miércoles, 30 de diciembre de 2020

Prostituta

La mujer lamentó su esterilidad. La sequedad de su vientre no era más que el pálido reflejo del modo de cómo dios la quería... Al menos eso pensaba ella, al menos así lo percibían las mujeres y hombres de sus días. La mirada compasiva o sórdida de su dios se reflejaba en el número de hijos, en la cantidad de sus cosechas, en la parición de las crias de ovejas, en la calidad de sus camellos. ¿El amor de dios se refleja en la riqueza de las gentes? Bueno sí, pero si la incredulidad te sobreabunda, creele a Job. En el libro sagrado que cuenta su tragedia, desde sus primeros versos lo deja notar: Tan pronto nos lo presentan,  nos dicen que el hombre es uno de muy altas cualidades, amado por dios y, para que no quede duda, a linea seguida, se anuncia que tenia siete hijos y tres hijas, que en sus rebaños pastaban siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas burras. Además tenía un numeroso grupo de gentes subordinadas a él. En resumen, era un hombre rico ¿Es que acaso se puede dudar de que era un preferido de dios? Tener un hijo, por tanto, era la expresión elemental del amor de la divinidad.

La mujer no sólo no tenia hijos, sino que además los hombres mismos la aborrecían. Su primer marido murió sin dejarle prole y, los dos siguientes prontamente la habian abandonado por el solo hecho de no procrear. El "crezcan y multipliquense" era un eco vacío en sus oquedades naturales. Pero, confiada ella, decidió poner fin a la maldad de dios ¿No es que acaso el rey Ajab tenía un adoratorio privado para Asherá, la esposa de dios? ¿Las cananeas circundantes acaso no decían que aquellas aborrecidas superaban cualquier olvido siempre que cumplieran con el ritual de Ishtar, la diosa de la fertilidad? La esposa de Yavéh, Asherá, no sería mas misericordiosa con ella? ¿Es que las ofrendas de trigo y cebada que cada año dejaba en el adoratorio de Silo eran insuficientes?  La mujer caminó por tres días y, sus dolores -incluido el de no poder parir- se los ofrecía al dios o diosa que le quisiera escuchar. Con escasas monedas en la talega, pernoctó por varios días, en la afueras del Gran Templo, mientras que compartía sombra y pan con algunos devotos y feligresas que llegaban de todos los lugares conocidos.

En ese espacio conoció a Samara, que decía ser heredera del difunto rey Asá, que a su vez le habia trasmitido los rituales y secretos de la fertilidad. Le ofrecía un hijo en el tercer año, contado a partir de su compromiso, alianza, pacto, o como quieran llamarle, con la divinidad... Conocía al dedillo los ceremoniales de Asherá y, se proclaba su sacerdotisa ferviente, su intermediaria preferida. No bastaba, sin embargo, ni el trigo ni la cebada de la ofrenda. Esa ofrenda, por decirlo límpiamente,  era lo de menos. La diosa le exigía su propia humanidad: sus jóvenes carnes, la lozanía de sus pechos, la textura de su torso, la delicadeza de sus muslos eran aparentes para que durante algún buen número de novilunios se dedique a representar a la diosa misma en escenas carnales con devotos que -a cambio de algún favor en sus heredades- no solo dejaban suculentas ofrendas, sino que le auguraban -a la prosélita sacra- la opción de la fertilidad. "Solo piensalo", le dijo Samara y, aun advirtiendo resquicios de dudas en el alma de la mujer, sugirió a modo de pregunta "¿acaso dudas de la santidad de tu hijo si es procreado en medio de una liturgia de Luna Llena? No importará cuantos hombres sean. A la vuelta a tu tierra, acaso no dirán las envidiosas: ¡Su hijo es un elegido, es un enviado de dios!".

Luego de ires y venires en su alma, la mujer pactó con Samara su estadía en los secretos aposentos de Asherá, esos que se adosaban en los laterales del templo elevado en el monte Moriah. Allí se desempeñó como iniciada de la diosa y, en las veces que no ofrecía su sexo en liturgias sagradas, preparaba mantos y velos para la divinidad. Muchos de estos se ofrecían a las mujeres devotas para asegurarles protección y favor divinos a cambio de una muy buena ofrenda, que asegure el sustento de todas aquellas que vivían en el templo. "El sexo es gratificante, pero también hay que llenar las tripas", solia decirle Samara a sus discipulas, con el ánimo de incentivarlas para mejores bordados en los souvenirs religiosos que podían ofrecer. De hecho, no solo había prostitutas sagradas en Jerusalén, sino que se repartían en varios otros centros ceremoniales religiosos: Silo, Guerizim, Betel... Eran poco menos de trescientas cooperadoras sagradas que se repartian en distintos oráculos.

Quién sabe si la mujer logró su propósito original, empero es muy probable que su vida fuese corta para ver las reformas del rey Josías que obligaron a “sacar a Asherá de la casa de Yahvé" y, llevándola a las afuera de Jerusalén, "al torrente Cedrón; allí la quemaron, la pulverizaron y arrojaron sus cenizas sobre las tumbas del pueblo”, como dejaron anotado los escritores sagrados en el segundo libro de Reyes 23, 4-14.

Cosas de dioses... en las que el entendimiento es parco.


Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...