Esta hecho, al parecer, de fuego celestial, de una flama etérea. Era como fuego pero su cercanía no motiva daño alguno... Ni tan siquiera algún tipo de molestia... Parecía tener forma de hombre, pero no presentaba sexo. Sus extensiones inferiores y la cabeza solo podían deducirse porque en cada una de estas partes un par de alas las cubrían, con recelo, con cuidado... Un tercer y cuarto par de alas que salian de entre las costillas y del torso posterior le permitían movimiento. Era tan... ¿Cómo explicarlo? Silente, sinuoso, tenue, ligero, que de cerrar los ojos, ni siquiera necesitabas de los sentidos para sentir su presencia. De hecho daba la impresión de haber más de "ardiente" en medio de ese espacio en que se dictaban las instruciones... Parecían moverse en círculos y, sin embargo, el modo de instruir las cosas que mandaban a hacer, mantenía unidad, como si proveniesen de una misma voluntad.... El oído interior podía captar con nitidez voces en forma de eco que decían: "Kadosh, Kadosh, Kadosh Adonai Elohim". Eran, a la vez, las voces corales que ensalzan a Elohim y las que ofrecían instruciones... Cómo que una misma boca emitía dos mensajes y ambos eran distinguibles.
Era como estar en el cielo, pero tan solo era una montaña, la cueva descubierta en lo más alto del monte más encumbrado de esa desierta geografía. Moisés estaba atrapado en esa voragine de expresiones y pudo tambien preguntar, aunque sin pronunciar palabra alguna: ¿Quién construirá el tabernáculo? ¿Cómo será el Mishkán? La voz del Ardiente -o de los Ardientes- dejó de oírse solo para permitir que el coro se escuchará con nitidez: "Kadosh, Kadosh, Kadosh. El Santo ya tiene su elegido". En ese momento, la figura de otro hombre apareció. Se presentó como si una voz lo hubiera conducido: su nombre era Bezalel, hijo de Urí, un artesano del pueblo. La criatura celeste lo cubrió con un par de sus alas y, el cuerpo de aquel se temblaba todo, mientras que un libro era leído por otro viviente. Era el "Libro de Raziel" ese que guardaba los secretos de Elohim... El hombre sintió, luego de ese abrazo que, la gloria de Elohim estaba en él, el ruah Elohim le había poseido, aún sin su permiso. Sentía como que flotaba en el aire, sentia en su interior que él también participaba con sus propias alas.
Los serafines, sin dejar dejar de corear, la jaculatoria a favor de Elohim, "Kadosh, Kadosh, Kadosh", se desvanecieron en la noche. Una tarea nueva, anotada en el Libro de Raziel les había sido ordenadas al viejo Moisés, pero también a un desconocido artesano de nombre Bezalel. Elohim, ante los reproches del conductor de su pueblo, solo dejó sentir un susurro que tenía color de suave reproche: "Confía en Bezalel, lo he llenado de sabiduría y conocimiento. La suficiente para atender las instrucciones que vienen de los tiempos primordiales, para replicar los modelos del cielo".
Dicen los más leídos, que los serafines son las divinidades más importantes -despues de Elohim- entre las que -los más avezados- reconocen a Metatrón. También se menciona a un tal Elemiah, a otro que dice llamarse Mahasiah, y un tercero que responde al sonido de Lehahel. Otros leídos, en número mayor, se limitan a decir que "nadie conoce ninguno de los nombres de ningún seraphim".
Los serafines, los que están hechos de fuego, mantienen, todavía, sus voces en el dulce halago: "Kadosh, Kadosh, Kadosh Adonai Elohim".