Y en los comienzos hubo otra mujer. Aquella que, sin explicación, gozó del paraíso y; también, sin explicación, se aburrió prontamente de ese estado natural de complacencia y satisfacción sin par. Prefirió el desierto, las arenas del mar; las del mar rojo. Quizá Moisés pudo encontrársela en los días de errancia, a lo mejor fue quien le abrió los mares…
¿Tuvo Yahvé “obligación” de crear a dos mujeres? Lilith, dicen, se llamó la primera y fue creada en el mismo acto en el que Adán apareció, hecha del mismo barro. Era su igual, pero ¿qué pasó? ¿Por qué se fue? ¿No eran ciertos los deleites que pinta El Bosco en “El Jardín de las Delicias”? El Génesis, lleno de simbologías y mitos, expone dos actos de la creación humana. Las interpretaciones midráshicas sostienen que la existencia de ambos relatos no es descuido de hagiógrafo, sino que esconde una enseñanza oculta: la existencia de Lilith. La antecesora de Eva, esa -que desobediente- se mandó a mudar -para por su propia voluntad- padecer lo que el paraíso le ocultaba: la libertad.
Y es que Adán, autorizado para dominar el recién estrenado mundo, hacía y deshacía de éste con la complacencia de quien lo había creado. Esa primera noche, recibió la primera reclamación: “¿Y porque yo debo ir debajo si ambos somos de la misma naturaleza? ¡Hemos sido hechos del mismo barro!”. Nadie ha registrado qué vino después, pero lo más probable es que ese matrimonio natural no se consumara. Y, como en la ley judía, ella fue aborrecida. En realidad, pareciera que no. Ella, le dio la espalda al alborotado Adán y, sin mirarlo le restregó el conocido: “Me duele la cabeza. Buenas noches”. Al amanecer no estaba. La buscó por todos lados, la fue a mirar en las cataratas Tugela (en esos días tenían otro nombre), allí donde le gustaba gozar del agua en caída, pero no. Nunca la encontró.
Le pregunto al Hacedor del mundo y éste solo se encogió de hombros. En realidad, en la medianoche, cuando Dn. Adán roncaba, la doña, Doña Lilith, fue a quejarse con el Ceramista y, este le indicó, desde la premisa de que no hay mejor lugar para vivir que el paraíso, que tenía tantos derechos como deberes y que en todo caso gozara de lo mejor que pudiera encontrar… claro, con la advertencia de no comer de árbol que estaba en medio del extenso jardincito. “Me valen las manzanas… Aquí yo no me quedo”, exclamó mientras le daba la espalda. Unos ex aliados del alado custodio de las puertas del Cielo, la había convencido de que, en el sexo importaba poco la posición, que lo interesante era el disfrute mismo y que, de alcanzarlo, estaría en el mismo Cielo. No importaba tampoco la geografía, así daba igual si lo hacía en colchón confeccionado con plumas de ganso, o sí éste había sido hecho de nube o, si lo hacía en el “purito” suelo. Ella prefirió las arenas del desierto… ¡Quién sabe por qué! Esa fue su elección. Para ser preciso, se mandó a mudar para vivir en las arenas del Mar Muerto.
Adán, como queda dicho, ya no estaba. Ella se valió del insuflo divino y aprovechó esa parte espiritual de sí, para mantenerse en relación con los ángeles de la oscuridad. Ellos encubrieron sus apetencias impúdicas y le enseñaron aquello que Adán no quiso, con la contraoferta y garantía de la heredad. Los demonios, por su condición etérea, no podían reproducirse; ella por su carne, estaba llamada a la maternidad. De hecho, le resonaba aún en sus oídos, el conocido: “Creced y multiplicaos” originario. Todo en ella le llamaba a la parición.
Primera de los creados, había visto como Dios fue haciendo a los otros seres vivos y se aprendió las fórmulas. Sabia cuáles eran los ingredientes para lograr un alma y cuales para los cuadrúpedos y que se requería para los animales marinos y cuanto de qué para alcanzar otro que pudiera volar por los aires. Sabía mucho… ella lo sabía. Prontamente, gracias a esas recetas, furtivamente aprendidas, fue “perdiendo” su corporeidad y se demonizó, haciéndole incluso contrapeso al Señor de la oscuridad. Al punto que veía grave una difícil competencia en sus dominios: una mujer demonizada era más peligrosa que los ejércitos del Arcángel de la espada flamígera… Además, sus hijos, los pequeños demonios alumbrados (en su mayoría de femenino aspecto) estaban con ella. No pregunten cómo ni porqué.
En el otro extremo, Dios, a modo de flashback, la veía, con cierta regularidad, en algunos de los espacios de la esfera celeste. Eran aquellos asaltos que se permitía en los momentos del más lúbrico disfrute sexual. Así que, Dios también andaba preocupado. Una tarde, mientras delectaba de su propia creación, le asaltó una idea. Una idea-solución. Envió a tres ángeles, de esos de su “guardia personal” a fin de ofrecerle una oportunidad: “La de la vuelta a casa o…” Lilith no esperó la alternativa: Se declaró “disidente”. La maldición adquirió forma desde ese momento: “Todos sus concebidos verían el mundo, pero no la luz del sol. Morirían en cuanto las primeras claridades del día se hagan notar”. Una maldición de mayor gravedad que aquella de “parirás con dolor”. Le pareció una bajeza que se metieran con sus hijos, que al fin de cuentas no tenían vela en las decisiones de su madre; así que, decidió vengarse de su Hacedor visitando a los hijos de Eva en medio de la noche, introduciéndose en sus sueños, procurándoles inconscientes poluciones. ¿La intención? Impedir la cópula carnal, con el ánimo de evitar la generación de nuevos humanos. Y si se trata de recién nacidos, era mejor cuidarnos, no sea que repitiera en estos la carga de su propia maldición.
Aquellos que escucharon esta historia de los primeros hijos de Adán, a modo de amuletos ponen en las muñecas de los recién nacidos tres pequeños dijes con los nombres de los tres ángeles que realizaron el encargo. En las tradiciones de nuestra tierra, dicen que más efectivos son los huairuros, esos frijoles rojos, que le recuerdan el destierro por ella elegido… Sin embargo, no todo sería sombras. Anotó: “Por el amor que, alguna vez le tuve a Adán, los bebés, al octavo día, quedan librados".
No obstante, habrá que decir que aun cuando Lilith está condenada a no tener más hijos; aquellos otros, a los que no les alcanzó la maldición, aun se reproducen. Como dije: tienen apariencia de mujer.
jueves, 29 de marzo de 2018
Misterios
Solo dos breves pasajes de terceros dan cuenta de él. Sin embargo, ríos de tinta edulcorados -y otros furibundos- han dado lugar a libros y libros acerca de su vida. Los primeros escritos, a modo de cartas, se escribieron a treinta y hasta sesenta años de su muerte y su pretensión era dar a conocer lo que sus primeros apóstoles contaban de él. Siendo doce estos, había, cuando menos, doce versiones distintas de una misma historia y, sin contar aquellas que provenían de las mujeres que también le acompañaban y, de aquellos otros discípulos y amigos –que sin andar noche y día con él- tenían experiencias cercanas, trascendentes en sus vidas que merecían ser contadas, que merecían escribirse para que no se perdieran en la memoria esquiva de narrador y de aquellos otros que las escuchaban.
Es probable que Pedro narrase aquellas historias vividas con la misma vehemencia con la que había vivido con el maestro. Quizá en su memoria resaltaba aquella oportunidad, en la que el carpintero les sugirió lanzar las redes por algún lado del lago donde los mismos pescadores no lo hacían, y sacaron peces en tan grande cantidad que, sus pequeñas balsas apenas podían contener el peso; Santiago –que conocía a Jesús desde su infancia- se habría encargado de contar sus habilidades propias de la enseñanza familiar o alguna anécdota de su infancia, Mateo tendría una versión distinta: la del maestro dadivoso y compasivo, ingenioso en la administración de lo poco que tenían para comer y… así cada quien tenía su propia perspectiva de lo vivido. Y cada quien, de seguro, estaría interesado en resaltar lo que más le impresionó.
La escritura no era un asunto común entre tan desarrapados seguidores. De hecho, coinciden la mayoría de entendidos en decir que los apóstoles eran iletrados y vulgares. Mateo, el recaudador de impuestos, podría ser la excepción. Así que, las historias se trasmitían oralmente. Quizá alrededor del fuego, en medio de las noches… Mientras tanto los apóstoles envejecían y, los discípulos advertían que, escuchando a uno y escuchando a otro, las historias tenían matices distintos… quizá escuchando al mismo apóstol, se hacía posible que la historia sufriera mella por el solo hecho del trascurrir del tiempo. No es lo mismo contar una historia tan pronto ocurre, a que contarla tres años después, o a quince de su realización. Simplemente, no es lo mismo. Así que, decidieron escribirlas. A este tiempo los discípulos se habían multiplicado: se sumaban los primos, las mujeres de cada quien, las hermanas de éstas, los amigos de aquellos, aquellos otros que habían sido sanados… No solo eran, ya, artesanos y pescadores, también habría de aquellos que había estudiado la Torá con profusión, el estudiosito de la familia, alumnos de alguna escuela de fariseos o de aquellas otras que, ayudaban al entendimiento de las escrituras (y de éstas habían varias). Quizá los hijos y nietos de Nicodemo. Así se escribieron los evangelios, a la luz de la buena intención y siempre con el ánimo de ensalzar los dichos, enseñanzas y actividades de Jesús en su paso por la tierra. Eso importaba: sus enseñanzas… pero también hacer de éstas el reflejo de aquellos que los profetas “tiempo ha” anunciaban.
Pablo, aquel a quien se le ocurrió reinterpretar sus enseñanzas, hizo énfasis en aquella historia menos contada por dolorosa y, por la vergüenza que producía: sus padecimientos y su resurrección. Lo cogieron una noche, quizá superada las doce del reloj, y sus discípulos huyeron, se mandaron la mudar. Lo dejaron en “vistos” y; si no fuera porque algunas mujeres discípulas y, alguno que otro chismoso de la calle, le ayudaron en parte de sus padecimientos (ayudándole a cargar el madero, alcanzándole pocos de agua, limpiándole las heridas), quizá no habría llegado al Gólgota. Eran las escenas más duras: allí fue cuando uno de los suyos lo entregó a quienes no lo querían, los discípulos al ver la aprehensión lo abandonan: uno huye calato; Pedro, horas después, lo niega profesamente; prefieren intercambiarlo por un sedicioso, homicida y famoso en aquellos días… eran horas de vergüenza e ignominia, quizá pocos se atrevían a contar esta parte de la historia.
Es, quizá, la parte más misteriosa de la historia mundana del aquel hombre: muere asfixiado en una cruz que le desangraba y que le producía los más intensos dolores, y mientras agonizaba algunos sepulcros se abrieron y muchos santos varones volvieron a la vida, el cielo se oscureció repentinamente y hasta las cortinas del templo se rompieron… Unas mujeres, las de siempre, miraban desde lejos, un hombre notable de Arimatea se atreve a pedir su cuerpo para sepultarlo, las mismas mujeres, ahora no le preparan las comidas, sino que lo ungen con perfumes de sepultura. Tres días después, con el ánimo de renovar el rito, acuden a su sepulcro y no lo encuentran. La noticia, corrió entre ellos, los incrédulos discípulos –los más cercanos- se aproximaron y no encontraron nada, más que el sudario con el que había sido cubierto… Una mujer, María Magdalena, decía haber hablado con él en el huerto próximo a donde se ubicaba su sepulcro. Había resucitado.
De esas tantas cartas que contaban esta historia, los entendidos de los años siguientes, eligieron solo cuatro: los cuatro evangelios. Sin embargo, siendo tan notables aquellas circunstancias, extraña que solo dos escritores profanos escriban breves líneas sobre tal historia: uno para resaltar su condición de maestro y profeta escasamente notable entre los suyos (los judíos), que condenado a muerte “reaparece” en el tercer día, mientras que, el otro lo relaciona como el causante de las fechorías homicidas y circenses de un emperador romano. ¿Una vida tan espectacular –cuando menos en los días de término- mereció tan poca atención a los seculares?
La resurrección, piedra angular de la fe de los cristianos, no fue noticia en sus días, salvo para aquellos que expresamente le anunciaban sus querencias y afectos; empero, nadie duda de la historicidad de aquella vida, ahora notable. En estos días, en los de la Semana Santa, los que nos ubicamos en esta parte de la geografía terráquea celebramos esos tales misterios. Misterios arcanos e insondables.
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