al río loco, a los que dejaron de dormir por evitar, en medio de la lluvia que, las escorrentías no dañen las propiedades, públicas o privadas. Estamos en obligación de ayudar, solo por el hecho de pertenecer al género humano. Empero, nuestra indignación solo es muestra de hipocresía colectiva “¿Dónde están nuestras autoridades que solo sirven para robar?”, es una de las más repetidas expresiones de las redes sociales.
Pareciera que hubiéramos vivido ausentes durante el tiempo trascurrido entre uno y otro periodo lluvioso. Como si no hubiésemos elegido a las autoridades que tenemos, como si ésta tuviera la obligación de “rehacer” la ciudad, porque los anteriores la hicieron mal. La necesidad de tener un sistema de drenaje pluvial es de continuo pero solo nos acordamos de exigirla cuando el agua la tenemos en el cuello… Y esa es la hipocresía… creer, o pretender creer, que en Piura, luego de la lluvia nunca más volverá a llover y, los techos de nuestras casas para el siguiente año, se encontrarán como los dejamos la última vez. Y tal como así quedaron nuestros techos, así nuestra ciudad. Nos contentamos con que se resanen las pistas, pero no decimos nada respecto de los sistemas de evacuación de aguas. De hecho, el año pasado –para los que cruzamos los puentes todos los días- se pudo advertir que maquinarias elevaban “muros de tierra” para la contención en las orillas del rio y, a nadie le pareció extraño. Y así, se repitió la misma tarea en distintas quebradas de la jurisdicción; en algunos casos se realizaron empedrados pero que luego se debilitaron porque nosotros mismos, los piuranos, nos encargamos de llevarnoslas solo pensando en nuestro provecho personal. A muy pocos probablemente, se les ocurrió cuestionar dichas obras y, nadie dijo nada de cómo proteger los muros de las instituciones públicas, de los colegios, de los centros de salud, de las iglesias (porque también se construyen con dineros de El Estado), de las instituciones educativas; aunque de hecho, cada año, a éstas se le otorga dineros para su refacción que son administrados por la dirección del centro educativo y los padres de familia del mismo. (Todos los años, se tramitan procesos penales por mala administración de esos recursos).
Desde que Juan de Cadalzo, en 1588, fundara por cuarta vez esta ciudad, han trascurrido más de cuatrocientos años y, durante este tiempo, dicen Anne-Marie Hocquenghem y Luc Ortlieb en “Eventos el niño y lluvias anormales en la costa del Perú: siglos XVI-XIX”, se han realizado más de sesenta fenómenos lluviosos de intensidad que han merecido registro historiográfico y, en muchos de ellos, como ahora, los efectos han sido igual de calamitosos. De hecho, hacia 1728 el rio veleidoso se desbordó y se llevó parte de lo ahora es el Palacio Arzobispal en la calle Libertad y, en 1791 el desborde encontró desprevenidos a los curiosos que se encontraban sobre los muros de contención y varios murieron salvándose buen número de mujeres gracias al diseño de sus faldellines. Es interesante advertir, del Plano de la Ciudad de Piura de Martínez Compañón (siglo XVIII), que el espacio de la casa arzobispal colindaba con el rio mismo, lo que evidencia que hemos sido gravemente negligentes al asentarnos sobre lo que en otros tiempos era el lecho del rio y, ello expone que seguimos siéndolo pues, ahora mismo, padecemos las consecuencias de no mirar las experiencias del pasado… de no aprender de lo vivido.
Si el nivel del agua que corre por el cauce es más alto que la ciudad misma, ¿Cómo pretender que por algún lugar no se rompan los diques y el agua ingrese a la ciudad? No nos queda más que poner el pecho y enfrentarnos a la acumulada desidia nuestra de cada día y soportar con tesón lo que aún quedan de lluvias por caer. No tiremos piedras en el tejado de la autoridad administrativa, pongámoslas en los cauces de las aguas para que éstas no nos agrieten lo poco que nos queda de piuranidad.
Aguas vienen.
lunes, 13 de marzo de 2017
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