Lo procesaban por varios delitos.
Entre otros, por falsificación de documentos.
Era el momento de los alegatos finales y, su abogado defensor mantenía
la posición de inocencia, basado en… una doctrina similar a aquella teologal
que sostiene que la determinación del sexo de los ángeles viene definido por la
proporcional combinación de helio e hidrógeno de que están hechos. El asunto
era que, sobre el acusado pesaba la imputación de haber elaborado y utilizado
una resolución judicial con sellos y nombres de funcionarios jurisdiccionales
inexistentes, haber adulterado un título de propiedad predial, que
supuestamente lo había emitido la municipalidad provincial del sector y,
finalmente, haber falseado un documento de registros públicos en el que, se
indicaba que el predio xyz, dejaba de ser un bien en copropiedad –con quien
había sido su conviviente hasta hacía unos meses- para convertirse en una
propiedad individual, en su favor personal… evidentemente.
El hombre, en su declaración
porfiaba –convencido hasta los tuétanos- de que un par de hombres habían
llegado a su casa en Chulucanas, provenientes de Lima, llevándole dichos
documentos, los cuales habían tramitado a su solicitud, luego de que en una
oportunidad, le fueran presentados por el Presidente de la Corte Superior de
Piura, cuando circunstancialmente pudo hablar con éste, quejándose de lo mal
que lo estaba tratando la justicia chulucanenses. El asunto es que hacía referencia
a que había conversado con esos dos abogados, había convenido en pagarles
cincuenta soles por sus servicios (en cada vez que conversaran) y, que
desconocía sus nombres, recordando tan solo que tenían un fotocheck en el que
aparecía el título “Ministerio de Justicia, Lima”. Por lo demás, en juicio, el
Ministerio Público había presentado tres pericias distintas, que señalaban que
los documentos eran fraguados, un informe de la misma Administración General de
la Corte de Piura en la que se indicaba que los funcionarios que firmaban la
resolución judicial no aparecían en los padrones de trabajadores de dicho Poder
del Estado. También, la Municipalidad Provincial de Chulucanas alcanzó en el
proceso, el original del título de propiedad predial y el expediente con el que
Cofopri realizó dicho saneamiento. La Sunarp, por su lado descartaba la autoría
del documento que se le achacaba con la sola evidencia de la burda
falsificación: el logo no correspondía a la institución, el lenguaje utilizado
era vulgar y poblano y, la impresión y
fecha no correspondía a las máquinas de la época en que supuestamente se había
expedido el documento.
En otras palabras: la condena
caía de madura. No obstante, el abogado en sus alegatos mantenía la posición de
inocencia, alegando que su patrocinado había sido engañado por dos
desconocidos. Siguiendo el mismo tenor, el imputado, en su defensa final,
argumentó: “Soy inocente señor. Los dos abogados se han aprovechado de mi
ignorancia y se han enriquecido con mi dinero, pido que se haga una
investigación exhaustiva, para que me devuelvan los ciento cincuenta soles que
les pague… y también la cajita de mangos que me pidieron en la segunda
oportunidad”. En ese momento, el juez confirmó que la sentencia no sólo debía
ser condenatoria sino también efectiva.
No nos alcanza la memoria para el
nombre del bendito señor, pero sonaba a una cosa como “Huigenstein”, al menos,
eso si nos parece ahora mismo. Y con parsimoniosa solemnidad, se le leyó: “...Y se le condena
a tres años de pena privativa de libertad, que debe ejecutarse desde esta fecha
en el penal de Río Seco”. Mientras el secretario leía, la cara del abogado
palidecía y el imputado le cogía el brazo con el ánimo de acercársele y hacerle
alguna pregunta. Sólo se oyó de boca del defensor: “Te vas preso, primo”. Y en
ese instante, el hombre se fue desvaneciendo de a poquitos… le temblaba un
brazo, luego el otro y, expedía gemidos guturales, mientras que su cuerpo se
chorreaba desde la silla en la que estaba sentado. El juez, muerto de miedo,
(era la primera vez que le ocurría una cosa así, en sus cortos cuatro meses en
función), llamó urgentemente al médico legista y, este se presentó en menos de
diez minutos. Durante ese periodo, el hombre desmayado fue bajado desde el
segundo piso por una angosta escalera por uno de los secretarios, el abogado
defensor y el propio juez. La mujer del acusado, gimoteaba, maldecía, pedía inmediatez
para la atención médica.
El médico -con su paciente en el
suelo- le puso el estetoscopio en el pecho y escuchaba con atención, levantó
forzosamente el párpado y reviso las pupilas, le tomó la temperatura y verificó el pulso en varias
partes del cuerpo… Pidió que le explicaran que había pasado. Sonrió con
preocupación. Luego anunció, dirigiéndose al juez: “Señor juez, el señor está
bien, sus signos vitales son normales, los latidos, la presión… todo está bien…”
Se agachó sobre el cuerpo y puso su oído sobre su nariz –supongo con el ánimo
de oír su respiración-, le masajeo los brazos y, luego por ambos lados del tórax
le pellizcó con fuerza, para verificar su reacción. El hombre mantenía los ojos cerrados y el
sonido gutural de su garganta… “No entiendo por qué no despierta. Llevémoslo al
hospital”, dijo, e hizo una llamada… “No hay camas, pero es un asunto de
emergencia…” sentenció. “Alcánceme mi maletín”, le pidió a uno de los curiosos y
con cierto apuro, desalojó la sala, quedándose cuatro o cinco personas, entre
el juez, el secretario y el abogado defensor.
El vigilante tuvo que sacar a
rastras a la compañera del desmayado. “Tendremos que cortar la vena aorta a la
altura del corazón, para ver qué pasa…
Así, que tenemos que abrirle el corazón. Les ruego, le cojan los brazos
y las piernas con fuerza. No tenemos de otra. No hay camas en el hospital... Lo
lamento, pero sus camisas se van a manchar de sangre”.
“A la voz de tres, empezamos”,
díjo. Todavía no decía “dos”, y el hombre “despertó” azorado y pegó un brinco: “Señor juez no
quiero ir preso, por favor… tampoco quiero que me corten el corazón… Por favor... hágalo por mis hijitos”.