domingo, 23 de agosto de 2015

¿Feminicidio tentado o lesiones leves?

¿Qué es la tentativa delictiva? Se puede definirse como el delito que empieza a ejecutarse pero que no se perfecciona por cualquier razón atribuible al propio agente, a terceros o a circunstancias fortuitas. Dígase: los ladrones que son descubiertos en el momento en que han embolsado los bienes de una vivienda. El hurto no se consuma por el descubrimiento. También: el tirador que apunta y dispara a la cabeza de la víctima y falla por un movimiento inesperado del agraviado;  el terrorista que, al ver niños en el parque, decide explotar la bomba en un lugar desolado, el militar que no entrega, por temor a ser descubrimiento, la información clasificada a espía extranjero; son ejemplo de delitos en grado de tentativa de homicidio, de terrorismo, de espionaje.
El asunto es ¿cómo diferenciar la tentativa de un delito con la realización perfecta de otro distinto? En el caso de Luis Angel Piscoya Pérez se tiene un hecho específico: que el mencionado golpeó a su pareja el día 02 de agosto de 2015 en las instalaciones e inmediaciones de un hostal específico. El Ministerio Público inicialmente calificó los hechos como lesiones leves y, a la aparición de nuevos “elementos de convicción” modificó la calificación como “tentativa de feminicidio”. ¿Qué hizo la diferencia?
La atención de las lesiones intencionales causadas por terceros es anotada en tres artículos básicos del Código Penal, y la diferenciación de unos con otros se deriva, fundamentalmente, de la calificación médica de dichas lesiones: a) Si ponen en peligro inminente la salud, si mutilan un miembro u órgano haciéndolo impropio para su función,  o si el descanso médico requiere más de 30 días de descanso entonces estamos ante una lesión grave, b) Si la lesión exige más de diez días y menos de 30 días de asistencia o descanso médico, ésta es atendida como lesión leve y, c) Si la atención es de diez días o menos, entonces, se procesa como una falta.  Si el asunto va así, entonces, la primera calificación jurídica ministerial, cae como la manzana de Newton: lesiones leves, pues las lesiones son atendidas por dos médicos y, estos no encuentran gravedad. El Certificado Médico Legal señala 12 días de descanso.
El asunto es que la espectacularidad del video, que aparece en la retina del pueblo, exponen agresividad por parte del acusado, en tanto que no deja de golpearla con patadas, jalones de cabello, arrastres por el piso que ponen en ridículo los hallazgos médicos ¿Puede calificar como “simples” lesiones leves esos hallazgo cuando se advierte la fiereza con los que fueron causadas? ¿Cuál es el delito que sigue en grado superior? Quizá, si se lograran pruebas que acrediten vinculación de familiaridad, podríamos alcanzar “lesiones leves agravadas por violencia familiar”. El asunto es que, el Ministerio Público, hizo un cambio en la calificación: abandona las lesiones y pone su atención en la intención de matar, y que por tratarse de una mujer, se agrava en la forma de feminicidio.
El feminicidio es la muerte de una mujer en el contexto de violencia familiar, coacción y/o hostigamiento sexual, abuso de poder o de autoridad. Si la pretensión es asegurar un feminicidio en grado de tentativa, habrá que asegurar la intencionalidad. ¿Quería el imputado golpearla hasta el hastío o era su intención que perdiera la vida con los golpes?
Hemos leído el acta de audiencia y la resolución de prisión preventiva y se advierte que la jueza, al momento en que evalúa el primer requisito para la prisión preventiva revisa si efectivamente hay los elementos de convicción suficiente para asegurar el delito tentado y se pregunta: si la intención de Piscoya era matar a su acompañante ¿Por qué no uso el cuchillo que había entre sus pertenencias? Es una pregunta elemental: quieres ir por el feminicidio, entonces Ministerio Público ofrece elementos de convicción para asegurar esa intencionalidad. El sentido común nos lleva a otra pregunta: ¿los golpes de puño y pie pueden ser causa de muerte? El asunto es que no tienen correlato con el certificado médico y, el acusador reconoce que no hay otro medio de prueba porque la agraviada está desaparecida. Sin elementos de convicción, cualquier especulación (que va desde el hecho que la víctima se ha ido con su victimario, que ha sido secuestrada o que puede estar muerta en algún lugar no descubierto) son simples especulaciones a las que el derecho no puede atender, porque lo que se requiere para resolver una pretensión son los elementos de convicción o las pruebas que aseguren el pedido.
Otra opción es: “no quería usar el cuchillo porque su intención era matarla a patadas”. Esto debe ser acreditado. Según los informes policiales, el acta de intervención se hace referencia a maltratos físicos, que la agraviada ha declarado que su “pareja” en estado de ebriedad la ha golpeado, que un médico sostiene que se limitó a evaluar la cabeza de la víctima porque esta refirió que solo esa parte del cuerpo le había golpeado. Pareciera que no se ha anotado que motivó la pelea, que cosas se decían víctima y agresor al momento en que éste la golpeaba. Esos dichos, propios de cualquier riña, suponen insultos, recordaciones de hechos pasados, desatenciones domésticas, también incluyen expresiones que evidencian la intencionalidad del agente: “te voy a matar”, “te desfiguraré para que no reconozcan”, “te van recoger con cucharitas”, “de aquí no sales viva”, etc. proponen la posibilidad de elevar la calificación jurídica para lesiones leves agravadas, lesiones graves, homicidio, feminicidio, feminicidio agravado, etc.
La jueza, luego de evaluar los medios de convicción, advierte que la sola presentación de un cuchillo o de una réplica de arma de fuego no es suficiente para evidenciar la intencionalidad de matar. El video no se ha visualizado en audiencia y, el certificado médico, como reconoce el Ministerio Público, ha sido incompleto.  La pregunta es ¿la culpa es de la jueza o de quien presenta medios insuficientes para probar su pretensión?  Así está el asunto. El Ministerio Público estaría en deuda.

miércoles, 12 de agosto de 2015

Canelo

Canelo llegó para quedarse. Era un caballo de media vida, gigante, noble, trotón, amigo y... el nombre derivaba de su color. Mi padre lo compró meses después de que mi abuelo tuviera su yegua blanca. Pocos sabíamos de sus antecedentes y sí que los tenía…  El Benito Zapata, chiquillo como nosotros, nacido en el campo, sabía de quien fue su dueño. A nosotros, solo nos importaba tenerlo.

Había sido un caballo de carreras, de allí su porte y su nobleza. Bastaba con que oyera un enérgico “Yaaa” y salía picado, embalado, en línea recta. No importaba que no tuviera competencia. Solo corría, como el viento, como los vehículos de la Panamericana con los que decíamos competir… Corría para nuestro contento y alegría.

Era un caballo adulto y un par de veces volvió a las competencias bajo las riendas de mi hermano. Las apuestas no eran para él, pero nos entreteníamos con verlo volar, haciendo lo que sabía hacer: correr. Se quedaba muy intranquilo luego de correr y había que apaciguarlo… hablarle y acariciarle las crines.  A mi abuelo no le gustaba.  Prefería no montarlo porque era un caballo trotón y eso le incomodaba. Canelo no sabía de “paso”, no le salía el paso, lo perdía prontamente. Trotaba y, nosotros preferíamos galopar. En él aprendimos a correr, pero también a cómo tratar a un caballo. Con  él, el Colorao decidió quedarse con ellos y por un tiempo –mientras no tenía mucho peso- se dedicó a cuidarlos, luego se fue a la capital a entrenarse en el Hipódromo de Monterrico… En aquellos días de incipiente mocedad,  el Canelo y la yegua blanca eran  los vehículos más veloces que nosotros mismos podíamos conducir. Y aquel se convirtió, además, en “la madrina” para el amansamiento de los potros que después llegaron. Con él, el Galeno aprendió a sujetarse a una rienda y a permitir que una persona lo montara… Luego hubo un par más de aprendices. Con el aprendimos, a punta de golpes, a montar caballos chúcaros… La quebrada Fernandez era el campo de doma.

El asunto de un caballo en la casa de gentes campesinas suponía, también, responsabilidades: buscarle alimento, agua, baño, etc. Eso era lo difícil… Vaya Ud. a saber cuánto costaba eso. Así que, hubo tiempos en que quedaba liberado: el monte era su mundo y, con otros caballos hacía manada… y podía que en semanas y hasta meses no lo viéramos. El abuelo nos enseñó a distinguir las huellas de sus cascos, así que cuando eran días de pastoreo, al ver pisadas de caballos intentábamos distinguir la suya para saber de su paradero… Su relincho era característico y, era la forma de hacernos saber que estaba cerca, que se escondía entre los chopes y los algarrobos.

Una mañana, al clarear el día apareció en la puerta del corral. La vecina nos avisó que, el caballo estaba allí. Relinchaba con desgano. Al abrir la puerta lo encontraron sudoroso, dio unos pasos y acomodó su cara junto a la del portero… le acomodaron sus crecidas crines y, le preguntaron –como si pudiera hablar- “¡¿Qué te pasó Canelo?! Estaba muy sudado e inquieto.  Tras el saludo, entró, por si solo, a la parte amplia del corral y se quedó parado cerca de aquellos arbolitos que estaban detrás de la bodega de aperos… inmóvil con la cabeza gacha, con los ojos entrecerrados, con las orejas caídas… Le acercaron agua, comida… solo olía y bufaba sobre ella en señal de rechazo…

Mi abuelo se acercó y lo revisó con cuidado. No tenía heridas y, advirtió que estaba hinchado, y supuso que, a lo mejor, no podría orinar. El sudor era señal de su estado febril. El asunto es que minutos después orinó… No había veterinarios en esos días en Máncora… ni médicos. El animal seguía mojado de sudor. Mi padre se fue a Tumbes para que un veterinario, luego de escuchar los síntomas pueda adivinar un diagnóstico. Se dijo que podría ser estreñimiento, con grave retención de heces… había que medicarlo y, si era necesario hacerle lavativas rectales. Se hizo lo ordenado… o al menos se intentó.

¿Sabes que los caballos nunca se echan en el suelo? Bueno… es una falsa creencia, derivada del hecho de que los caballos suelen adormitarse mientras se sostienen en sus patas, pero de noche duermen aborregados o echados a lo largo, dependiendo de cuan cansados estén y de cuan seguros se sientan. Al Canelo nunca lo vimos echado. Salvo el tercer día de su llegada. Estaba allí, próximo al cerco de palos… tirado sobre el suelo, acomodado todo a un lado de su cuerpo, desde la cabeza hasta la cola y con las patas extendidas… La muerte le rondaba y nos prohibieron acercarnos… solo le hablábamos, a prudente distancia: “Párate Canelo… tu puedes…", "Caballito... tenemos que correr...” le decían. Unas lágrimas se corrieron por el rostro de mi mamá... “tú puedes…” Respiraba con dificultad… Bufaba e intentaba levantar su cabeza para mirar a quien le hablaba.

Unos minutos más tarde, su cuerpo se movía todo, como sacudido por un fuerte temblor involuntario, eran movimientos reflejos o quizá de resistencia… era la muerte que se apoderaba de su alma equina… Luego dejó de moverse, de bufar, de respirar… Corrimos hacia él… sus ojos se opacaron prontamente. Lloramos sobre su cuerpo inerte. Algunos, ganados por la tristeza, ni siquiera nos acercamos… Ese día fue de pena.

Si existe un cielo equino, allí está el Canelo, dirigiendo una manada...

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...